Por Jorge Octavio Ochoa.- En los últimos días, se ha desatado en las redes sociales toda una fiebre de “rumorología” en la que se habla de presuntos cambios en el gabinete del Presidente, Enrique Peña Nieto, de cara al inicio del año electoral 2018.

Sin muchas bases de credibilidad, se dice  que este lunes se anunciará el arribo de Aurelio Nuño a Gobernación; Miguel Ángel Osorio Chong a Sedesol; José Antonio Meade al Banco de México; José  Renato Sales a PGR.

También se comenta  que Enrique  Ochoa dejará el CEN del PRI para ir a PEMEX y su lugar sería ocupado por el Senador Emilio Gamboa, quién eventualmente tendría que solicitar permiso y luego buscaría una curul en la Cámara de Diputados.

No se sabe el origen de estos mensajes ni se entendería la lógica de los cambios, salvo la intención de incrementar más y más el ambiente de nerviosismo e inestabilidad general que ya de por sí vive el país.

Si bien es cierto que en los últimos días el secretario de Educación ha andado en un auténtico rodshow promoviendo su reforma educativa, no se entendería tanto brinco en un suelo tan disparejo, para después dejar todo botado e irse a las oficinas de Bucareli.

Tampoco hace sentido el paso de Osorio a SEDESOL, una dependencia que cayó en un hoyo negro luego de que salió José Antonio Meade, salvo para minimizarlo como potencial candidato o en su defecto, dejarlo listo para renunciar y presentar su candidatura.

Sólo el caso de Meade tendría lógica, en un posible paso al Banco central, porque es un ámbito que conoce. Sea como sea, en todos estos movimientos pesa una lógica aplastante: casi todos aspiran al 2018 pero entre octubre y enero tendrían que renunciar.

Esto nos dice que hay una intención manifiesta de crear confusión para armar nuevos escenarios donde las coaliciones y los candidatos ciudadanos se conviertan en el factor de contrapeso que podría cambiar el rumbo de la historia.

Las figuras que hasta ahora suenan para ser candidatos a la Presidencia sufren del mismo mal que permea la política mexicana: el total descrédito y la animadversión de los ciudadanos. Ese factor es lo que ha desbrozado y facilitado el camino a la prédica de López Obrador.

Inseguridad-violencia-corrupción, son el tridente que tiene hoy a los partidos tradicionales atrapados por el cuello y contra la pared, más aún cuando mayo y junio se convirtieron en los meses más funestos en la historia de México por el volumen de crímenes y asesinatos.

Nunca como ahora hubo tantos gobernadores involucrados en actos de corrupción y desvío de recursos públicos; nunca se desbordó tanto la delincuencia organizada como para atenazar la capital de la República desde los barrios bajos de la periferia.

Nunca como ahora hubo tanta incapacidad junta y tan pocas respuestas que den un asidero de tranquilidad. Los mexicanos empiezan a ver con miedo este cambio de sexenio porque presienten que se avecina un tsunami político-económico que nos puede ahogar a todos.

Ese ambiente de inseguridad en todos sentidos es lo que empieza a fortalecer la teoría, si no de la segunda vuelta electoral porque quizá ya no hay tiempo para ello, sí de una gran coalición política en torno de una figura novedosa y aglutinadora.

No son esos candidatos que ahora nos venden los que están en el ánimo de los mexicanos. Todo mundo espera algo así como una sorpresa, que despierte la ilusión y que nos haga creer en que verdaderamente vendrá el cambio. Sin duda, tampoco es AMLO ese cambio.

Todos ellos están en la quemazón política y por eso PAN y PRD calientan la idea del FAD como una alternativa que ilusione a los mexicanos. Sin embargo, los posibles candidatos son los que no emocionan. Unos, por grises; otros, por estar demasiado cercanos al poder.

El propio líder del Senado, Pablo Escudero Morales, refrendó la posibilidad de entrar al FAD o discutir acercamientos con el PRD; porque precisamente tienen claro que la tradicional alianza con el PRI los tendrá al filo de la butaca hasta el último minuto de las elecciones.

Para nadie es un secreto que Escudero es el yerno de Manlio Fabio Beltrones, el genio macabro que desde hace más de dos años empezó a gestar la idea del gobierno de coalición con un jefe de gabinete o una especie de Primer Ministro que comparta con el Presidente todo el poder.

La teoría de la 2ª vuelta electoral ronda incluso ese proyecto, con partidos que acuerdan un reparto ponderado de posiciones, para evitar así el enfrentamiento. Es, según nos dicen, una forma abierta de cogobernar.

Eso es lo que precisamente ha atacado Andrés Manuel en su perorata sobre las mafias del poder, dando a entender que los viejos partidos políticos quieren repartírselo todo, mientras que MORENA lo quiere todo para ellos.

En ambos extremos hay mezquindad, sin duda, pero la pregunta es: ¿qué tanto le serviría al país reinaugurar un sistema de partido totalitario donde sólo un grupo y en este caso, un solo hombre, decide todo cuanto pasa?

Eso fue lo que instauró el viejo PRI desde el principio de su historia y logró sentar a todas las facciones revolucionarias para terminar con el baño de sangre. Sin embargo, convirtió al presidencialismo en el fiel de una balanza que se ha ido descalibrando.

Fue útil en su momento, pero dejó el equilibrio de Poderes en auténtica letra muerta. Hoy, convertir a Congreso en un auténtico fiel de la balanza, parece la única salida mesurada por la que podría transitar México con verdadera estabilidad.

Creer que un solo hombre o un solo partido nos devolverán la confianza en el futuro es una falacia, menos aún un partido que estamos viendo, a la luz de Tláhuac e Iguala, que también es parte de las mafias, y no sólo del poder, sino del crimen organizado.