Norma: sacerdotisa y cocinera del amor.

Gerardo A. Herrera Pérez

Estar en Uruapan, es aceptar la diversidad, es pisar el suelo húmedo de las orillas del rio Cupatitzio, es sumergirse en el Parque Nacional Barranca del Cupatitzio, cuya flora exuberante y generosa nos invita a disfrutar. Estar en Uruapan, es compartir sus aromas, las tradiciones, de su gastronomía, de sus hombres y mujeres en sus barrios, de los niños y niñas jugando, de las cocineras tradicionales, de la vida tradicional y costumbrista, es disfrutar de sus artesanías y manta hecha en telares de mano.

Uruapan nos regala un “río que canta”, y las cascadas del Tzararácua que como gran arpa nos deleita con su caída estruendosa, que como un rumor de novios caes sobre la piedra. Uruapan es el espacio para la inclusión, para la comprensión del otro, para el diálogo fructífero, para el reconocimiento del hermano indígena, para la adoración de la naturaleza, para fortalecer la espiritualidad, para el modelo del buen vivir.

La gastronomía de Uruapan, es única, como únicas son sus mujeres, cocineras tradicionales que ofrecen en cada uno de sus platillos su corazón; corazón que tiembla de emoción y pasión al encontrarse con el comensal; son cocineras de brazos vigorosos que muelen en metate y machacan en molcajete, son cocineras que guisan con tradición, usando la razón e inteligencia, pero que su sazón lo compone la emoción y la pasión con lo cual se cocina.

Uruapan tiene espacios tradicionales, que se constituyen en verdaderos centros de adoración del arte culinario; mujeres que detrás del fogón, cual sacerdotisas, expresan sus talentos y recetas ancestrales para degustar mil y un recetas que dan muestra de la diversidad cultural y gastronómica.

Las cocinas, cual centro ceremonial; espacios asignados por el patriarcado a las mujeres para la construcción del proyecto de familia, y en una función social, espacios de poder de la mujer; en éstos encontramos la belleza y distribución cuasi artística o arquitectónica de los jarros, ollas, platos y otros utensilios, como el molcajete y tejolote, así como el matate y la mano de piedra, utensilios sin los cuales se podría pensar en la gastronomía y su diversidad cultural y de convivencia.

En el reciento ceremonial, la cocina, una sacerdotisa, la cocinera, ésta preparará con esmero y amor, las viandas que habrán de probar para la satisfacción hombres y mujeres. Platillos con recetas ancestrales, recetas que incluyen hiervas verdes, condimentos secos, sal, agua, fuego y las oraciones necesarias que en un ejercicio de espiritualidad se verán transformadas con los manjares de los dioses Purépechas.

Uruapan y Pedro Armando Castañeda Cantú, nos llevaron a Pedro Chávez, Elvia Higuera y Gerardo Herrera al rincón de la sacerdotisa, es decir, a la cocina de Norma Alicia, a la cocina tradicional de una mujer fuerte, vigorosa, que con emoción, pasión y sabiduría purépecha cocino para los amigos de Pedro Armando, en un ejercicio plural, de respeto y de dialogo de saberes. Donde para cocinar atiende la espiritualidad, entiende la importancia del agua del manantial, del fuego y las lenguas que arrebata el aire para subir y tiznar las ollas y cazuelas que darán sustento a sus saberes gastronómicos, de la hiervas frescas, de las hortalizas que se cultivaron en la madre tierra que abre su vientre para dejar salir los ingredientes que darán sustento a sus hijos, a través de la comida tradicional.

La cocina de Norma Alicia, es amplia, ordenada, limpia, con una gran mesa para el pueblo, para su pueblo al que ama y respeta; su fogón tiznado, y sus ollas también ahí están presentes, colgando, esperando ser utilizadas para dar sentido a un orden que es escrupulosamente atendido para repetir una y otra vez la sabiduría ancestral. Sus cucharas arregladas por tamaño, forma, y material. Su mesa de trabajo, soportaba un mosaico de colores, sabores y olores, arreglada con hierbas frescas: cilantro, yerbabuena, así como hojas de maíz secas para envolver corundas, hojas de maíz de Turícuaro, hermosas, sedosas, anchas y de buen color; chiles verdes, cebollas, hojas de col frescas y de extraordinario olor, jitomates, chiles secos: pasilla, ancho y guajillo. Ahí estaba la masa, la harina para los buñuelos, el piloncillo y el anís, también vi carne de res, y zanahorias y chiles anchos. Olores, colores, sabores, en una sinfonía que me invitaba a bailar, a cantar, a disfrutar de la vida y agradecer del banquete que nos darían, a entregarme al reconocimiento de la vida, pensando que es ésta y no el hombre el que nos debe dar sentido a estar y respetar este mundo.

Más tarde, todos los amigos sentados a la mesa, con un gran molcajete de salsa roja, éste era el centro de la mesa, un centro de mesa que invita a comer picoso, un centro de mesa que significa cruzar el brazo para entender aquí todos al unísono somos uno. Ahí estaba Pedro Armando y su amigo, Norma, su mamá y la vecina a las tres las ame, hacen un conjunto único; Norma la sacerdotisa de aquel centro ceremonial, cocinera tradicional en estricto sentido, nos acompañábamos también con Pedro Chávez y Elvia Higuera.

En el centro ceremonial, la cocina, doña Norma Alicia Urbina Ángel nos compartió de primer tiempo un delicioso Churipo, con bastante carne de res, verduras y corundas rellenas de vegetales, servidas sobre un gran plato de barro, hondo y ancho que desbordaba en sabor, olor, color, y sinfonía de espiritualidad. El segundo tiempo se nos brindó su corazón cuando en una Xanducata verde con carne de res, hizo que estallará en nuestro paladar un festín de sabor, y para cerrar comida, un buñuelo revolcado en miel de piloncillo y atole blanco. Acompañado de su aperitivo y agua de sabor, dijimos gracias al cielo, gracias a nuestra sacerdotisa, gracias a doña Norma Alicia, gracias a todos y todas.

Hemos amenazado con volver, con volver a disfrutar de su compañía, con volver a comer como Dios, a volver a ser como en antaño libres, emancipados y capaces de tomar nuestras decisiones. Gracias Norma Alicia, gracias Pedro. Que sea el viento quien nos vuelva a empujar, que sea la sinfonía de los olores y sabores la que nos invite a pasar, que sea la generosidad de Pedro Armando quien nos vuelva a juntar.