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MORELIA, Mich., 30 de noviembre de 2016.- Juan Ramírez es un hombre de 75 años que se ve mayor: lleva 60 años de su vida como pajarero, un oficio poco común ya, quizá destinado a desaparecer.
El hombre de pelo entrecano con semblante de dulce abuelo cuenta que en Morelia ya solo hay tres personas que hacen esa actividad, y se les puede ubicar a veces en la avenida Madero, otras en algún mercado o en algunas ferias de comunidades cercanas.
El cansado hombre lleva una jaula sobre una base de madera, se hace acompañar por Carlos y Pancho, dos canarios que son fundamentales en su trabajo. Con el primero lleva apenas un año, mientras que con el segundo ya cumple dos.
Se les enseña a que no vuelen, dice el pajarero, y explica que una vez que están educados a salir y a no volar, se les entrena para tomar un pequeño papel de una caja donde hay horóscopos y una suerte de predicción del futuro.
Juan explica que el entrenamiento para una ave de este tipo es muy complicado, “se lleva uno meses para que salga y no vuele y no se vaya, también hay que enseñarlo a que agarre el papel una y otra vez, y otra vez, hasta que se acostumbre a salir y a tomar el papel sin volar”.
Aclara que no se les corta las alas porque se mueren; “son caseros”, argumenta.
La gente que pasa por la avenida en ese momento se toma un tiempo para detenerse y ver cómo Pancho sale de su jaula, come una semilla de alpiste, se acerca la caja de las predicciones, intenta tomar un papelito -Juan no se lo permite-, para después volver a meterse en la jaula.
Juan platica que durante esos 60 años como pajarero ha estado en los 32 estados de la República mexicana, en las ferias principales. Reconoce que ha bajado la cantidad de gente que le pide un “servicio”, el cual cuesta 10 pesos.
Dice que llega alrededor de las 15 horas y se va a las 19 porque no puede estar parado ya más tiempo.
Cuenta que a lo largo de sus 60 años como pajarero ha tenido muchísimos canarios; “duran según los cuide uno, desde cuatro y hasta seis años. No todos viven el mismo tiempo, algunos nomás dos o tres meses porque se enferman y ya no se puede hacer nada ni llevándolos al veterinario, se mueren, son aves muy delicadas”.
Finalmente, antes de despedirse, Juan ofrece su “servicio” al reportero, por lo que sale Carlos, aún novato, se acerca a la mano del pajarero, come alpiste, va directamente a la caja de la suerte y, en algo sorprendente, dice Juan, con voluntad toma dos papelitos en dos tiempos y rápidamente se mete a su jaula. Juan toma los papeles y los mete en un pequeño sobre amarillo y dice con una sonrisa enigmática: “léelos más tarde”.