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MORELIA, Mich., 14 de julio de 2016.- El pasado 12 de julio se celebró en México el día del abogado. No se trata de una profesión sencilla, en realidad es la más difícil de todas las profesiones, ya que en el ejercicio de la misma inevitablemente se da el enfrentamiento con un colega.
Ningún profesionista en el mundo compite con ese alto grado de dificultad, pues en los juicios en los que interviene no solamente tiene que defender el interés de su cliente, sino que debe “medirse” a otro abogado que defiende los intereses de la parte contraria y que tuvo la misma oportunidad de estudiar. Cosa difícil y poco reconocida socialmente.
En realidad la abogacía ha pasado por momentos difíciles, principalmente en gran crisis de credibilidad. La imagen del abogado en nuestro país se fue al sótano y retomar su prestigio no ha sido fácil.- pero gracias al esfuerzo de muchos profesionales del derecho se ha logrado revertir dicha situación.
La profesión no se ejerce en la soledad como muchas otras, ya que el trabajo del abogado es revisado y calificado por el juzgador, quien evidentemente observa la calidad del trabajo que se presenta en el trámite judicial.
En su ejercicio no se pueden ´permitir errores ya que muchas veces implican la libertad o la cárcel para un ciudadano, quizás también una sanción económica o bien la pérdida de un derecho. El trabajo que se desempeña en los tribunales queda para un futuro, a través de los archivos judiciales, ello y nadie más pueden dar fiel testimonio del trabajo desarrollado en el mismo. Lo que se haga o deje de hacer en un juicio queda para el escrutinio público. En esta profesión no se puede ocultar el trabajo que se realiza a favor del “representado”.
Poco a poco la sociedad retoma la confianza en los postulantes; se ha pasado de considerar un despacho jurídico como última opción para ahora depositar la confianza en la representación legal que otorgan. Los “clientes” se han vuelto previsores y prefieren pagar labores jurídicas preventivas que padecer la nulidad de un contrato por estar mal elaborado.
El ejercicio de la abogacía requiere de entrega y pasión, además de otras muchas virtudes científicas. Lealtad de pensamiento y de corazón, son aspectos fundamentales para asumir el reto de defender a otra persona. Quien en la vida profesional no ha tenido las mejores reflexiones y encontrado las estrategias jurídicas en una noche en vela estudiando un expediente, elaborando agravios a los alegatos que se presentarán al tribunal al día siguiente.
Nadie que profese esa noble profesión podrá decir que no ha sufrido ante la incomprensión de un cliente que se duele por una sentencia adversa. Tampoco estarán exentos de la emoción al recibir la notificación de una sentencia favorable a los intereses que se representan. No hay satisfacción mayor que ver a un defenso abandonar la prisión que venía padeciendo, gracias a los argumento jurídicos esgrimidos ante el tribunal.
La postulancia no es la única función de la profesión, también nutre la administración pública, la docencia, la investigación, el notariado, entre muchas otras importantes funciones que se pueden desempeñar para servir a la sociedad.
En todas ella la ética debe ser la nota característica de la actuación del jurista; la verdad y la honestidad complementos inseparables. Es fundamental no olvidar que el servicio del abogado es y será siempre a favor de la justicia.
Cuando se ejerce la función pública, entonces debemos tener la conciencia de ser abogados del pueblo, no solamente por el alto compromisos social de la profesión, sino porque ahora nuestro emolumentos los paga el pueblo de sus impuestos. Entonces el compromiso aumenta porque la representación es la de la sociedad en su conjunto, que deposita su confianza e el funcionario público.
En la docencia la labor no es menos importante.
La formación de las futuras generaciones requiere de amplios conocimientos en todas las ciencias. El letrado no puede ignorar los avances científicos de su tiempo ya que sus alumnos depositan su fe en él como perito en el derecho y como guía para algún día asumir esta bella profesión.
Con esta delicada labor que deben asumir los juristas, la celebración de su día pasó casi desapercibida para una sociedad con grandes problemas económicos y de seguridad pública. En realidad, de pronto pareciera que hay poco que celebrar en una profesión cuyo ejercicio cada día se vuelve más difícil. No por la alta competencia, sino porque la delincuencia afecta sensiblemente su desempeño.
Aun así, poderse llamar abogado es un alto honor, y lo es más, portar los expedientes bajo el brazo en los tribunales antes de iniciar las audiencias. Sentir la pasión y el corazón latir previo al veredicto en la audiencia verbal, son emociones que no se cambian por nada.
Por ello, siguiendo el mandato del decálogo del abogado, cuando Valeria o Emiliano, mis hijos, me pidan consejos sobre su destino, será un alto honor proponerles que se hagan abogados.