MORELIA, Mich, 23 de septiembre de 2018.- Una inmensa avenida de 4 kilómetros de largo y 45 metros de ancho, conocida como La Calzada de los Muertos, da la bienvenida a la grandeza y la monumentalidad de un lugar cuya memoria se ha perdido en el devenir de los siglos. Entrar a Teotihuacán y caminar por la ciudad empedrada es sinónimo de admirar la grandeza que no es de los mayas ni los aztecas, es de los teotihuacanos. Las ruinas invitan a sumergirse en los misterios de su origen, construcción y abandono.

A solo 45 minutos de la Ciudad de México está el lugar donde los hombres se convierten en dioses. Y es que sin duda la energía que se siente en el ambiente la convierte en una especie de zona sagrada para la peregrinación. Más que un sitio turístico y el más importante complejo arqueológico del país, es uno de los centros espirituales del planeta.

Toda visita comienza con unos minutos de contemplación; la mirada se pierde por los cuatro puntos cardinales. La historia se siente mientras se va transitando y se observa la exactitud y la majestuosidad de esta civilización, que se cuenta entre las más antiguas de Mesoamérica.

El reto más grande para los visitantes consiste es subir hasta la cima de la Pirámide del Sol, la tercera más alta del mundo. Un total de 260 escalones te acercan hasta la cúspide donde había un templo y una estatua de un ídolo de grandes proporciones; ahora tan solo queda una plataforma cuadrada de superficie un tanto irregular, desde donde se puede apreciar todo el conjunto arquitectónico, edificado 600 años antes de Cristo. En ese punto se puede disfrutar de toda la energía que se percibe. Hay quienes se sientan y otros que se acuestan, pero en su mayoría no paran de tomarse fotografías por minuto; la más común, al filo de la punta más alta, a 63 metros de altura.

Los escalones de adobe recubiertos con pequeñas piezas de lava petrificada correspondían a 52 peldaños por cada Sol o era. Su diseño incorporó descansos entre las secciones para hacer más cómodo su ascenso; en total son cinco. Se puede ascender hasta la cúspide, excepto por las áreas marcadas como “bajo investigación”. Unos pasamanos fueron puestos para que los visitantes no pierdan el equilibrio en la escalada empinada. Ir y no subir es un viaje perdido.

Después de recuperar el aliento, el recorrido continuó hacia la Pirámide de la Luna, dedicada a la diosa del agua y de la fertilidad. A diferencia de la del Sol, no está permitido llegar hasta la cima por razones de preservación, pero desde el punto más alto se logra admirar la dualidad del Sol y la Luna, el agua y el fuego, la vida y la muerte. Túneles cavados en la estructura han revelado que la pirámide experimentó por lo menos seis renovaciones; cada nueva adición era más grande y abarca la estructura anterior.

La cultura teotihuacana se remonta aproximadamente al año 400 antes de Cristo, pero tuvo su apogeo entre el año 100 y 550 después de Cristo.

Teotihuacán llegó a tener una extensión de 23 kilómetros cuadrados y entre 150 mil y 200 mil habitantes.

Fue una ciudad muy cosmopolita donde convivió gente de muchos orígenes étnicos, atraída porque el lugar ofrecía muchas oportunidades. Al principio se dedicaron a la agricultura, pero después fue cambiando a la producción artesanal y el intercambio.

Es una visita obligada para todo mexicano y extranjero. También es un sitio lleno de misterios. Pese a todo lo que se ha descubierto sobre el complejo arqueológico, es muy poco todavía lo que se sabe sobre sus fundadores, que fueron incluso predecesores del imperio azteca.

“Este lugar te deja sin palabras, subir hasta el tope de la Pirámide del Sol es una experiencia increíble. No es fácil, las escaleras son difíciles de subir, muy empinadas, con poco apoyo para agarrarte y en algunas partes bastante altas, pero vale muchísimo la pena hacer el esfuerzo de subir unos 25 minutos y observar desde lo más alto”, comenta Santiago, turista de Colombia.

En las ruinas de sus senderos prehispánicos converge en un verdadero mercado de recuerdos teotihuacanos para todos los gustos. Cada rincón está lleno de vendedores que con ahínco ofrecen su mercancía, cubiertos por enormes sombreros de paja que los protege del sol. Los recuerdos son un tanto raros para un turista, son réplicas de los objetos que los sacerdotes les ofrecían a los dioses.

Son muchas las formas de visitar Teotihuacán. Se puede ir en autobús, saliendo desde la estación de Indios Verdes, de la Central de Autobuses del Norte, o carro particular. El precio de la entrada es de 70 pesos. Hay otras opciones que incluyen paseos con guías, un viaje al amanecer a las 6 horas, o un vuelo por globo para los más arriesgados.

Sea cual sea la forma en la que se elija conocerla, la carga de energía que se sentirá será única. Vale la pena caminarla y admirarla. Una, dos, tres y todas las ocasiones que desees. Los encantos de Teotihuacán son para repetirse.