El Salto, Puruarán/Gerardo A. Herrera Pérez

Así como observamos cuerpos de agua en crisis medioambiental, social, mental y financiera, también vemos mantos friáticos que se abren a pozas con aguas cristalinas, templadas, generosas, y que han sido los espacios naturales donde se realiza convivencia, promoviendo los valores de la comunalidad y el respeto a la otredad.
Los espacios a los que me refiero, se localizan en diversos lugares de Turicato, pero en esta ocasión comentaré sobre las pozas “El Salto”. Dichas pozas se localizan a cinco minutos de Puruarán, rumbo a la población de Tavera.
En un recorrido por la mañana, antes de que arrecie el calor, aun en estos tiempos de invierno, con paso firme y después de cinco minutos arribamos a un lugar paradigmático, ahí, se localizan tres pozas, de distinto tamaño, al lugar se le denomina El Salto.
Enclavada entre los sembradíos color esmeralda del cañaveral, bajo el cielo de un profundo azul celeste cubierto de una diadema de nueves blancas y acompañados en contraste de colores, azul, verdes, amarrillos y ocres de las lamas, así como del intenso rayo del sol que anuncia pronto un rebrote de primavera, es la primera impresión que sentimos al estar en contacto con la naturaleza, al hacer alteridad con el otro que no es humano, pero que es la biodiversidad y la naturaleza, el contraste de lo inerte y lo no inerte, el agua, la tierra, el aire y la luz. Un espacio que aún vive la espiritualidad, es decir el respeto a la vida.
En un contexto de tranquilidad y frescura nos reciben tres pozas de distintos tamaños abrigados por ahuehuetes añosos y abrazados por roca volcánica, de miles de años. La pozas contienen agua cristalina, que nos regala las entrañas de la madre Tierra, es decir, que nos obsequia Gaia. El azul intenso de sus aguas, las cuales transparentan su fondo y a la vez su intimidad, porque ellas no hacen opacidad, son transparentes; estas aguas también nos ofrece una diversidad de expresiones, de vida y organismos que dependen de esa posibilidad de la biología del amor, de esa manera de comprender la vida al centro, la vida como un sistema autopoietico molecular nos expresaría Humberto Maturana.
Las pozas han sido el lugar de enseñanza de padres a hijos, de generación en generación; los ahuehuetes son mudos testigos del amor que ahí se ha fundido, de la experiencia que han trasmitido padres a hijos para aprender a conocer; ha sido también el espacio para tareas de ejercicios estéticos, como el que ahora puedo hacer. La belleza que nos obsequia la madre Naturaleza, Pachamama, nos permite reconocer la importancia de proteger, de cuidar, de respetar, de promover la ecoconciencia, en estos espacios que nos invitan a la felicidad planetaria.
La Carta de la Tierra en su preámbulo insiste en que la humanidad es parte de un vasto universo evolutivo. La Tierra, nuestro hogar, está viva con una comunidad singular de vida. Las fuerzas de la naturaleza promueven a que la existencia sea una aventura exigente e incierta, pero la Tierra ha brindado las condiciones esenciales para la evolución de la vida. La capacidad de recuperación de la comunidad de vida y el bienestar de la humanidad dependen de la preservación de una biosfera saludable, con todos sus sistemas ecológicos, una rica variedad de plantas y animales, tierras fértiles, aguas puras y aire limpio. El medio ambiente global, con sus recursos finitos, es una preocupación común para todos los pueblos. La protección de la vitalidad, la diversidad y la belleza de la Tierra es un deber sagrado. Agradezco las atenciones al maestro Elisander C. Mauleón, por la invitación a conocer El Salto, esta nota es complementaria, agradezco también sus reflexiones, acuerpa muy bien la nota.