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MORELIA, Mich., 12 de agosto de 2015.- Al interior del Centro de Integración para Adolescentes (CIA), está proscrita la palabra delito y los internos pueden haber asesinado, violado, robado o traficado drogas pero esas palabras se evitan, solo se utilizan en los juzgados.
Sin embargo, los menores no olvidan; tienen presente la fecha, la hora, el lugar donde, con conciencia o sin ella, incurrieron en la acción que ameritó la privación de su libertad y llevan la cuenta puntual del tiempo que llevan en el CIA ya que no pueden contar los días que les faltan por pasar en ese lugar porque ello depende de las evaluaciones del Consejo Técnico y del juez.
“Cometí un error, yo lo llamo un error porque en cierto momento fui víctima de las circunstancias y de ahí se derivó todo… Fue un lunes… el martes estaba en la procu de Ciudad Hidalgo, de ahí fuimos al lugar de los hechos; ese mismo día estaba en la procu de Zitácuaro y el viernes ya estaba aquí en el Centro”, recuerda una joven, al preguntarle cómo llego al CIA.
Ella cursa la preparatoria en línea, teje hamacas, hace papiroflexia, lee, participa en las actividades de mantenimiento del Centro y no pierde la cuenta de los días que lleva interna: un año y cinco meses, luego de lo que para ella es error pero que en el código penal se tipifica como filicidio.
Como ella, el viernes 7 de agosto había otros 38 jóvenes internos por diversos actos ilícitos: nueve por robo simple, ocho por robo calificado, seis por homicidio, uno por violación, otro contra la salud, de acuerdo con el director del CIA, Héctor Serjaín Martínez Alvarado.
Sus edades fluctúan entre los 15 y los 17 años y de los 39 sólo cuatro son reincidentes; en dos años ninguno ha sido transferido a un Centro de Readaptación Social y uno de ellos está ingresando a la universidad por lo que el funcionario considera que su paso por el Centro es exitoso.
Según datos dados a conocer por el funcionario, del total de internos, 27 están bajo el régimen cerrado y los otros 12 en el semiabierto, en cumplimiento del mandato judicial. Otros ya están en el régimen abierto, bajo la supervisión de sus padres o tutores responsables porque hay muchos que evaden sus compromisos.
La trabajadora social de la institución, lo sabe bien porque es quien se encarga de recibir a los adolescentes cuando llegan al Centro así como de contactar a sus familiares que, de acuerdo con su experiencia, son los últimos en los que piensan.
“Cuando es la primera vez, les asusta el lugar, les preocupa lo que les va a pasar aquí adentro, pero ya cuando entran y se dan cuenta de que nada que ver con lo que ellos se imaginaban, se tranquilizan”.
-¿Las familias se preocupan, responden por ellos?
“Todo tiene que ver con el tipo de familia; algunas están preocupadas cuando es la primera vez llegan y se integran, los quieren apoyar, pero hay familias que realmente no los apoyan y tenemos que hacer labor de convencimiento, concientizarlas, motivarlas para que vengan a este lugar.
“Más que nada son muchachos que vienen de familias desintegradas, que la mamá o, el papá o, los dos trabajan y no hay una supervisión adecuada y cuando llegan a este lugar muchos papás están muy resistentes, como que no quieren dejar el trabajo, los dejan (a los hijos) como en un nivel secundario y le dan prioridad a otras necesidades”.
-¿Ni porque están viendo que se les están yendo de las manos?
“No reaccionan, es toda la dinámica familiar que traen de tantos años, como que abandonan a los muchachos; también es su cultura, a veces son personas que repiten los roles, papá golpeador, abuelo golpeador y los chamacos también repiten esos patrones”.
¿Y logran cambiar durante su estancia en el CIA?
“Sí, algunos logran modificar sus patrones, su conducta; no es la mayoría pero si es un gran número el que puede, siempre y cuando cuente con el apoyo de la familia. A veces, cuando la familia no es lo más positivo o productivo para ellos se busca el apoyo con tíos, familiares directos, que le puedan dar una imagen de autoridad positiva y tengan el acompañamiento que necesitan, alguien que esté ahí, que los apoye, los motive”.
El director del Centro opina que para que un adolescente incurra en un acto delictivo influyen muchos factores: “el tipo de personas con que se relacionan y puede ser porque sus papás no están pendientes; a lo mejor están trabajando bien y en la empresa se da el robo hormiga y los hacen copartícipes porque ellos son los más vulnerables en sentido estricto, esa es una circunstancia, pero aislada, no se puede generalizar.
“Los de homicidio tampoco podemos etiquetarlos como homicidas, cuando ingresan aquí revisamos como viven, como están, pero no podemos decir que cometieron homicidio. Yo pienso que es por las personas que se rodean, que viven situaciones críticas económicas en la casa de cada uno de ellos y salen y, con el afán de resolver el problema, terminan cometiendo alguna conducta ilícita o porque siguen el ejemplo de algunos padres que se dedican a actividades que no son las adecuadas”.
Como sea, estar encerrado, poder salir a trabajar o a realizar actividades culturales y llegar sólo a dormir o, estar en libertad, depende del tipo de conducta que tenga en el exterior y de cómo evoluciona psicológica, pedagógica y socialmente, cada interno, lo cual no es sencillo porque la simple vista del paisaje a través de los doble cercos que rodean las instalaciones del CIA, ubicado a un lado del viejo camino a Pátzcuaro, es desalentador.