Llama Unesco a proteger a periodistas que cubren temas medioambientales
MORELIA, Mich., 26 de julio de 2013.- Los planes de vida comienzan a alejarse de las grandes ciudades y las comodidades que ofrecen; los sueños ahora son por volver a la naturaleza y disfrutar de una vida sana así tengamos que cultivar nuestros propios alimentos.
El tiempo dejó de ser oro, lo convirtieron en pura vida quienes lo invierten en sus propios huertos y se dan el lujo de cosechar lo que se llevan a la boca, con la seguridad de que no le hará daño.
Uno de los hacedores de esos sueños es el Centro de Desarrollo Tecnológico (CDT) de los Fideicomisos Instituidos en Relación con la Agricultura (FIRA) y su instructor David Bautista Gutiérrez quien, de manera vivencial, muestra cómo hacerse de un huerto de productos limpios de cualquier contaminante.
Mónica Blancas, es una profesora convencida de que “somos lo que comemos” y de que algo estamos haciendo mal y es necesario cambiar, razón por la que acudió a uno de esos talleres.
“Tengo que cambiar mi cultura, tengo que cambiar la cultura de mis hijos y uno de mis objetivos es hacer mi propio huerto, es una parte del proyecto de familia y empezar a reproducir esto con mis alumnos y con mis pequeños”.
Aunque los talleres están dirigidos a escala familiar, los conocimientos adquiridos se pueden extrapolar para la comercialización, como lo hará José Luis López Alvarado, un productor de aguacate orgánico en la región de Tacámbaro.
“México ya es el número uno en obesidad, por una mala alimentación y si a eso le sumamos que tenemos hortalizas, frutas, con los requerimientos nutricionales o de una buena calidad como es la producción de orgánicos, entonces amerita la situación, entonces sí tenemos el interés de producir hortalizas de manera orgánica y tratar de hacer una comercializadora”.
Los talleres comienzan con la planeación del huerto, de acuerdo a los productos que una familia consume y su diseño, siempre de norte a sur, para aprovechar al máximo la luz solar, con la imaginación como única limitante.
Si se dispone de un pedazo de tierra, ésta se remueve y se forman camas con una altura de 20 a 30 centímetros, a las que se ponen guarniciones para evitar que se desperdigue; si se tiene un patio con cemento se pueden recurrir a macetas, llantas, bolsas, envases de refresco o cualquier utensilio reciclable que también se pueden colocar en las azoteas o colgarse de las paredes.
Se diseña el sistema de riego de acuerdo a las dimensiones del huerto, el cual puede ser por goteo, aunque requiere de una inversión inicial para la adquisición de cintillas, válvulas y tinaco, pero si es pequeño puede utilizarse una regadera.
Todo ello se hace en tanto germinan las semillas, lo cual puede tardar de tres a 20 días en el almácigo, dependiendo de la hortaliza, aunque hay algunas que se siembran directamente, como la calabaza, los ejotes o la sandía.
Se trasplantan las plántulas al lugar definitivo en un horario en el que no haga calor para evitar que se deshidraten y la espera es de lo más variable: los rábanos se pueden recolectar tan solo 30 días después de haberse ensuciado las manos preparando la tierra.
Producir las hortalizas para una ensalada lleva un poco más de tiempo ya que las calabazas tardan alrededor de 50 días, las espinacas 60, las lechugas 75 y, obtener los ingredientes para una salsa, requiere además de paciencia ya que los chiles tardan más de cien días en madurar y los tomates hasta cuatro meses.
Ese tiempo es más que suficiente para elaborar los nutrientes de la tierra ya sea a través de composta, vermicomposta o el fertilizante orgánico llamado Bocashi, que no solo permiten obtener alimentos inocuos sino que propician la recuperación y enriquecimiento de la tierra donde se aplican.
La espera de la producción no está exenta de complicaciones ya que las hortalizas sufren enfermedades provocadas por hongos como el damping off, el tizón tardío, la podredumbre de cuellos y raíces o el virus del enanismo arbustivo.
Las plagas de mosquita blanca, paratrioza, minador de la hoja, trips, araña roja o gusano del fruto, del cuerno o trozadores también son comunes en las hortalizas pero se aprende a identificarlas y a combatirlas con insecticidas artesanales de cebolla, ajo, chile o neem.
Los asistentes a los talleres, por lo general, quedan satisfechos con los conocimientos adquiridos como la psicóloga Virginia Millán, docente de la Escuela Normal de Educadoras, donde ya está reproduciendo lo aprendido con sus alumnas.
“Me voy muy contenta porque es un curso que abarca lo teórico y lo practico; muy productivo en la relación humana porque interactuamos, trabajamos las diferentes técnicas y comentamos y analizamos lo productivo que puede ser esta experiencia de aprendizaje.”
Los talleres sobre huertos familiares son periódicos y se desarrollan en tres módulos cuya realización es espaciada para que los aprendices de agricultores tengan la vivencia de cómo se desarrolla su plántula y sepan producirla de buena calidad.
Además, el instructor Bautista Gutiérrez, se convierte en un consultor de cabecera de sus alumnos ya que le interesa recoger las experiencias de quienes lograron su sueño de producir sus propios alimentos.
“Nos ponemos a sus órdenes, tenemos algunas personas que han estado trabajando y nos piden consultoría, consultan dudas, hacen comentarios. De hecho, a nosotros nos interesa recoger sus comentarios a los tres o cuatro meses, de cómo les ha ido y,como todo, la gente que se dedica ha tenido éxito”.
Así es como se aprende a cultivar alimentos orgánicos, pero el director del CDT, Noé Gómez Avendaño, se niega a darle ese nombre a los talleres para poder venderlos debido a que no cuentan con el aval de una agencia certificadora y sencillamente los promueven con el nombre de huertos familiares.