En riesgo el trabajo con cantera; altos costos y de materiales, afectan
Nada –y nada es nada–, justifica la “madriza” que manos criminales propinaron a Ana Gabriela Guevara, agredida en las calles de la capital del país a causa de un presunto incidente de tránsito.
Y no existe –por donde se quiera ver–, razón que justifique la agresión a la velocista que gusta de viajar en motocicleta.
Y muchos podrán decir misa –y justificar el hecho, como respuesta a la prepotencia propia de políticos o de las mujeres de la política–, pero tampoco en ese caso se justifica la “madriza”.
Y es que la barbarie callejera –lanzada contra mujeres o contra hombres–, no debe o no debiera tener lugar en una sociedad de mujeres y hombres civilizados y educados en la convivencia democrática.
Es decir, mujeres y hombres formados en el respeto a las libertades y los derechos del otro –derechos como el libre tránsito, sea en bicicleta, motocicleta o patín del diablo–; formados en el respeto al que piensa distinto, disiente y discute sin imponer el pensamiento propio y tampoco descalifica las opiniones distintas.
El problema es que en esa selva de la antidemocracia que son las calles, todos los días y a cada minuto –en todo el país–, aparece la verdadera radiografía del mexicano medio; fotografías de cuerpo completo que nos exhibe a casi todos como manada de bárbaros.
Y es que en la calle todos o casi todos somos el troglodita que no se asume como ciudadano; que transpira intolerancia y odio al que camina junto a él; animal autoritario y valemadrista que mienta madres a todos y contra todo y que no respeta nada ni a nadie.
Animal citadino que subido sobre las dos ruedas de un patín del diablo, una bicicleta, motocicleta o las cuatro llantas de un automóvil, es igual de cafre, irrespetuoso, violento y violentador de todas las reglas de tránsito y convivencia pero que… rabioso reclama para sí, el respeto que nunca concede al otro.
Lo curioso es que la senadora golpeada en la calle –y cuya agresión nada justifica–, es la misma legisladora cuyo partido –y ella misma–, no respetan las reglas básicas de la convivencia democrática en el Congreso; cuyo líder manda al diablo las instituciones, cuyos colegas –y ella misma–, ofenden con bonos insultantes y cuyos gobernantes “madrean” todos los días a los ciudadanos con sus raterías y corruptelas.
Sí, “la madriza” a la senadora es injustificable, pero la llamada de atención por la barbarie callejera es para todos porque empieza en la casa y la familia.
¿Y qué hacer y qué decir si senadores y diputados son espejo de las madrizas callejeras a los ciudadanos? ¿Qué decir de la autoridad que pronto resuelve la “madriza” a una senadora y nunca atiende las “madrizas” a los ciudadanos de a pie?
Al tiempo.