PÁTZCUARO, Mich., 2 de noviembre  de 2015.- En un ambiente de colorido, rezos y fieles a sus tradiciones y costumbres, centenares de indígenas purépechas de la región del  Lago de Pátzcuaro revivieron con devoción y fe el ritual de velación pagano-religioso de la tradicional Noche de Muertos, cuyas ceremonias han perdurado dentro del marco de su genuina naturaleza e identidad.

Ni el intenso frío,   ni la pobreza en que viven  impidieron a los indígenas  acudir a venerar a sus fieles difuntos en esa ceremonia que surgió en la época prehispánica.

A pesar de la crisis económica sobrevive la Noche de Muertos en la zona lacustre, sigue vigente el rito de reencuentro con los que ya no están.

Incluso,  muchos de los indígenas hasta pidieron dinero prestado para adquirir las flores, panes, frutas y  los alimentos que se producen en esta región y que les gustaban en vida a sus familiares fallecidos, para  instalar los altares sobre las sepulturas, donde los velaron  y recordaron con la mirada triste y prudente regocijo.

Ataviados con  sus tradicionales  prendas de vestir, algunos con gastadas suelas  en sus zapatos y otros con sus huaraches “viejitos”, los purépechas mujeres y hombres; jóvenes, adultos y ancianos  no faltaron a su compromiso  de acudir a los panteones en la zona lacustre, donde sobrevive esta tradición en un ambiente de magia y colorido,  en el que la muerte es cosa seria y la vida no.

La singular e impresionante “Animecha Kejtzitakua” (Ofrenda a las Ánimas),  se llevó a cabo en los 25 cementerios de la región, entre los que están los de   Pátzcuaro, Cuanajo, Tupataro, Tzintzuntzan, Jarácuaro, Huecorio, Tzurumútaro, San Pedro Cucuchucho, Ihuatzio, Arócutin, Santa Fé de la Laguna y Erongaricuaro, así como en las islas de Janitzio, Yunuén, La Pacanda y Urandén.

Asimismo, con el aroma de las flores de las ofrendas, la espectacularidad de las celebraciones pagano-religiosas de la Noche de Muertos en la zona del Lago de Pátzcuaro en Michoacán ha cobrado ya renombre internacional.

El ritual de velación fue presenciado respetuosamente por los turistas extranjeros, quienes en su mayoría vinieron procedentes de Inglaterra, Estados Unidos, España, Noruega, Italia, Suiza, Alemania, Francia, Canadá y Cuba, entre otros países.

De igual forma,  provenientes de distintas entidades del país,  bien abrigadas, familias y grupos de personas asistieron también a la celebración en la zona lacustre.

En esta ocasión, las autoridades aplicaron un dispositivo de seguridad y orientación en las carreteras para auxiliar a los turistas con la participación de más de mil elementos, entre ellos miembros del Ejército Mexicano, la Policía Federal y la estatal, así como de la Unidad de Protección Civil  y de la capitanía de puerto en Pátzcuaro.

Los lugareños observaron que en Pátzcuaro la ocupación hotelera fue de 100 por ciento, mientras que en la zona lacustre se incrementó la afluencia de visitantes, lo cual se reflejó en restaurantes y comercios, donde también revivieron las ventas.

LAS CAMPANAS REPICAN

El ambiente de Janitzio y de las demás islas y poblados en la víspera del día de muertos es de gran fiesta, hasta que empieza el lúgubre tañer de las campanas.

Al conjuro mágico de los sonoros bronces, las almas de ultratumba se presentan y los vivos, mujeres y niños, como fantasmagóricas figuras, van llegando silenciosas al panteón para buscar las tumbas de sus deudos.

Negras siluetas van apareciendo por doquier. Llenas de amor van llegando almas piadosas con las ofrendas, cortan flores, llevan dulces, consagran alimentos como panes y frutos que tanto deleite causaron en vida al difunto.

Con ellas erigen un altar sobre la tumba y se sientan resignadas y llorosas a contemplar las llamas de los cirios y hacen oraciones por sus muertos.

Las velas y cirios van encendiéndose y de pronto el camposanto iluminado parece un ascua de luces misteriosas.

A intervalos se arrodillan ante la cruz que indefectiblemente preside el rito, y quedan pensativas como evocando a los difuntos añorando su presencia.

Una campana colgante del arco que da acceso al cementerio, discreta y tristemente tañe toda la noche llamando a las ánimas a que se presenten a la gran ceremonia.

El cementerio se inunda con el eco de los cantos en purépecha, llenos de suaves cadencias que imploran el descanso para las almas de los ausentes y la felicidad de los que quedan en la tierra. Los hombres, desde las afueras del camposanto, contemplan atentos lo que ocurre dentro del panteón.

UN DEBER SAGRADO

Para los indígenas de la isla, participar en este tradicional ritual, es un deber sagrado para con los difuntos.

Janitzio es una de las bellas islas del Lago de Pátzcuaro que impresiona por la forma y belleza de sus construcciones, donde sobresalen las blancas paredes con techos de madera y teja, diseminadas en forma disímbola por la isla.

Tiene además Janitzio, un nombre y celebridad debidamente conquistados por la celebración de la “Noche de Muertos”, el día 1 y 2 de noviembre.

Aunque las celebraciones son las mismas en toda la región lacustre, se le han otorgado a esta isla como ejemplo. Toda la vida de la isla vibra en torno a la ceremonia de velación, en la que hay un ambiente de tristeza y de alegría discreta.

LA LEYENDA EN JANITZIO

Se trata de una historia  más allá de la muerte.

De acuerdo a la leyenda, en esta noche, al ocultarse el astro brillante surgen las sombras de Mintzita, hija del Rey Tizintzicha y de Itzihuapa, hijo de Taré y Príncipe heredero de Janitzio.

Locamente enamorados, Mintzita e Itzihuapa no pudieron desposarse por la inesperada llegada de los conquistadores. Preso ya el Rey padre de Mintzita, por Nuño de Guzmán, quiso la Princesa rescatarlo ofreciéndole un tesoro que se encontraba bajo las aguas, entre las islas de Janitzio y La Pacanda.

Y cuando el esforzado Itzihuapa se aprestaba a extraerlo, se vio atrapado por veinte sombras de los remeros que lo escondieron bajo las aguas y que fueron sumergidos con él.

Itzhihuapa quedó convertido en el vigésimo primer guardián de la riqueza.

Empero, en la noche del día de muertos, al lúgubre tañer de los bronces de Janitzio, despiertan todos los guardianes del tesoro y suben la empinada cuesta de la isla.

Los dos príncipes, Mintzita e Itzihuapa, se dirigen al panteón para recibir la ofrenda de los vivos a las luces plateadas de la luna.

Ahí, ambos espectros se musitan al oído palabras cariñosas y ante las llamas inciertas de los cirios, se confunden y ocultan de las miradas indiscretas de los vivos.

En tanto, las estrellas fulguran intensamente, las campanas repican y abajo, las aguas del lago gimen como un alma en pena.

UBICACIÓN

El Lago de Pátzcuaro y su isla de Janitzio se ubican a 60 kilómetros de Morelia, capital del estado de Michoacán, que se comunica por dos carreteras, una que parte de la federal 15 en Quiroga y otra, moderna de cuatro carriles por Tiripetío.