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MORELIA, Mich., 28 de junio de 2013.- La producción y consumo de alimentos orgánicos oscila entre el glamur y la charlatanería debido al sobreprecio, de al menos 25 por ciento, que tienen tanto en el mercado interno como externo y porque la confianza es el valor agregado de esos productos, más allá de si cuentan o no con el sello que certifica cómo, cuándo y dónde se produjeron y procesaron.
Los mercados interno y externo de esos productos están en expansión y no por moda, sino porque los cultivos convencionales, a base de fertilizantes y plaguicidas químicos derivados del petróleo, degradan el suelo, contaminan el agua y tienen en jaque la salud de productores y consumidores.
Entre los jornaleros agrícolas del estado, en el 2012 hubo 268 intoxicados y hasta la semana 21 de este año se reportaron 54 casos; el promedio es de 200 personas intoxicadas cada año, sobre todo en las regiones de Zitácuaro, La Piedad y Pátzcuaro, informó el subdirector de protección contra riesgos sanitarios de la Secretaría de Salud (SS), Alejandro Molina García.
Se aplican sustancias químicas desde que se prepara la tierra, al sembrar, al germinar; cuando la planta crece se fumiga y todo con el “tanteómetro” y sin el equipo adecuado, a pesar de lo dañinas que son, sobre todo las órgano fosforadas, que se utilizan hasta para suicidarse, señaló el funcionario.
Sin embargo, los productores michoacanos son adictos a esas sustancias y realizan movimientos como el de Antorcha Campesina que, en días pasados, mantuvo durante dos semanas una “toma” de las instalaciones de Secretaría de Desarrollo rural (SEDRU), para exigir una dotación de 10 mil toneladas de fertilizantes químicos.
No existe programa institucional alguno para rastrear los residuos de los agroquímicos en los alimentos que se llevan a la mesa aunque la tecnología ha permitido el acceso a la información sobre los daños que ocasionan al cuerpo y, desde la década de los 70, los alemanes, japoneses y europeos, ha ido generado una corriente de vuelta a la naturaleza, al consumo de los alimentos producidos sin agroquímicos.
Por lo general, la agricultura orgánica se da en zonas de alta y muy alta marginación, a donde no llegó la modernidad ni la Revolución Verde, como la Sierra Costa michoacana donde, según el doctor en Agrobiología, Rubén Quintero, hay una superficie susceptible de producir orgánicos de cinco mil hectáreas, con un periodo de conversión de un año.
El proceso para la conversión es relativamente sencillo y barato, según el gerente general de la agencia certificadora Metrocert, México Tradición Orgánica, Mauricio Soberanes Hernández: de inmediato si se trata de terrenos que nunca han sido cultivados, de un año cuando se han cultivado sin agroquímicos y cuando esas sustancias han sido aplicadas la conversión tarda dos años en el caso de cultivos anuales y tres en los perennes; aunque hay productos que se aplicaron hace 25 años y todavía salen en los análisis de laboratorio como el DDT o cloruro de metilo.
En todos los casos se requiere de una declaratoria del productor,una inspección por parte de una agencia certificadora acreditada, que toma una muestra de suelo y lo manda a algún laboratorio con ISO17025, compatible en cualquier parte del mundo, para demostrar que no hay sustancias órgano cloradas u órgano fosforadas en el suelo.
Tanto tiempo puede ser desalentador para los productores convencionales que aspiran a convertirse en orgánicos, por lo que se han buscado mercados y certificados alternativos, por ejemplo el Rainforest, la ranita verde que se ve en algunos productos que se expenden en los supermercados, que otorga una organización muy seria cuando el productor ha reducido, al menos, en un 50 por ciento el uso de químicos, indicó Soberanes Hernández.
En la búsqueda de recuperar o conservar la salud, no solo personal sino del medio ambiente, la agricultura orgánica también se desarrolla en las ciudades, en pequeñas parcelas, patios, azoteas o paredes y muchas personas, como Cecilia Troop se dedican a cultivar de manera natural alimentosque ellos mismos comercializan.
“Todo surge de la preocupación de un grupo de amigas sobe la comida, yo empecé con una hortaliza y la gente puede visitarla y constatar que se puede lograr mucho en pequeños espacios, es agricultura urbana orgánica y a partir de eso llevo siete años ya”.
Hay también algunas instituciones como los Fideicomisos Instituidos en Relación con la Agricultura (FIRA) que imparten talleres para desarrollar huertos familiares en los que, en tres días, se aprende de manera vivencial, a planear y diseñar un huerto, a alimentar la tierra mediante la elaboración de compostas y a controlar plagas con esencias vegetales.
Organizaciones de la sociedad civil como SlowFood son más ambiciosas ya que pretenden educar a los niños a alimentarse con sentido. Aliados, pequeños productores con las escuelas de gastronomía y la Asociación de Nutriólogos acuden a las escuelas y explican a los estudiantes, profesores y padres de familia cómo deben alimentarse, les enseñan a preparar los almuerzos y a cultivar los alimentos que se requieren. En tanto se obtiene la primera cosecha del huerto escolar, organizan tianguis en los patios de las escuelas. El problema es que, por falta de recursos económicos y humanos, lo hacen en muy pocas escuelas, Indicó una de las promotoras, Mariana Hernández.
Actualmente, los alimentos orgánicos se encuentran en estantes de tiendas departamentales transnacionales como Walmart, establecimientos especializados como BioMarket ubicada en boulevard García de León o tianguis como el que, cada 15 días, organiza la señora Troop, en su parcela, llamada La Ruta Natural, atrás del templo de Santa María de Guido.
En ese tianguis se pueden encontrar hortalizas, cereales, lácteos, cárnicos, miel, pan integral, productos de limpieza personal y hasta bebidas espirituosas, todo de temporada y aunque hacen el esfuerzo porque los precios sean similares a los de los alimentos convencionales, tienen un sobreprecio que no muchos pueden pagar.
Denis Trejo, dijo que busca productos orgánicos desde hace dos o tres años, aunque no los consume siempre ya que es muy difícil conseguir de todo, es más caro y tiene que ir balanceando la economía familiar; por ejemplo, tres manojos de apio le costaron 36 pesos cuando en el mercado o en el súper, un manojo más grueso cuesta 27 pesos. La pieza de huevo se vende a tres pesos, el doble que en el supermercado.
“He leído algunas cosas, he visto algunos documentales, entrevistas de gente que habla sobre los beneficios y luego, al entrar en contacto con la gente que los produce y vende, uno se va dando cuenta de que ellos están al cuidado de las plantas, de que no tienen abonos o cosas que luego pueden hacer daño a la salud”.
No obstante los atractivo del sobreprecio para los productores, ninguna institución los apoya para lograr la conversión y certificación. El poco apoyo que tenían se terminó con el cambio de administración, entre éstos, la tienda que estaba en las oficinas de Agronegocios, o el tianguis anual que organizaba esa oficina. El director de esa oficina gubernamental no quiso dar entrevista.
La SEDRU mantiene el programa de biofertilizantes pero, debido a que le recortaron 600 millones de pesos del presupuesto para este año, la inversión será de solo 6 millones de pesos, cantidad de la que descontarán un millón 800 mil pesos que adeudan a los proveedores y, considerando los gastos de operación, el monto se reduce a tres millones 900 mil pesos, recurso que alcanzará para unas 60 mil dosis, considerando que los productores aporten el 50 por ciento del recurso.
Cada dosis es de 2 a 4 litros por hectárea si son foliares y dos kilogramos por hectárea si son sólidos, lo que significa que únicamente serán beneficiadas 12 mil hectáreas, principalmente de los municipios de Acuitzio, Aguililla, Alvaro Obregón, Angamacutiro, Angagueo, Apatzingán, Briseñas, Arteaga y Buena Vista.
Para la comercialización tampoco hay apoyo alguno, reconoció Denny Méndez, del programa de Agroindustrias de la Secretaría de Desarrollo Económico (SEDECO). El año pasado no otorgó ni un centavo y este año espera poder bajar unos 250 mil pesos para certificaciones aunque tiene claro que antes hay que buscar los mercados ya que, consideró, si el producto es bueno, el consumidor viene por él, pero hace falta un sistema de inteligencia para poder hacer negocios.
Serafín Hernández Loza, productor de Zitácuaro, oferta zarzamora, coliflor, brócoli, jitomate, guayana, durazno, frijol, maíz; tienen sus huertas y produce sus compostas y trae la muestra de sus productos al tianguis de Santa María, que se organiza solo cada 15 días.
“La gente ya nos conoce, no solo venimos aquí, a la Ruta de la Salud, vamos también a San Miguel de Allende, a Querétaro. Es complicado andar itinerantes. Casi salimos a mano, lo mejor sería tener un punto de venta pero es muy difícil porque producimos y vendemos, si nos dedicáramos a producir y alguien a vender nos ayudaría mucho; aunque el gobierno dice que apoya, uno gasta más en vueltas y vueltas, que tráigame esto, tráigame lo otro, gasta uno más que lo que pueden apoyar, pura pérdida de tiempo”.
Esa falta de apoyos a la producción de alimentos orgánicos, ecológicos o biológicos tiene que ver con que la ley federal, que data del 2006, aunque vigente no es aplicable, porque fue hasta el 2010 cuando se publicó el reglamento pero siguen sin autorizarse los lineamientos generales y por lo tanto los recursos públicos no fluyen.
A nivel estatal hay dos iniciativas de ley, una que está por presentar la diputada del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Rosa María Molina Rojas, quien abrió a consulta su proyecto con productores, certificadores, investigadores e instituciones educativas, razón por la que ha demorado año y medio en presentarla.
Entre las principales propuestas de esa iniciativa están la de un sistema de inteligencia que permita hacer negocios ya que actualmente no se dispone de un banco de datos estatal, ni nacional, que permita conocer cuántos productores hay, qué producen, en que extensión, cuánto se va al mercado interno y cuánto a la exportación, la cantidad de productos disponible o con qué calidad; contempla también la creación de certificadoras participativas, la capacitación interinstitucional a los productores y el apoyo a la comercialización, a través de tianguis.
La otra iniciativa fue presentada, a fines del año pasado, por el diputado del Partido de la Revolución Democrática (PRD), Érik Juárez Blanquet, pero en el “madruguete” a Molina Rojas se “refriteó” la ley de Chiapas con todo y dedazos y faltas de ortografía.
Para muestra, el artículo tercero en el que se define la agencia certificadora: “es el organismo privado facultado por la norma ISO/IEC 65, para calificar y certificar los sistemas, procesos y productos orgánicos, a fin de garantizar la emisión de un certificado de producción, transformación y comercialización orgánica, el cual es reconocido tanteen (SIC) el ámbito nacional como internacional”. Al “tanteen” le quitó el (SIC), pero lo dejó tal cual en lugar de, al menos, corregir el error y escribir tanto en…
Datos de la (SAGARPA) indican que México ocupa el tercer lugar mundial en producción de alimentos orgánicos y Michoacán se ubica entre los primeros, luego de Chiapas, Oaxaca, Querétaro y Guerrero, por lo que se todos los entrevistados coinciden en que la agricultura orgánica representa una oportunidad.