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MORELIA, Mich., 6 de febrero de 2019. – A la pequeña desaparecida en una fiesta en Tarímbaro no sólo la asesinó un hombre, también fue la indiferencia de quiénes escucharon sus suplicas, que hicieron oídos sordos, pero también la naturalización de la violencia intrafamiliar.
Esta pequeña, de apenas 11 años, le dio pelea a su agresor y gritó, se desgañitó; en al menos dos ocasiones ¡Ayuda, ayuda! ¡Auxilio! Esas fueron las últimas palabras pronunciadas por J. M. V., aquel domingo entre las tres y cuatro de la madrugada.
La tragedia que se avecinaba no fue en lo privado, María de la Luz y Alondra, vecinas del detenido, escucharon los gemidos, los golpes en los viejos tablones de la choza, el forcejeo y las peticiones, que, a gritos, hizo la desaparecida, sin embargo, por temor a represalias, y la naturalización de la violencia en los hogares, las llevo a ser omisas, así lo dejo entrever el testimonio de una de ellas, quien supuso se trataba de una pelea familiar.
Mientras sus vecinas callaban, recostadas en sus cálidas camas, recuperando energías después de la boda; apenas a dos casas de donde provenían los gritos, la niña fue abusada sexualmente, presuntamente por el hermano de su padrastro.
J. M. V., fue golpeada por su victimario, la asfixió y después enterró su cuerpecito de 1.40 centímetros y 42 kilos en el centro de su casa. En una tumba clandestina, mal planeada, porque al arribo de las autoridades rápidamente fue ubicada porque había un montículo en medio de la choza, de la colonia Rubén Jaramillo, según consta en la formulación de la causa 67/2019.
Todo lo anterior aconteció en tanto su madre, Carolina, y su padrastro Alberto preguntaban por ella, pero que pensando esta se encontraba ya durmiendo en la casa de la hermana de su padrastro se fueron también a descansar. Solo con el consuelo, pero no la certeza, de que la niña estaba a salvo.
Al siguiente día comenzó la búsqueda a las 9 horas, después del desayuno, pero sin éxito. La hija mayor de Carolina, comerciante de crucero y de aparente origen indígena, no estaba con su tiastra, tampoco con su abuelastro.
Las investigaciones de la madre desesperada apuntaron a su cuñado, hoy detenido y vinculado a proceso por un juez de control estatal.
Alrededor de las 3 de la madrugada del domingo el sospechoso que, se presume, abusando de la confianza que la convivencia familiar otorga, se llevó a su casa a J. M. V., pero nunca salió de ahí, al menos no viva, porque la próxima vez que su madre la vio fue muerta.
El martes por la madrugada, con previa orden de cateo, ingresaron los servicios periciales a la casa, observaron en medio del sitio un montículo de tierra y fresco aún. Lo siguiente solo fue cuestión de tiempo. Escarbaron y en su interior estaba la pequeña que buscaban desde el domingo por la noche.
Por lo anterior, la violencia sexual y evidente abuso del agresor, así como haber suficientes elementos y datos de prueba presentados por el Ministerio Público, Alejandro Martín Reyna, el juez Félix Francisco Cortés Sánchez vinculó a proceso por el delito de feminicidio a Silvestre de J. V. Tíastro de la víctima, quien la vio crecer y creció con ella, porque la conoció siendo una párvula de 4 años y el un adolescente de 14.
Pero, en un acto pocas ocasiones vistas, Cortés Sánchez calificó como reprobable y lamentable el hecho. Más aún que quienes escucharon los alaridos de la pequeña no tuvieran el menor acto de solidaridad.