Nuestra ignorancia de La Revolución (3 de 3).

Precisamente ahora, en estos días, debemos dar a la Revolución Mexicana de 1910-1917, y a la Constitución resultante, el valor que de hecho tiene a un siglo de su enorme presencia en nuestra Historia Patria, y por lo tanto de su realidad en nuestra conciencia personal como individuos y como pueblo.

 Sin embargo, no es fácil actualmente tener un criterio objetivo, por la influencia de las dos grandes corrientes de pensamiento que la han desvirtuado, por una parte, y, por otra, la han denigrado al grado de la vergüenza. Desde la caída misma de Porfirio Díaz, el clero político y los ricos hacendados, comerciantes y extranjeros de entonces, sobre todo ingleses y estadounidenses, se opusieron de todos las modos posibles a los grande ideales revolucionarios, que podemos resumir así:

            Educación y cultura, gratuita, laica y nacionalista para todo el pueblo sin excepción; la distribución de la riqueza tanto de los recursos naturales como la producida por el trabajo, con equidad y justicia; la nación mexicana como dueña original de todo cuanto se encuentra en el territorio, en el subsuelo y en la plataforma continental de la mar patrimonial.

El uso de todas de todas libertades del ser humano como mexicano, protegido por leyes y por los usos y costumbres de la tradición nacional: libertades de culto, de imprenta, de petición, de traslado, de pensamiento, de profesión u oficio, de igualdad ante la ley y, mucho cuidado con esto, la consolidación de la vida civil de los mexicanos, por encima de cualquier otra consideración de intereses de grupo religiosos, de partidos políticos, o de intervensionismos extranjeros.

            Los revolucionarios de 1910 tenían además una idea muy clara sobre lo que significaba la vida civil en su momento, y que es bueno recordar ahora para que lo que entonces se logró, no se corra el peligro de perderlo ahora. Recordemos también que la Revolución Mexicana se hizo porque muchos de los principios de la Constitución Liberal de 1857 se habían perdido, dando lugar a una enormidad de abusos e injusticias, y de intromisiones de las potencias extrajeras en nuestros asuntos internos. No tengamos que hacer otra revolución más allá de las urnas y de las aulas, para que tengan vigencia los principios de 1917, o con el pretexto de no haberlos cumplidos acabar de destruirlos.

            Hay una confusión malignamente inducida por un movimiento revisionista de nuestra historia, precisamente por los descendientes de aquellas fortunas afectadas después de 1910: los ricos hacendados (ahora identificados por cotos de poder fáctico), los extranjeros explotadores de nuestras riquezas naturales y de sus trabajadores mexicanos, y el omnipresente clero político. Resulta que con el pretexto de acabar con el PRI se pretende acabar también con todo lo que significó y significa la Revolución Mexicana. Independientemente de los errores y de los aciertos que hubiera tenido el PRI, esos valores e ideales no dependen de ningún PRI ni de ningún otro partido político en el poder: son patrimonio del pueblo, simplemente. Estamos a penas a tiempo de revalorar la Revolución Mexicana según las necesidades de los mexicanos todos en este tiempo, y en los próximos y lejanos años de nuestra venidera historia. Creo que cada uno de nosotros tiene algo que decir, y habrá que decirlo, como lo estamos haciendo ahora y lo hemos hecho siempre.

No se vale que por ignorancia o provocación repitamos los errores que nos llevaron a La Reforma y a La Revolución. Hay que intentar la práctica los Valores más importantes, y así enseñarlo en las escuelas y en los hogares: como la Lealtadhasta la perdida de la vida, el sentido de la Justicia, la Amistadhasta “quitarte la camisa”, la Solidaridad“en las buenas y en las malas”, el Trabajo, yla Familia,hoy disgregada y sin afectos profundos. Debemos salvaguardar los principios esenciales de la vida civil como mexicanos, entre los que mencionaremos el nacimiento, la muerte, el matrimonio, el reconocimiento de profesiones y oficios, la educación, el calendario cívico (ahora tan confuso y sólo como pretexto para “los puentes”), la convivencia diaria en las calles, las plazas, las rancherías, y, como decíamos, el uso de todas las libertades, bajo el amparo y bajo las leyes del Estado Mexicano, derivadas de las tradiciones nuestras de las Constituciones a partir de 1814, y solamente del Estado Mexicano, como expresión de la soberanía popular de los mexicanos y de nadie más.