En país de analfabetas, el mitómano es Rey

Por Jorge Octavio Ochoa.- Ahora que todo mundo habla de la “mal llamada reforma educativa“, lo único de lo que no se ha hablado en estos momentos es del modelo educativo imperante.

Las estadísticas oficiales hablan de un nivel de escolaridad de 9 años; es decir, el país en su conjunto tiene un grado de secundaria concluida. Sin embargo, esta cifra no mide el verdadero nivel académico de nuestra sociedad.

Los estudios más recientes, que miden el grado de aprendizaje adquirido, medido en exámenes de conocimiento, nos colocan como un país de 4o de primaria, con severas deficiencias en rubros como matemáticas, física y química.

El sistema pedagógico nacional sólo nos ha dejado generaciones enteras de jóvenes, ahora viejos, que han sido reprobados en ciencias exactas y con baja capacidad de comprensión en materias como lógica, ética o civismo.

Desde hace décadas, los mentores de primaria cumplen a raja tabla planes de estudio que han sido modificados solo para poner énfasis en algunas materias y dejar a un lado otras, pero esto no ha mejorado la calidad educativa del país.

Para consuelo de muchos, el problema es casi mundial, porque incluso en Europa no han encontrado la fórmula para facilitar la comprensión en materias “coco” de los estudiantes y ensayan experimentos pedagógicos de aprendizaje.

Hasta ahí, el planteamiento del nuevo régimen, de ensanchar la eficiencia terminal de la escolaridad en México es entendible y loable. El objetivo es que los jóvenes tengan acceso a la preparatoria y la universidad.

El problema, es que el análisis de fondo no aparece por ningún lado: ni la pasada administración, ni mucho menos esta, le han hablado al pueblo con la verdad. Las recientes reformas en educación no pasan de ser enmiendas administrativas.

De lo que se habla es del control de plazas; del derecho de los normalistas a tener un trabajo asegurado al término de su formación. Pero de los planes y programas de estudio no tenemos nada.

No sabemos cómo y quién va a educar a las futuras generaciones y nos amanecemos con el miedo de que sólo se revivan en el país los centros de formación de “cuadros” para empujar determinada doctrina ideológica.

Así pues, seguimos enterrados en una lucha que conmocionó a nuestro país en la década de los 60, con los demonios sueltos desde entonces, en la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, en el municipio de Tixtla, Guerrero.

Lucio Cabañas y Genaro Vázquez Rojas reviven con toda la fuerza, aunque las élites del viejo y del nuevo régimen no se atrevan siquiera a pronunciar sus nombres, para no despertar así a los muertos de la Escuela Raúl Isidro Burgos.

Tenemos 43 cadáveres extraviados, en una de las regiones de mayor atraso y pobreza del país, donde paradójicamente los niveles educativos son los más bajos, junto con Oaxaca y donde el narcotráfico, desde entonces, sentó sus reales

Las escuelas normales van a resurgir. La normal rural de El Mexe, en Hidalgo, reabre sus puertas y así, México reabre también un capítulo del pasado para modificar, desde su raíz, el sistema capitalista “neoliberal” que ha gobernado.

Lucio y Genaro resurgen de sus cenizas para revivir sus viejas normales. Todo, desde el punto de vista ideológico, es un grito de “cambio”, una asonada por la libertad y la justicia, pero en medio de sistemas que no han cambiado ni un ápice.

¿Qué hay de diferente entre las mayorías aplastantes que nos recetó el PRI durante más de 50 años, a las decisiones mayoritarias ahora de Morena? Unos y otros fueron y son, como dijo Mario Delgado, “los diputados del Presidente”.

México sigue siendo, como antes de la conquista, el santuario del gran Tlatoani que gobierna por decreto celestial, dador de perdón y de vida; es como una danza macabra donde la historia se repite una y otra vez en un pueblo fanático.

En parte, se entiende ahora cuál es la verdadera pretensión de López Obrador al hablar de las 100 nuevas universidades: es presumible que habla de una “universalidad” cosmogónica, más allá de instituciones físicas o arquitectónicas.

Habla de la instauración en México, de una nueva moral -aunque de nueva no tiene nada porque de hecho constituye las bases del evangelio- que rechaza la orgullosa pretensión de dividir a los hombres en clases.

Los filósofos distinguen esta teoría como la moral evangélica, en la que los grandes y los pequeños, los sabios y los ignorantes, son iguales a los ojos de Dios, lo cual no debiera tener nada de perverso ni maligno.

Desde hace dos siglos, los filósofos advirtieron que esto precisamente constituye uno de los caracteres divinos del Cristianismo: la aspiración a la universalidad, la unidad absoluta de fe y de moral.

El problema es que el Mandatario no tiene certeza de que sus seguidores y sobre todo sus apóstoles, habrán entendido cuál es el objetivo. ¿Pa qué tanto brinco, si la misma soberbia sigue siendo hoy?