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MORELIA, Mich., 4 de diciembre de 2020.- Es diciembre y la proximidad de la temporada navideña se entremezcla con los puestos que este año se instalaron con motivo de los festejos guadalupanos, en el bosque Cuauhtémoc, para regocijo de muchos, que acuden al sitio a disfrutar y departir.
Pero en el bosque Cuauhtémoc no todo es algarabía: a escasos metros de los futbolitos, las cañas, los juegos, los niños que corren y ríen, familias instalan sus casas de campaña y algunas fogatas para esperar la recuperación de sus pequeños pacientes, internos en el hospital Infantil.
Rodeada por algunos miembros de su familia, al amor de un fuego con el que busca mitigar el frío de las primeras horas, María Luisa Espíritu, residente en Pichátaro, aguarda que su hijo, de ocho años y afectado por el síndrome de Guillain Barre, pueda regresar a casa tras sus terapias.
Y es que el albergue que se construyera en las inmediaciones del nosocomio para dar un lugar de descanso a las familias de los enfermos hospitalizados permanece cerrado, luego que debiera ser fumigado.
“Sí, sabía que el albergue está cerrado, que nos tocaría quedarnos en el bosque, pero no tenemos opción, no hay dinero para pagar los 40 pesos que pide el otro albergue”, explicó María Luisa Espíritu.
Una situación difícil ha enfrentado María Luisa Espíritu, tras ocho días de pernoctar en el bosque Cuauhtémoc, ya que dependen de donaciones y apoyos de familiares para comprar los medicamentos que el pequeño necesita y subsistir.
“No podemos ir a un albergue, tenemos que quedarnos cerquita del hospital, porque no sabemos cuándo salen y nos piden medicamentos para rápido o dan información, tenemos que quedarnos aquí, los albergues están muy lejos, varias cuadras”, precisó Alberto Chávez, originario de Copándaro y cuyo bebé, de seis meses de edad, se encuentra interno por un cuadro febril.
En casas de campaña reforzadas con lonas, bolsas de plástico y publicidad, se resguardan quienes esperan la recuperación de sus infantes, en guardias para estar pendientes de cualquier requerimiento del personal médico.
“Aquí estamos, no hay de otra, llevamos dos días, no sé cuánto más nos debamos quedar, de menos cinco o seis días más”, agregó.
Una comida diaria hace la familia de Alberto Chávez, ya que tiene que economizar el dinero disponible para la atención de su bebé, y complementa la satisfacción de sus necesidades con los apoyos que llevan voluntarios a la zona.
No todos quienes pernoctan en el bosque Cuauhtémoc son familiares de pequeños pacientes del hospital Infantil, algunos simplemente se incorporan al grupo de casas de campaña buscando la seguridad del grupo.
“No, no tenemos a nadie internado, venimos de la sierra, de Zitácuaro, a buscar trabajo, pero no tenemos dinero y mientras conseguimos algo nos quedamos aquí, es que allá no hay trabajo, no hay nada”, refirió una mujer, que optó por el anonimato.
A su lado, su esposo se afanaba en comer unos cuantos nísperos y, algunos metros más, un individuo tomaba una siesta, cubierto apenas por una cobija raída y sin mayor protección contra los elementos.
En tanto, el albergue anexo al hospital Infantil, donde se colocaron cartulinas en rechazo a su administración por la fundación Hogar Emaús, acumula hojas caídas en su entrada y exhibe los sellos de clausura en sus puertas de acceso.