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“El origen del universo”
Desde siempre, el ser humano ha buscado explicar los fenómenos que observa, percibe y siente. Su curiosidad es intrínseca y ha sido un motor y una herramienta indispensable en el proceso evolutivo.
En los primeros tiempos, gracias a la observación y al método heurístico de prueba y error, el hombre aprendió distintas cosas acerca de su entorno: como saber qué alimentos podía comer o cuáles eran las capacidades de algunos de sus depredadores. Conforme avanzó el tiempo se dio cuenta que no contaba con el conocimiento necesario para poder explicar todos los fenómenos, en especial los de la vida, los astronómicos y los relacionados con el clima y la Tierra; así que, ante la incapacidad para encontrar las explicaciones que, si bien ahí estaban, pero por el momento histórico y evolutivo en el que se encontraba no lograba descifrar, encontró otro camino que en su momento pareció razonable, y comenzó a explicar los fenómenos que no comprendía, como si fueran el resultado de la voluntad de unos superseres que fue inventando, a los que denominó dioses. En su limitación cognoscitiva, incluso llegó a creer que podía influir en la voluntad de estos dioses para su beneficio (interactuando con ellos generalmente en una relación de amo/subordinado), por ejemplo: haciendo una danza para que lloviera, sacrificando vidas humanas para tener un buen año de cosechas o hablando directamente con la deidad (rezando).
Esta forma de explicar los fenómenos, dio lugar a miles de dioses en las diferentes culturas y pueblos a lo largo de la historia humana; un dios para cada cosa que no se podía explicar, un dios para explicarlo todo o la mezcla de un dios supremo con otros dioses inferiores. Y así surgieron: el dios de la lluvia, el dios del amor, el dios del sol, el dios de la muerte, el dios de la fertilidad, el del maíz, el dios Creador del universo, el Todopoderoso, etc., lo cual nos ha llevado a tener registrados más de 5,000 dioses, distribuidos en las aproximadas 4,200 religiones* que han existido a lo largo de la historia humana.
En la actualidad, comprendemos el cómo y el porqué de miles de fenómenos. La necesidad de tener dioses para explicarlos resulta absurda y fútil, después de todo, ya sabemos que el sol es una estrella y no un dios. Hoy nos encontramos en un momento de la historia, en donde la inteligencia (cuando nos decidimos a usarla), la ciencia y la evidencia acumulada, supera con creces la necesidad de mantener vivos a algunos de los dioses inventados en el pasado, para explicar las cosas que aún no comprendemos; en estos casos, los escenarios posibles son dos: por un lado, sabemos por experiencia que solo es cuestión de tiempo que la capacidad humana y la tecnología lleguen al punto en el que el conocimiento explique las cosas; por el otro, tendremos que aceptar en algunos casos que la propia realidad nos impedirá conocer con certeza algunos fenómenos, por ejemplo: el límite del universo observable (que lo define la velocidad a la que viaja la luz), está limitado a los objetos cuya luz podemos observar, como hay objetos lejanos que viajan a una mayor velocidad que la de la luz, gracias a la combinación de la expansión del universo y su propia velocidad, jamás podremos verlos ni estudiarlos, ya que su luz nunca llegará a nosotros.
Ahora bien, cuando queremos contestar la pregunta: ¿cuál es el origen del universo?, resulta interesante observar que todavía muchas personas, como en la antigüedad, sostienen que es obra de un dios, argumentando que el misterio del universo y la perfección de la naturaleza es tal, que no es posible que sean producto del azar, sino que es el diseño de una inteligencia superior (lo cual se dice sin evidencia alguna). Aun así, llama la atención la línea de razonamiento: Para explicar un fenómeno tan complejo, fantástico e inasequible como lo es el origen del universo, de repente parece tener toda lógica que el motivo sea la voluntad de un superser que, por sí mismo, es aún más complejo, fantástico e incomprensible que el propio fenómeno; porque que además, resulta que también tiene la capacidad creadora y la inteligencia para hacerlo. Esto sin plantarle cara con la misma lógica con la que se le planteó al origen del universo y preguntar ¿cuál es entonces el origen de este dios creador?, ¿de dónde salió?, ¿quién lo creo?, y así, continuar preguntando por el origen de las respectivas respuestas una tras otra, sin llegar a ningún lado. Ante la evidente falta de razonamiento y capacidad para explicar el origen del superser, normalmente nos encontramos con la absurda respuesta: ¡Siempre ha existido, es eterno! (?), lo que nos deja, en pleno siglo XXI, en la misma posición que los adoradores de Tlaloc (dios inventado por los Aztecas para explicar el fenómeno de la lluvia).
Retomando el camino de la razón, la inteligencia y el análisis, nos encontramos que la respuesta acerca del origen del universo, aunque aún no la sepamos, nada tiene que ver con algún dios. Por cierto, para explicar de forma simple lo que parece un diseño inteligente y ordenado del universo en donde encontramos galaxias en espiral y planetas orbitando en círculos y elípticas alrededor de sus estrellas, sólo hay que arrojar un poco de chocolate en polvo en un vaso de leche y ver como ese caos aleatorio de partículas, comienza a ordenarse cuando batimos con una cuchara con movimientos circulares, haciendo que la fuerza centrífuga de orden a las partículas y las distribuya de forma homogenea, igual que lo hace la fuerza de gravedad con las estrellas y galaxias en el universo… ¡Así de sencillo!
(*) De acuerdo con el filósofo estadounidense Kenneth Shouler y su libro The Everything World’s Religions Book, mencionado en un artículo de Manuel Ansede en EsMateria.com el 25/12/2013
Un saludo, una reflexión.
Santiago Heyser, Sr. y Santiago Heyser, Jr.
Escritores y soñadores