La opción
La observación electoral es una vía y un instrumento de participación ciudadana democrática y democratizadora. Por su naturaleza, la observación electoral legitima los procesos electorales… cuando son legítimos. Y por eso también, cuando los procesos electorales no son lo legítimos que su exigencia de integridad reclama, en vez de legitimarlos, los deslegitimiza exigiendo y promoviendo su transformación. Intentar utilizar a la observación electoral para legitimar procesos electorales ilegítimos es tan corrosivo para la democracia como intentar usarla para deslegitimar procesos legítimos. De allí que el cuidado y potenciación de la observación sea tan relevante. Hoy, frente a la complejidad de las elecciones del 2018 así como después de las elecciones del 2017, es claro que la observación electoral mexicana está llamada a relanzarse en tanto agente del ejercicio democrático y de la exigencia democratizadora.
La observación electoral
La observación electoral es una vía y un instrumento de participación ciudadana democrática y democratizadora. Es una vía porque es una de las múltiples formas, normadas o no en las leyes, que tiene la ciudadanía para participar, hacerse sentir e incidir sobre los procesos políticos que son de su interés, en este caso en torno a las lecciones y su integridad. Es un instrumento porque, cuando está contemplada en las leyes correspondientes, es una potestad que se ejercerse como parte de los derechos humanos fundamentales en materia político electoral. Es democrática porque significa la puesta en práctica de un mecanismo del régimen político de la democracia que, en sí mismo, supone ciertamente reglas para el acceso al poder, pero también para el propio ejercicio y, lo que ahora es más relevante, para el control del poder. Y es democratizadora porque, al ejercerse, sus resultados siempre suponen señalamientos críticos, propuestas o de plano exigencias para mejorar la calidad de la propia democracia que la hace posible. Por todo ello, la observación electoral es una vía y un instrumento de participación ciudadana democrática y democratizadora.
Como su denominación lo dice, la observación electoral consiste en observar elecciones o, mejor aún, los procesos o ciclos electorales en su conjunto, e incluso todo aquello que ocurre en el espacio público electoral aún cuando no está propiamente en desarrollo una elección y, desde luego, más allá del día de la jornada y el desempeño de sus casillas. Su función y misión es observar: mirar y visibilizar al mismo tiempo. Con ello, contribuye a la transparencia, el acceso a la información pública y a la rendición de cuentas en los procesos electorales. Además, organiza, pone en contacto a personas comprometidas, al tiempo que crea una red de alianzas, acompañamiento y protección a las autoridades electorales resilientes que, en contextos de baja calidad sus democracias, deben estar acompañadas y empeñadas en cumplir su misión y función democrática.
Por eso, la observación electoral legitima los procesos electorales… cuando son legítimos. Y por eso también, cuando los procesos electorales no son lo legítimos que su exigencia de integridad reclama, en vez de legitimarlos, los deslegitimiza exigiendo y promoviendo su transformación. De allí que la fuerza de su contribución democratizadora radica en su autonomía e independencia, en su objetividad y certeza, en sus buenas prácticas internacionales, en su propia integridad y autenticidad, así como en su capacidad para promover y sujetarse al régimen legal democrático. Intentar utilizar a la observación electoral para legitimar procesos electorales ilegítimos es tan corrosivo, grave y riesgoso para la democracia como intentar usarla para deslegitimar procesos legítimos. De allí que el cuidado y potenciación de sus cualidades democráticas y capacidades democratizadoras sea tan relevante para elevar la calidad de las democracias y la integridad de sus elecciones.
La observación electoral en México
Consecuentemente con lo anterior, en la experiencia mexicana la observación electoral ha sido tanto un ejercicio democrático como una vía democratizadora, que ahora puede relamzarse. Las abigarradas elecciones del 2018 son una oportunidad para relanzar a la observación electoral en clave democrática y democratizadora.
Aún antes de existir en la ley, la observación electoral mexicana contribuyó a generar un clima de exigencia pública y acompañar a las propuestas de reformas constitucionales y legales que, en torno a la controvertida elección presidencial de 1988, permitieron catapultar el proceso de transición democrática en el país rumbo a la pluralidad institucionalizada y el régimen poliárquico de alternancias políticas que el país no ha dejado de experimentar desde entonces, tanto en los ámbitos federal como local y municipal.
Fue a partir de 1994, en el contexto de ese año que “vivimos en peligro”, como claramente señaló la revista Nexos, que la observación electoral nacional cobró carta de naturalización en la vida electoral mexicana. Chovinistas como entonces éramos, no nos atrevimos a nombrar y facultar como “observación electoral” a la que, sin embargo, aceptamos que realizaran las y los eufemísticamente llamados “visitantes extranjeros”. Pero lo cierto es que, a partir de allí, la observación electoral internacional también nos ha acompañado, buenamente encabezados por el muy apreciado y reconocido Nguyen Huu Dong y ahora dirigidos de igual forma hacia la observación de elecciones subnacionales, con la ciudad de México como pionera y Gerardo de Icaza como gestor desde la Organización de Estados Americanos.
En una apretada síntesis, puede decirse que la observación electoral mexicana pasó del ámbito de exigencia pública democratizadora desde la sociedad civil organizada a una presencia bien articulada dentro de la autoridad electoral federal, decidiendo participar bajo la figura de los consejeros electorales tanto en el Consejo General del IFE, como en sus consejos locales y distritales, y de allí a la aparición de organizaciones semi-profesionalizadas de diverso tipo que obtienen el financiamiento que se dispone en el fondo de apoyo a la observación electoral que presupuesta el gobierno de la República, recibe el INE y administran organizaciones internacionales, tradicionalmente el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en México.
Hoy, frente a la complejidad y complicación de las elecciones del 2018, así como después de registrar las lecciones aprendidas de las elecciones de esta víspera del 2017 y ya situados en los prolegómenos del proceso electoral venidero, es claro que la observación electoral está llamada a reanimarse y regresar por sus fueros en tanto agente de ejercicio democrático y exigencia democratizadora.
Haya o no haya dinero del fondo de apoyo, existan o no existan gafetes de por medio, la observación electoral nacional y extranjera en México deber ser lo que es: una vía y un instrumento de participación ciudadana democrática y democratizadora que ahora exige responsabilidad de los actores políticos, incluidos las y los propios observadores, para promover una mejor calidad de nuestra democracia y una actitud resiliente de las autoridades electorales para consolidar la integridad de nuestras elecciones. Ni más, ni menos.
*El presente artículo de opinión de publicó originalmente en la revista Signum, y se reproduce con la autorización del autor.