MORELIA, Mich., 26 de septiembre de 2020.-Ah, sí, ya te vi, voy para allá-, dijo una joven mujer a otra por teléfono, al llegar a la plaza Villalongín pasadas las 5 de la tarde. Y es que la reunión se concertó ahí y se fue moviendo través de las redes sociales; la convocatoria para pedir justicia por Jessica González, quien fue asesinada, caso que aún no esclarece la Fiscalía General del Estado, pero también para visibilizar la violencia contra la mujer y el feminicidio.

El bullicio era mucho. Poco a poco fueron llegando más y más jóvenes, en su mayoría mujeres, a ocupar los espacios en esa plaza y los alrededores, mientras elementos de la Policía Michoacán vigilaban la zona para acompañar a este contingente

Una quinceañera, ajena a todo y a todos, tomaba sus fotos en la fuente de Las Tarascas ante la mirada de muchas mujeres. Posaba sin inmutarse junto a sus cuatro chambelanes, sin imaginar que todo ese movimiento también quería protegerla de que un día decidiera salir y ya no fuera posible un regreso.

Alejandro Hernández/Quadratín

El contingente se se reunió y tomó forma justo en el arco del Acueducto donde inicia la calzada Fray Antonio de San Miguel. A simple vista parecían pocas personas, pero no era así; era un contingente muy nutrido que se iba ordenando para partir por la avenida Madero hacia el Palacio de Gobierno, las mujeres ya iban muy claras a gritar ¡justicia!.

Hasta adelante de grueso contingente, varias mujeres sostenían cartulinas blancas que formaban la palabra ‘Justicia’. Avanzaron por la Madero seguidas por reporteros y otras personas que querían registrar la marcha. Las mujeres iban gritando consignas en contra del machismo, la violencia de género y principalmente el nombre de Jessica, acompañado con el clamor de la justicia.

Parecían desorganizadas pero tampoco era así; algunas de ellas caminaban por los costados del río de mujeres, e iban organizando las paradas y y el continuo ir hacia adelante, incluso en algunos momentos retrocedían sus pasos como parte de la protesta. Las cartulinas se contaban por cientos, pero el mensajes era unánime: justicia para Jessica.

A lo largo de la avenida Madero empezaron algunas pintas para hacer aún más visible el mensaje. También se pegaron copias fotostaticas con imágenes de los presuntos responsables, y cartulinas con el llamado a las autoridades. Hasta ese momento la marcha tenía un sello pacifista.

Ya muy cerca del primer cuadro de la ciudad, se oyeron gritos de ánimo, y empiezaron a escucharse golpes y cristales rotos; algunas mujeres con el rostro cubierto, habían sacado grandes mantas con las que cubrían a otras que se subían entre los barandales de las ventanas y rompían los cristales de algunos edificios.

Para entonces se hizo evidente que incomodaba que la gente estuviera grabando, y se impidió a toda costa que eso sucediera. No obstante sí había un júbilo compartido, se sentía una fuerza apoyada por los gritos y cantos, porque se trataba de llamar la atención, de mostrar enojo por la incompetencia de autoridades que no avanzan mucho las investigaciones de los feminicidios.

La escena se siguió repitiendo a lo largo de unas cuatro cuadras antes de llegar al primer cuadro, lo mismo bancos que edificios públicos como el Congreso del Estado, mostraban las marcas de la frustración y rabia por saberse y sentirse solas en un país de patriarcados.

Al llegar frente al Palacio de Gobierno, un grupo se acercó a la puerta y le prendió fuego como pudo al grito de ¡justicia! Empezó a arder y de la nada, aparentemente, surguió un grupo de granaderos como una ola, lo que hizo que las mujeres corrieran en estampida para protegerse. Los uniformados apagaron el fuego y se situaron frente a lo largo del Palacio de Gobierno con sus escudos protectores.

El repliegue de las mujeres terminó rápidamente; regresaron al frente del otrora colonial y arcaico ex Colegio Tridentino de Valladolid. Les gritaban a los policías que se sentían solas, que no las defendían aún y cuando esa era su función, que no hacían su labor en los casos como el de Jessica, y cientos más.

El hecho de que aparecieran los antimotines molestó aun más a las mujeres protestantes, y entonces surgieron las latas de pintura como proyectiles que se estrellaban contra los escudos de los uniformados, quienes ya no se muevieron de ahí, solamente cerraron filas y esperaron.

Así continuó por un rato, entre consignas gritadas, lanzamientos de latas, pintas en piso, sobre los escudos de los policías y donde se pudiera. Algunas mujeres taparon con sus pancartas y con su propia ropa las cámaras de los periodistas que trataban de cubrir lo que sucedía ahí, lo cual generó algunas fricciones, porque nunca se entendió que el trabajo de la prensa justamente servía para visibilizar aún más lo que ahí sucedía y el reclamo de justicia.

Después, con los ánimos un poco más calmados, comenzó una fogata que poco a poco fue creciendo porque iban quemándose las cartulinas usadas en la protesta con los mensajes de justicia, con los señalamientos de machismo, y con el coraje acumulado por la impotencia. Era como si se quisiera purificar la herida abierta del feminicidio, que esta semana solo dio muestras de no curarse. Así fue cayendo la noche, así fue cayendo la lluvia pero no calló el clamor.

Alejandro Hernández/Quadratín