Última llamada
Uruapan, Michoacán, 17 de marzo del 2019
El artículo previo lo cerré con: “Ni modo, se acabó el espacio, en la próxima entrega concluiré el tema hablando también de la manipulación en las relaciones entre padres divorciados y con sus hijos, y el impacto de ello.”
Como entrada diré que la raza humana, a partir de que inició la construcción de la mal llamada “civilización” y surgieron intereses económicos ¡Nos volvimos ojetes!… Es así, a partir de intereses económicos, que la Iglesia se inventó el antinatural “celibato” (el celibato contraviene la Ley natural, que emana del Creador y por lo tanto es una violación que genera actos aberrantes como la pederastia), evitando que los todopoderosos papas tuvieran herederos, aunque en la realidad los tenían, porque con celibato o no, papas y curas cogían (como hasta la fecha) por una sencilla razón, es instinto y ley natural; pero esa, esa es otra historia (de la que hablaré en otra entrega). El punto es que al no ser reconocidos los hijos, fuera de matrimonio, estos legalmente no existían y no podían heredar el poder del papado, lo que daba un balance al poder y obligaba a una especie de democracia clerical forzada, ya que al morir el papa, se hacían elecciones en donde los poderosos (como hoy), podían influir e incidir, con lo que todos quedaban tranquilos… Con los laicos era parecido, los hijos fuera del matrimonio eran etiquetados como “bastardos” sin derecho a las prerrogativas y herencias que tenían los hijos legítimos, lo que empoderaba a las mamás de los hijos legítimos y a instituciones políticas y religiosas que les reconocían. El caso es, para el presente artículo, que la clasificación de hijos en legítimos o ilegítimos es una vil jalada y una inmoralidad que discrimina, pero que sigue vigente por las mismas razones, cuestiones sociales, económicas y el empoderamiento de las esposas, que ignoran, voltean para otro lado o perdonan las infidelidades de los maridos, porque ellas son las madres de los hijos “legítimos”, como si la forma de engendrarlos fuera diferente… ¡Pendejadas!”…
¡En fin!, toco el tema de los hijos fuera de matrimonio, porque en el caso de padres divorciados, cuando estos se casan en segundas nupcias, muchos quedan en desventaja hasta con cuestiones hereditarias, como en el caso de hijos “ilegítimos”, lo que nos lleva al tema de la manipulación dentro de familias con padres divorciados y las luchas internas que marcan a los hijos:
Primero hay que distinguir que cada caso es único, hay quienes se separan agarrados de la greña, hay quienes lo hace civilizadamente, hay quienes meten a los hijos en medio de la guerra de pareja, hay quienes amorosamente y en beneficio del hijo promueven el trato respetuoso y amoroso con el “ex” (los menos), hay quienes derraman su bilis y amargura en los hijos y hay quienes los nutren amorosamente (también los menos)…
Una reflexión previa, en mi práctica profesional como “Coach de vida”, ha llamado mi atención el que: siempre el culpable del rompimiento es el “otro”. O el tipo es un patán infiel y desobligado o la señora es una arpía asexual e histérica… Es decir, nadie acepta su responsabilidad en el fracaso del matrimonio y consecuentemente hay rencor y amargura contra el “Ex”, porque sus desdichas y problemas: ¡Son su responsabilidad! Cuando la realidad me ha mostrado, que en muchos casos el responsable es el que se victimiza o que en los hechos ¡No hay culpables!, simplemente nunca debieron casarse… Lo que nos lleva al tema de las razones por las que la gente se casa… Antes una reflexión de Groucho Marx: “El matrimonio es la principal causa del divorcio” y pues sí, si no nos casáramos, no habría divorcios; lo que me conduce a Joaquín Sabina quién asegura poéticamente: “Con dos en una cama, no hacen falta testigo, cura y juez” o como diría mi amigo el Pelacuas: “Cuando el amor hay que ponerlo en un contrato, deja de ser amor.”… El punto es que la mayoría de la gente se casa por malas razones o por las razones equivocadas, enumero algunas: 1.- Todos mi amigos están casados, ya me estoy quedando. 2.- Es que es rico. 3.- Esta guapísimo (está pechugona). 4.- Va a ver mi examiga, le voy a quitar el novio… y la razón más tonta: 5.- Es que estoy embarazada… este es el momento, estimado lector, de añadir cualquier argumento idiota por el que la gente se casa, incluida la calentura hormonal que confunde amor con enamoramiento y el ¿qué dirán?
Hace años, en una comunidad de la meseta Purépecha donde, con mi amiga Alicia daba charlas en el programa “Educación de padres”, se acercó un grupo de mujeres para pedirme que solicitará a la Presidenta Municipal de Uruapan (Mary Doddoli), que aprendieran a un muchacho que había embarazado a una niña de 15 años ¡Para casarlo! -¿Qué edad tiene el muchacho? <pregunté> –Dieciséis años <me respondieron>. –No comparto su opinión y obviamente no voy a hablar con la Presidenta Municipal, casar a dos chamacos de esa edad es agrandar el problema, un embarazo no debe ser causa de un mal matrimonio, que podría terminar en violencia, alcoholismo y más hijos víctimas de un hogar roto. Mi sugerencia es que apoyen a la muchacha, que el bebé sea protegido por la familia y la comunidad y que dejen que con el tiempo, al madurar, los padres de la creatura tomen sus decisiones de vida libre y razonadamente… No me hicieron caso… ¡Chín!, de nuevo se acabó el espacio, continuaré en la siguiente entrega con las intrigas y manipulaciones en una pareja rota.
Un saludo, una reflexión.
Santiago Heyser Beltrán
Escritor y soñador