MORELIA, Mich., 25 de noviembre de 2016.- Afuera, abajo, los visitantes con su multiplicidad de acentos e idiomas; los vendedores de alimentos, recuerdos y cigarrillos por unidad; los vehículos que aguardan el retorno de sus ocupantes, los niños recitadores de canciones ininteligibles.

 

Adentro, arriba, a 3 mil 200 metros sobre el nivel del mar, la soledad, la luz que traspasa trabajosa la arboleda, el viento frío que se cuela bajo la ropa invernal, los caminos excavados en el cerro a fuerza del paso de los visitantes, y, sobre todo ello, los colores naranja, negro y blanco de los muertos que retornan a sus seres queridos en forma de mariposas Monarca.

 

El santuario El Rosario, uno de los sitios donde hibernan los lepidópteros que escapan del crudo invierno canadiense, ha abierto sus puertas al público para permitir a propios y extraños la contemplación de uno de los fenómenos naturales emblemáticos de Michoacán, que comparte con Estado de México.

 

Situado al oriente del estado, El Rosario, en las inmediaciones del municipio de Ocampo, demanda de sus visitantes un recorrido de cerca de 1.7 kilómetros cuesta arriba que inicia con el pago en taquilla del ingreso, 50 pesos por adulto y 40 pesos por niños de hasta 12 años.

 

Una primera impresión que podría resultar engañosa genera la presencia de comercios que expenden alimentos típicos de la zona, bebidas embotelladas en PET y algunas frutas. A su lado, mujeres con cajas de cartón en las manos y sus pequeños en torno de ellas ofrecen recuerdos como portalápices, aretes, llaveros, todo con detalles de la Monarca.

 

Los primeros pasos se antojan fáciles, sobre las escaleras y las rampas, sujeto el paseante en el pasamanos de cuerda blanca, que abarca algunos metros.

 

Sin embargo, la naturaleza termina por imponerse, dejando atrás vendedores, olores de comida, risas de niños y superficies planas para andar.

 

El paseante se enfrenta a un sendero marcado y un camino de tierra que no admite descanso, siempre hacia arriba, donde la compañía consiste en el silencio de la zona boscosa, algunos insectos que pululan al abrigo de los árboles y los turistas que inician o culminan el recorrido, con sus guías.

 

Las personas en buena forma física encontrarán excitante este segmento de la visita al santuario, pero quienes no acostumbran la práctica deportiva podrán resentir el esfuerzo adicional que al corazón, los pulmones y los músculos demandan las pendientes y la altura creciente; sin embargo, la recompensa que espera al término es suficiente aliciente para seguir adelante.

 

Cuando las fuerzas parecen abandonar al paseante, arriba a un espacio plano, donde si las condiciones climáticas no le son adversas podrá ver algunas mariposas Monarca que revolotean entre la vegetación.

 

Si es paciente, continuará el camino por más pendientes hasta el término del área abierta al público, a 1.7 kilómetros de su punto de partida y 3 mil 200 metros sobre el nivel del mar.

 

Sobre los árboles, entre las ramas, en los caminos de terracería está la recompensa, ajena a la curiosidad y la admiración que despiertan, en el silencio del bosque, las mariposas Monarca, las almas de nuestros ancestros, descansan, vuelan, viven.