MORELIA, Mich., 4 de febrero de 2014.- En el pasado, las guerras y revoluciones en México siempre fueron erupciones derivadas de profundos problemas sociales que desataron un enorme poder destructivo que llevó décadas encauzar, pero siempre fueron sucedidas por largos periodos de paz y desarrollo económico, destaca Enroque Krause en un artículo que publica este martes el portal electrónico del diario estadounidense, The New York Times.

El malestar que expresa ahora la sociedad mexicana tiene una diferente fuente de distinta naturaleza. Si las agresivas reformas de 2013 atraen inversiones, y éstas se aplican honesta y eficientemente (dos grandes condicionales), los principales obstáculos para un verdadero progreso social serán la poderosa fuerza de la delincuencia organizada y la debilidad de las medidas legales y prácticas para enfrentarla, señala.

Desde que México ingreso a la democracia en el 2000 el país ha caído en un ciclo de violencia que es alimentado por una intensa actividad criminal, cuyas imágenes circulan en los medios representando crudamente su horrenda crueldad. Es cierto que los carteles de las drogas y otros grupos de la delincuencia organizada (con aliados en las altas esferas políticas) han crecido vigorosamente de los 70, pero nadie vislumbró siquiera la paradójica causa de su vigorosa expansión: los límites que impone la democracia sobre el antiguo y casi dictatorial del poder presidencial.

La irrupción de la democracia ha tenido un efecto centrífugo sobre el fortalecido poder local. En los lugares en los que políticos y policías son corruptos, los criminales se vuelven autónomos e intocables. Ello ha producido una especie de guerra civil con múltiples frentes, que se ha intensificado entre el Estado y los carteles tanto como entre las propias organizaciones criminales.

La administración del presidente Vicente Fox al principio del milenio, marcada por la omisión, esencialmente evadió el problema. Sus políticas contra el crimen parecían más las del avestruz que la del águila mexicana. Su sucesor, Felipe Calderón, que tomó el poder en 2006, se movió en dirección contraria y trató de enfrentar a los carteles el poder militar directo, pero ese esfuerzo solamente arrojó combustible al fuego y el recuento de muertos rebasa los 80 mil.

Ahora, lentamente, región por región, el gobierno ha comenzado a recuperar algún control y algunos de los grupos más sanguinarios han sido disminuidos, como los Zetas que operan fundamentalmente a lo largo del Golfo de México. En algunas ciudades clave de la frontera azotadas por la narco violencia –Tijuana, Ciudad Juárez, Monterrey- se ha reimpuesto también un cierto grado de orden mínimo.

Pero el debilitamiento de algunos cárteles (incluyendo al del Golfo y al de Tijuana), así como la muerte y captura de varios capos ha permitido el surgimiento de pequeños grupos que actúan por cuenta propia, que centran sus actividades no en la complicada empresa del tráfico de drogas, sino en las más simples y rentables como el secuestro y la extorsión.

En Michoacán, ciudadanos se han levantado en armas para enfrentar directamente la tiranía del crimen organizado. En los últimos años, coludidos con autoridades locales corruptas, el grupo llamado La Familia Michoacana adquirió gran poder y enormes ganancias con la producción de metanfetaminas en laboratorios ocultos en las montañas de más difícil acceso de la entidad. Ese grupo desarrolló una ideología pseudo religiosa y se dijo preocupado por mejorar la vida de los michoacanos. Una escisión del grupo hizo nacer a los Caballeros Templarios de similar ideología que los doblegó y ahora domina el escenario.

En Michoacán -de tradición purépecha, nahua, mazahua y otomí, de ciudades coloniales impresionantes y paisajes sorprendentes- los Caballeros Templarios han puesto su propio sello en el panorama de la delincuencia local: extorsión sistemática y a niveles sin precedente. Los Caballeros Templarios amenazaban la vida y el patrimonio de propietarios de vivienda, farmacia, consultorios, escuelas, industrias, estaciones de servicio, servicios públicos y hasta tortillerías y productores de aguacate y de limón.

(Para la versión en inglés, consulte el link: http://www.nytimes.com/2014/02/04/opinion/krauze-mexicos-vigilantes-on-the-march.html?hp&rref=opinion&_r=0.)