Luego de 26 horas, logran controlar incendio en Parque Nacional Uruapan
En esta situación de inseguridad, violencia, ¿de qué lado está la gente, está a favor de la vida o de la muerte¿ En teoría y en afirmaciones verbales todo mundo está a favor de la vida, pero ¿en los hechos?
Se ha perdido el respeto a la vida, se ha banalizado la muerte, con qué frivolidad, facilidad, por unos cuantos pesos se secuestra, tortura, asesina, descuartiza. Es inaudito que se pueda matar a un ser único, con un destino eterno. Da horror la frialdad y la ligereza con que se mata. Hace mucho tiempo que Michoacán tiene fama de ser tierra de matones. Muchos hemos cantado: “no vale nada la vida, la vida no vale nada”
Hay valores que son universales, inviolables, no prescriben, uno de ellos es la vida, son innegociables.
Pecar contra estos valores es bombardear el edificio moral de una convivencia regida por la ley, los valores y principios. Es envenenar la convivencia humana. Cuando las costumbres se corrompen, como es el caso entre nosotros, la civilización se derrumba. Eso le sucedió al Imperio Romano, se derrumbó por dentro, por la decadencia de sus costumbres, por la desaparición de valores que no pasan.
El valor de la vida es absoluto, tiene un valor universal, metafísico, está fundamentado en la naturaleza humana, inmutable, mientras el hombre sea hombre, que descansa en Dios, roca inconmovible, para que quien tiene el don precioso de la fe.
Todos los atentados contra la vida van minándola, el daño es mortal, implacable, la vida, como la naturaleza nunca perdona.
Un atentado es el aborto, se va contra la vida en su nacimiento mismo, donde aparece con toda energía y pureza.
Atentado es la eutanasia cuando se acorta la vida artificialmente por razones coyunturales, de conveniencia. La persona no puede decidir quitarse la vida porque no es dueña de ella, ella no se la dio, es un valor superior al individuo y sus conveniencias y caprichos.
Atentan contra la vida acciones que la violentan y debilitan como el consumo de marihuana por fines otros que los terapéuticos, por placer o adicción.
No se pueden desechar los valores que son el fundamento de la convivencia social.
Hay umbrales que no hay que pasar porque las consecuencias son mortales y humanamente irreversibles.
Traspasan el umbral muchos con sus campañas abortistas y a favor de las drogas y otros.
Las consecuencias están a la vista: los tiroteos frecuentes en tierra caliente, tantas vidas sagradas cortadas por la violencia. Las bajas pasiones, la sed de sangre se ha desencadenado y los muros y cortinas de la moralidad han sido demolidos.
Esta ola de violenta e incontrolable de sangre derramada ha sido preparada por esas campañas inconscientes, irreflexivas de quienes promueven los crímenes contra la vida, sin una visión integral de la vida humana, movidos por modas, poses sociales, llevados por ideologías, dizque de avanzada.
¿Qué hay nos pueda evitar la caída libre en la ingobernabilidad¿ ¿No hay quien nos saque del caos, de la desconfianza en las instituciones garantes del orden establecido que se han coludido con el crimen y que llevan a los pueblos a auto defenderse, en legítima defensa y completan el cuadro de confusión mortal¿
Estamos angustiados expectantes, impotentes ante el ciclón sangriento, demasiado grande para nuestras fuerzas y nuestra indigencia moral.
Con todo, el sustrato de fe de la milenaria cultura católica permite creer que del caos saldrá la luz y el camino como lo señala el Papa Francisco.
En esa tradición que comparte la inmensa mayoría de los mexicanos se ponen baluartes inexpugnables como la cortina de la Presa Francisco Mújica. Una verdad se propone: sólo Dios da la vida y la quita. Nadie más es dueño de la vida ni la puede quitar.
De ahí nace una prohibición que nadie puede tocar. Dios es custodio de la vida y castiga los asesinatos, con justicia verdadera, no como las cortes humanas. Ahí se formula un mandamiento básico, de derecho natural y divino, universalmente aceptado, impreso en las conciencias más primitivas: no matarás.
El asesinato de un hermano, de tantos hermanos en las tierra michoacanas nos conciernen a todos, es una herida al cuerpo social. No podemos permanecer indiferentes, sin solidarizarnos. Es un flagelo que debemos detener haciendo lo que nos toca y dando lo mejor de nosotros mismos, a costa de todo. Sobre todo, quien sigue a Jesucristo debe ser buen samaritano para el hermano que cayó en mano de los criminales.
El hombre fue creado para vivir en fraternidad, armonía y paz. La ingobernabilidad, la corrupción, la mentira, la muerte no tendrán la última palabra. Sólo hay que ir en alianza con el Señor de la historia, aquél que es capaz de resucitar muertos y crear mundos nuevos y que nos ama y conduce. No cabe la soberbia y cerrazón del hombre tan pequeño, frágil, ciego, capaz de lo peor, obstinado en preparar el camino de la muerte.