Cárceles vacías: retos del Sistema Penal Mexicano
EL CADAVER DE “LA JORNADA”.
¿Qué significa que el diario emblema del sindicalismo independiente, que nació parea dar voz a los que no la tienen, haya recurrido a todo lo que cuestionó por años y haya despedido y demandado penalmente a los dirigentes del Sindicato de Trabajadores de La Jornada (Sitrajor)?
¿Dónde están la solidaridad gremial y la condena periodística por la brutal represión contra periodistas que sólo defienden la legitimidad de su fuente de trabajo? ¿Dónde están los sindicatos independientes a los que por años defendió por La Jornada? ¿Por qué la complicidad del sindicalismo independiente, ante la barbarie de la patronal de La Jornada?
¿Qué significa el aval silencioso y de complicidad de los reporteros de La Jornada, de sus reputados columnistas que con severidad cuestionan la injusticia y la arbitrariedad, pero cuando esa injusticia y esa arbitrariedad se dan “en los bueyes del compadre”?
¿Qué entender frente al silencio de articulistas de La Jornada, que a diario denuncian la injusticia en la sociedad toda, pero callan la podredumbre en la casa de La Jornada, en donde despiden sin el menor pudor a los líderes sindicales que resultan incómodos a una mentirosa y convenenciera genética de izquierda?
¿Dónde están los accionistas y directivos de La Jornada, enriquecidos con la mentira y la doble moral de un periodismo que ya no lo es porque se convirtió en activismo militante y en una marca periodística desvirtuada y envilecida hasta la náusea?
¿Cómo entender que sucesivos gobiernos federales del PRI salvaron de la quiebra económica a La Jornada, mientras que La Jornada sigue siendo el panfleto oficial del dueño de Morena; mientras La Jornada es el órgano oficial –en México–, de la dictadura venezolana; primero del golpista Chávez y luego del criminal Maduro?
¿Cómo explicar a los fundadores de La Jornada –esos que apostaron por la pluralidad de ideas, como elemento central del periodismo–, que un diario que en su primera década de vida fue ejemplo de periodismo plural, independiente y crítico –como fue La Jornada de su primer director–, haya terminado convertido en panfleto defensor de las dictadura cubana y venezolana y de causas como las de Eta en España y otros grupos extremistas?
¿Qué decir de una primera plana que ya es histórica; acaso la única fuera de la prensa oficialista de Maduro en Venezuela, que en su nota principal avaló el golpe de Estado a la democracia venezolana, cuando Maduro simuló una elección que sólo justificó el fin del congreso en ese país?
La respuesta a todo lo anterior es elemental. Estamos ante el cadáver de La Jornada.
Al tiempo.