Gerardo A. Herrera Pérez

Tuve la oportunidad de visitar el Centro de Reinserción Social de Apatzingán y brindar capacitación desde el Órgano Autónomo de Derechos Humanos; la institución   se ubica en las cercanías de la ciudad de Apatzingán, un edificio moderno, dividido de conformidad con las normatividad correspondiente y con espacios para la ejecución de las actividades y ejes sobre los cuales se marca constitucionalmente y legalmente la reinserción social. Su personal está permanentemente siendo capacitado y existe un compromiso por hacer de este centro un modelo de reinserción en Michoacán y México.

La reinserción social es un concepto que se acuña en la normatividad vigente para expresar que aquella persona que cometió un delito, puede reintegrarse a la sociedad. Pero es a la vez, la bienvenida que recibe una persona privada de la libertad al salir de dichos centros, de su familia a través de un abrazo, un beso, un saludo, o bien es la calidez con que se recibe a una persona por su familia, o bien por su comunidad la cual estará atenta a coadyuvar para que estas personas tengan oportunidad social, laboral y no sean estigmatizadas.

Los procesos de reinserción social no son simples, son más bien asumidos como procesos complejos donde intervienen diversas disciplinas que se interrelacionan y que les permite trabajar desde la transdisciplinariedad. La reinserción social se ejecuta después de que la persona privada de la libertad es juzgada conforme a la ley expedida con anterioridad al hecho delictuoso; una vez que la persona privada de la libertad recibe  la correcta y concreta  aplicación de la normatividad por el operador de justicia. Al concluir el proceso y su ejecución, se muestra la eficacia del Estado de derecho, el cual, posteriormente, a través del sistema penitenciario proveerá lo necesario para prevenir la reincidencia cuando se cumpla la sanción penal.

Esto es lo deseable pero lo que hoy observamos es que una persona que concluye su sanción penal y sale a la sociedad, la misma,  nuevamente le aplica mecanismos de opresión, como la invisibilidad, el estigma, la discriminación y la violencia sobre su cuerpo; es decir en el lenguaje coloquial, no encuentra trabajo por su condición de haber cumplido una sanción penal, pero en el discurso de las personas es un expresidiario, es un delincuente, es un excarcelario, y otros estigmas; su familia no necesariamente lo abraza en su proyecto de vida, porque no siempre se cree que cumplió y está de vuelta con el “borrón y cuenta nueva”, al contrario todos en el sigilo se dicen “cuídate de él”; la sociedad lo continua excluyendo, se le considera una persona anormal, la normalidad no vendrá hasta que no demuestre que ha sido reincorporado en el marco de un proyecto de reinserción que le permite vivir en valores, en respeto, en tolerancia, en confianza, en identidad, en principios, en convivencia.

Tal vez lo que necesitamos sea no solo  la aplicación de un sistema penitenciario basado en cinco ejes para la reinserción social  (educación, salud, trabajo, capacitación, deporte) sino adicionalmente  trabajar en un sistema de valores, principios y virtudes sociales, de manera endógena y exógena, es decir no solo al interior del centro de reinserción, sino de manera genérica en la sociedad a través de utilizar las instituciones con que trabaja el Estado mexicano como la familia, la escuela, y otros mecanismos para sentar ahí las cuestiones éticas y axiológicas que requiere la sociedad, pero sobre las cuales debe trabajar la persona privada de su libertad.

Y es que en congruencia del planteamiento de la Paz social de la que se habla en todos lados, incluido en la Agenda 2030 de la ONU, también le debe corresponder ejercer dichos paradigmas a los Centros de Reinserción Social, a todos, en todo  México. Los valores, las virtudes y los principios deben ser los elementos que guíen el ejercicio de todos y cada uno de los que integran la sociedad.

Y en efecto, debemos de atender desde nuestras familias, en las escuelas y en cualquier espacio ya público o privado la formación y fortalecimiento para anclar los valores en los niños, niñas y adolescentes, pero también en los centros de reinserción social. No obstante hay que recordar que debemos de predicar con el ejemplo, no pensemos que basta mencionarlo para que como magia aparezca y desaparezca las conductas antisociales.

Desde los valores compartidos, reconocemos  aquellos principios y motivaciones generales que orientan los juicios, actitudes y comportamientos de los individuos; no es lo mismo un valor individual, que un valor compartido, porque justamente ahí reside la diferencia de compartir con la colectividad.

Los valores compartidos son: la solidaridad, la cooperación, la tolerancia y el altruismo, y todos ellos tienden entre otras acciones a fortalecer la cohesión social, tan importante para el desarrollo de una sociedad.

Los valores ya enunciados influyen en la orientación y motivación de la toma de decisiones de los miembros de una colectividad para ayudar a la otredad. Los valores compartidos parten del supuesto de que la disposición de ayudar o apoyar a otros, o bien, de llevar a cabo acciones altruistas y ser tolerantes puede variar en función de que los mismos se encuentren anclados a los miembros de la sociedad.

La existencia de un grupo de valores compartidos puede promover la motivación y desde luego favorecer la disposición  por parte de los individuos a establecer vínculos sociales y a realizar acciones que promuevan el bienestar común. La existencia de este grupo de valores compartidos puede establecer metas y fines colectivos hacia los que los individuos orienten sus acciones, generando un sentido de pertenencia social, mismos que es fundamental para la promoción de éstos.

Pero que son cada uno de estos valores compartidos: el valor de la solidaridad orienta las acciones de las personas a ayudar o colaborar con otros miembros de la sociedad. Esa orientación puede generar un sentimiento importante  al decir “nosotros” (y no lo que comúnmente se da, “nosotros” y los “otros”) entre la colectividad, la comuna, el pueblo, la colonia. “Puede rastrearse mediante el análisis de la disposición de los individuos para ayudar a quienes componen sus vínculos y la creencia de que debe existir una cierta reciprocidad solidaria entre miembros de redes inmediatas”. 

La solidaridad influye y actúa de manera fundamental en la cohesión social, toda vez que crea las condiciones entre las personas para el compromiso y la colaboración con la otredad, lo que genera una tendencia a evitar el aislamiento social de las personas o el individualismo extremo.

Por otro lado el valor de la cooperación, es también un valor compartido; el valor de la cooperación se refiere a como el individuo orienta sus intereses, su actitud para emprender acciones colectivas que tienen como propósito resolver, de manera conjunta, principalmente problemas sociales compartidos. La cooperación motiva a los individuos a relacionarse con otras personas de la colectividad, para actuar de manera conjunta o colectiva, con el propósito de mover recursos para la gestión social. En este sentido, puedo mencionar que se han desarrollado acciones como la colecta de cobijas y bastones para personas de la tercera edad, con una visión de cooperación. En los centros de reinserción social, se requiere de la cooperación para realizar actividades propias de éstos y compartir los trabajos a favor de la colectividad, no se debe de ver como un trabajo, sino como un valor que acerca a todos dentro de un espacio en función de su beneficio, la limpieza, la comida, el trabajo en los talleres, en los procesos educativos.

En tanto que el valor compartido del altruismo se refiere a la orientación de la acción de las personas para ayudar o ser colaborativos con otros sujetos sociales, generando un principio de relativización en la búsqueda del bien propio. El altruismo motiva a las personas a conferir importancia al bienestar de los otros y, por tanto, expresa el nivel de empatía social existente. Este valor contribuye a la moderación del egoísmo como único referente de la acción individual, y de la cual estamos seguros lo único que está generando es evitar entregarnos a los demás en función de las necesidades sociales.

Es de precisar el significado del valor de la tolerancia, que no se puede confundir con el significado de dádiva; la tolerancia es reconocer las diferencias en la otredad, aceptando que la mismidad y la otredad tienen los mismos derechos; no obstante la tolerancia nos remite a la orientación de la acción que posibilita que los individuos estén dispuestos  a establecer vínculos con personas diferentes de quienes forman o integran sus grupos o sus pares sociales. Se considera que la tolerancia, a pesar de su especificidad, tiene una eficacia sustantiva para comprender como en las sociedades complejas, estratificadas, culturales y pluriétnicas pueden generarse vínculos sociales  entre individuos.

Estos valores compartidos son importantes, de hecho lo son, pero se requiere para fortalecer la cohesión social que exista sentido de pertenencia a la comunidad. El sentido de pertenencia  se comprende como el sentimiento de formar parte de una colectividad, caserío, comunidad, pueblo, colonia, incluso de una institución, de un centro de reinserción. La pertenencia apunta a sentirse miembro de una sociedad, identificarse con sus rasgos fundamentales y comprender el proyecto de futuro de la colectividad; que en el caso de los centros de reinserción es la libertad de las personas privadas de su libertad.

El desarrollo de la pertenencia se deriva del auto-reconocimiento como miembro de una colectividad porque se comparte una identidad, los valores, proyectos, problemas y desafíos con las otras personas que conforman dicha sociedad. No podemos ver a quienes ahora privados de su libertad no pueden aspirar a tener estos elementos para estar en otras condiciones durante el tiempo que fue dictado por una sentencia.

Concluyo expresando la importancia de trabajar en la dignidad de la persona privada de su libertad, por ello es fundamental que esa dignidad se proteja con espacios de infraestructura adecuada, espacios sin violencia,  de personal capacitado, que resignifique su discurso público, que impulse los ejes de atención al modelo de reinserción y con enfoque de valores, pero igualmente que  el postpenitenciario sea acompañado  por la sociedad y sus instituciones sin estigmas, sin discriminación, sin violencia y generando los procesos de integración que garanticen la cohesión social; es decir el proceso de reinserción de la persona privada de su libertad debe estar acompañada para la reinserción de procesos de cohesión social (confianza, identidad, convivencia, valores).

Es de este compromiso de transformación que la esperanza debe ser planteada y pensada en la línea de lo  que nos enseñó Ernest Bloch, que formulo el principio de esperanza, que quiere decir, la esperanza no es una virtud entre otras tantas; la esperanza es mucho más, es el motor de todas ellas, es la capacidad de pensar lo nuevo lo todavía no ensayado (hermosa reflexión), es el coraje de soñar otro mundo posible y necesario; es la osadía de proyectar utopías que nos hacen caminar y que nunca nos dejan parados en las conquistas alcanzadas, o que cuando nos sentimos derrotados, nos hacen levantarnos para retomar el camino. La esperanza se muestra en el hacer, en el compromiso de transformación, en la osadía de superar obstáculos y enfrentar a los grupos opresores. Esa esperanza no puede morir nunca, con esa utopía nos debemos de levantar para ser mejores y cambiar nuestro paradigma de la vida, más allá de lo solamente humano.