Chocan camión de carga y de pasajeros en la Morelia-Salamanca; 3 heridos
Pocas veces se puede aplicar de manera casi perfecta el sustantivo “culebrón”.
Hablamos del melodrama “Frida”, la inexistente niña que a fuerza del martilleo mediático quedó atrapada no bajo los escombros de una escuela sino del imaginario de una sociedad hambrienta de espectáculo. No hay sociedad en la que el espectáculo no acompañe a la tragedia.
El problema es que si bien ganamos la definición exacta del “culebrón Frida”, también es cierto que esa lacrimógena telenovela nos llevó a perder –a la sociedad toda–, confianza en los medios, en las instituciones y, sobre todo, en el periodismo.
Y es que si bien conductores, reporteros y medios han culpado a La Marina del “invento Frida”, también es cierto que para que el cuento sea cuento, se requieren dos; el creador de la narrativa y el que cree el cuento.
En efecto, mandos de la Marina cometieron una pifia garrafal en la comunicación. Pero los marinos son marinos, no conductores de noticias, no son periodistas y tampoco comunicólogos. En efecto, debieron decir que, “según los rescatistas, existía la versión tal o cual”, pero eso lo saben los periodistas, no los marinos.
Por tanto, era y es tarea periodística contrastar, investigar y aclarar las notorias inconsistencias del “culebrón Frida” –más si era versión oficial–, antes de dar por buena la historia.
Por ejemplo, nadie investigó el paradero de los padres de “Frida”; de los padres de cuatro o 40 niños supuestamente atrapados. ¿Imaginan la reacción de dos, 20 o 40 padres desesperados por sus hijos sepultados bajo la escuela? ¿Por qué ninguno de los grandes medios fue más allá de la versión oficial y buscó la lista de alumnos, probó la veracidad del dicho de rescatistas y marinos? ¿Por qué los marinos no colocaron frente a los medios un experto en comunicación..?
Hoy, los medios que tragaron sapos y serpientes por el cuento “Frida” culpan a la Marina por el engaño.
Olvidan que en el periodismo clásico –y en el dizque periodismo moderno que dicen existe en México–, la única versión oficial es la de los hechos. El periodismo no es un acto de fe –buena o mala–, sino de hechos.
Es decir, los grandes medios y las influyentes páginas que sólo copian el periodismo independiente, debieron checar, verificar y reportear. Pronto habrían descubierto el engaño, como lo hicieron pequeñas páginas.
Hoy, por conveniencia y doble moral, muchos culpan a la versión oficial, pero son los mismos que siempre dudan de las versiones oficiales. ¡Milagro, ya creen las versiones oficiales!
Marinos y medios, prensa y periodistas reprobamos la prueba del 19-S. ¿Y la disculpa mediática?
Al tiempo.