Con afecto y cariño a la señora Chayito, y a sus hijos Claudia, Miguel y César

Es difícil resumir la trayectoria de más de cuarenta años de una persona, y más cuando se trata de una figura pública. Es más difícil cuando se pretende hacer en un solo artículo, pero algo debe reconocérsele a quien dedicó toda su vida profesional al servicio de la impartición de justicia, y más todavía cuando se condujo de manera recta y honrada.

Corría el año de 1988.Era un viernes 15 de abril por la tarde cuando acudí a las oficinas ubicadas en la calle León Guzmán, de la ciudad de Morelia, del entonces Consejo Estatal de Seguridad Pública, presidido por el licenciado Juan Pineda Peñaloza, quien me recibió de manera afable. El motivo de mi visita era para que me recomendara en algún espacio para ejercer prácticas relativas a la carrera que había decidido estudiar en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo: Derecho.

Al comentar esto a mi interlocutor descolgó el teléfono y se comunicó con una persona a quien le dijo “pariente”, y le pidió de favor si me podía entrevistar, que se trataba del hijo de un amigo muy querido–mi padre, quien había fallecido años antes–, que había trabajado con él en la Comisión Federal de Electricidad y que quería ayudarme. Terminando la comunicación me dijo en un tono de satisfacción que la persona con quien iba a entrevistarme me esperaba el lunes a las 8:30 horas, proporcionándome la dirección en donde se encontraban las oficinas con quien iba a entablar la entrevista.

Era el lunes siguiente a las 8:15 horas y apenas iba entrando al edificio en donde el licenciado Pineda me había comentado que acudiera, el cual debo confesar me impactó de inicio al ver en su fachada una leyenda que reza: IUS EST ARS BONI A EQUI, y más me invadió de alegría el saber que estaba en el majestuoso palacio del Supremo Tribunal de Justicia del Estado de Michoacán. Llegué a la Primera Sala Civil y la secretaria de Acuerdos –Rita Cázares López– ya me estaba esperando; me comentó que el Magistrado ya se encontraba en su privado desde hacía un poco más de quince minutos.

Debo confesar también que me puse nervioso porque no sabía que un Magistrado del Supremo Tribunal de Justicia del Estado me iba a recibir y, además, porque lo había hecho esperar, cosa que me avergonzó en demasía. La sala en donde me recibieron eran imponente, se respiraba un ambiente entremezclado de historia, sobriedad y silencio; me sorprendió lo impecable de laoficina, en la que sólo se escuchaba el fuerte golpeteo de los teclados de las máquinas de escribir Olympia.

En dicha oficina se encontraban trabajando por igual varios abogados que percibí que desempeñaban funciones diferentes; recuerdo sus nombres: en oficialía se encontraba Rosi; de escribientes,Lulú y Ale; de proyectista, Cristina; de notificador, Ricardo, y de secretaria de acuerdos, Rita.

Cuando pasé al privado del Magistrado me encontré con una cara adusta y seria, quien de manera respetuosa se presentó conmigo, al igual que yo lo hice con él; me llamó la atención lo ordenado de su escritorio, que tenía sólo un expediente encima. Fue corta la entrevista, solamente se limitó a preguntarme si iba a estudiar derecho, si sabía escribir en máquina y si había proyectado, a lo que le contestémi deseo por estudiar la carrera, que sabía muy poco escribir en máquina y que nunca había proyectado. El Magistrado me entregó el expediente que tenía sobre su mesa y me dijo que sí quería ingresar a prestar mis servicios requería para el miércoles siguiente una transcripción de la resolución que se encontraba en el expediente–escrita a máquina, obviamente– y un resumen de la misma. Nunca se me va a olvidar: era un toca de un recurso de apelación de un juicio de jurisdicción voluntaria, relativo a una información testimonial ad-perpetuam.

El primer día de prestar misservicios en el Supremo Tribunal de Justicia del Estado me sorprendió gratamente ver a varios Magistrados de las diversas Salas Civiles y Penales, al Presidente José Solórzano Juárez, a los Magistrados adscritos a las Salas en Materia Civil:en la Segunda,Mauro Hernández Pacheco; en la Tercera,Fernando Juárez Aranda; en la Cuarta, Juana Rodríguez Díaz; en la Quinta,Fernando Arreola Vega; en la Sexta,Jaime Medina Ortiz; en la Séptima,Augusto Arriaga Mayés; yen la Octava, María Guadalupe Morales Ledesma, quien recuerdo era la presidenta sustituta del Tribunal. A los Magistrados adscritos a las Salas en Materia Penal:en la Primera, Luis Alonso Rodríguez Nieto; en la Segunda, Jorge Orozco Flores; en la Tercera, Hugo Guillermo Lara Hernández; en la Cuarta, Roberto Mendoza Torres; en la Quinta, César Ochoa Arellano; en la Sexta, J. Jesús Genel González–finado–; y en la Séptima, Ramón NúñezÁlvarez.De todos ellosguardo un grato recuerdo por su sencillez, conocimiento y un reconocimiento tanto académico como profesional.

Me gustaba mucho acudir a los jueves de plenos, porque no sólo me ilustraba de los debates tan interesantes que se daba entre los Magistrados, sino porque podía ser testigo del cariño tan grande que les inspiraba su profesión, siempre apegada a derecho y entregando lo mejor de sí. Desde luego, las participaciones de mi jefe no sólo eran elocuentes, también estaban aderezadas de buen humor y en ocasiones de picardía.

Eran épocas en las cuales se rendía el informe del Supremo Tribunal el día 13 de septiembre de cada año, día importante y majestuoso para la comunidad jurídica en el estado.

Cómo olvidar al secretario general de Acuerdos Luis García Báez, al oficial mayor del Tribunal Juan Manuel Velázquez y a su auxiliar Lulú, y la secretaria de Presidencia la señora Estela Montoya; y, desde luego, al secretario de la Octava Sala en Materia Civil mi querido amigo Armando Chávez Román.

Recuerdo también que en el segundo patio del edificio se encontraban el Ministerio Público adscrito a las Salas, la biblioteca del Supremo Tribunal, las oficinas administrativas y el Archivo del Poder Judicial, en donde se podía saludar a don Héctor Ortiz, Lalo –Andovas–, don Tobías–don Toby–, don Chava, Jorge –el chino de las copias– y desde luego a Eugenio, quien siempre le decía “Jefe” al Magistrado cuando subía las escaleras del primer patio.

En el tercer patio del Tribunalse encontraban los Juzgados de Primera Instancia Civiles, los Juzgados Familiares y los Menores Municipales. Ahí se podía saludar a los jueces Sergio Fernández Villagrán, Carlos Arrollo Carrillo, Jorge Reséndiz García, Antonio Mercado Guido, María Salomé Morfín Cortés, Ricardo Mario Hernández Reyes, Ricardo Madrigal Castro, María Alejandra Pérez González y María Guadalupe Chacón García, entre otros.

Eran días en los cuales tenía el agrado de ver caminar por los pasillos del Tribunal a excelsos abogados como Sergio Díaz Silva, Manuel Solorio Araiza, Alberto Sánchez Barajas, Guillermo Santillán, Víctor Manuel Huerta Sanguino, Gonzalo Dorantes Reynoso,Humberto Aguilar Cortés, Eugenio Arriaga Vélez, José Godínez Gracián, Rodolfo Murillo, Jesús Solórzano Juárez, Sabás Carranza Medina, Eugenio de Jesús Velázquez Juárez, Miguel Mora Álvarez, Elías Velázquez, Adolfo Heredia Rosas, Guillermo Esparza, José Luis Rivera García, Francisco Xavier, Adolfo Alvarado, Gustavo Zavala Zavala y Josué Chávez Ramos, entre otros.

Magistrados, jueces, litigantes y empleados del Poder Judicial saludaban con afecto al Magistrado, unos con mayor efusividad que otros, quienes degustaban un chascarrillo al momento de intercambiar palabras con él, terminando casi siempre con una broma.

Volviendo a la Primera Sala en Materia Civil, en donde me encontraba adscrito, recuerdo mucho y con agrado que las reglas eran sencillas: llegar antes de la hora habitual de entrada –9:00 horas–, regresar por la tarde –aunque el horario culminaba a las 15:00 horas–, tener el trabajo al día, no comer en las instalaciones, estudiar y estudiar, y leer un libro de ortografía y redacción que servía para la elaboración de cualquier acuerdo, oficio o resolución.

Poco a poco, la cara adusta de mi jefe fue cambiando al paso del tiempo, al ver que cumplía o trataba de cumplir al pie de la letra lo que él indicaba. De repente un día me invitó a pasar a su privado–por la tarde cuando la carga de trabajo había aligerado– y me sugirió adoptar diversas conductas que me harían bien al momento de ejercer la profesión: llegar temprano al trabajo, nunca dejar rezagadoslos pendientes del trabajo, vestir de manera impecable, tener siempre lustrados los zapatos, hablar siempre con la verdad y, sobre todo, ser leal y agradecido. Esta confianza y enseñanzas que de manera bondadosa me obsequió dejaron una huella profunda en mi persona, pero también despertaron mi curiosidad por conocer su trayectoria; he de confesar que cada día me sentía más comprometido con él y despertó en mi persona un profundo respeto.

La trayectoria del Magistrado era impresionante. Era oriundo de Zirándaro, Guerrero; había cursado su licenciatura en Derecho en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo de 1968 a 1973; había sido dictaminador de la Comisión Agraria Mixta de 1970 a 1974; fungió como agente del Ministerio Público del fuero común en el Juzgado de Primera Instancia de Ario de Rosales; fungió como juez de primera instancia en diversos distritos judiciales desde 1975 hasta 1986, y en octubre de 1986 fue designado por el H. Congreso del Estado comoMagistrado del Supremo Tribunal de Justicia.

También me tocaron momentos difíciles cuando trabajé en la Sala con él; momentos de tensión, pero admiraba que no se dejaba doblegar cuando el asunto que se sometía a su jurisdicción tenía tintes políticos. La fórmula era sencilla y siempre la ejercía: aplicar ni más ni menos lo que dice la ley.

Al concluir mi paso por la Sala en Materia Civil continúe en el Juzgado Sexto en Materia Civil con la licenciada María Alejandra Pérez González, y finalmente en el Juzgado Séptimo de la misma rama con el licenciado Jorge Reséndiz García.En todo momento el trato hacia mi persona por parte de mi antiguo jefe fue de respeto e interés de saber cómo era mi desarrollo profesional.

Al salir del Poder Judicial pensé que muy poco o casi nada lo iba a frecuentar, pero lo seguía viendo cuando acudía a checar los asuntos que yo litigaba, siendo su trato siempre afectuoso. Posteriormente la vida me permitió reencontrarme con su familiaal impartirles clases a sus hijos Miguel y Claudia, de quienes pude observar su dedicación y la admiración tan grande que tenían por su padre. El trato con César no era tan frecuente, pero recuerdo que contaba –al igual que su papá– con una dosis de buen humor. De su esposa, la señora Chayito, siempre advertí la presencia de una dama que apoyaba incondicionalmente a su marido y un afable trato hacia las personas, sin dejar pasar mi admiración por la madre ejemplar que siempre fue.

En el ambiente social, en un club deportivo que siempre frecuentaba era estimado,desde Carlos el vigilante, Luisito el peluquero, Toño el masajista y sus vecinos de locker. Siempre tenía una anécdota, una enseñanza o un chiste qué contar que generaba interés de quienes estábamos presentes. El único defecto que le veía es que se ufanaba de ser americanista y, lo peor, lo hacía público.

Con el paso del tiempo fue designado Procurador General de Justicia en el estado, en un momento de crisis y cuestionamiento serio a la institución, pero con los arrestos que le caracterizaban. No sólo asumió el cargo –que muchos por comodidad profesional lo rechazaron–, sino que poco a poco mejoró la imagen de la institución. Su carácter sincero y alejado de la política no le permitió durar mucho en su encargo, pero siempre se le reconoció que ante la ola de infundios que recibió él siempre dio la cara y no se apartó ni un ápice de aplicar la ley y velar por la justicia.

Prefirió regresar al Tribunal que participar en un clima político adverso para el estado; optó por continuar trabajando en su Sala en vez de jubilarse. Fue una persona que se dedicó–desde el año 1975 hasta hace unos días– a hacer lo que le gustaba: impartir justicia. Se dice simple, pero no es cualquier cosa ser juzgador más de cuarenta años.

Le tocó vivir los tiempos de transformación del Poder Judicial en la entidad, en los que participó de manera vehemente y decidida en mejorar la institución. Junto con Fernando Arreola Vega era el decano del Poder Judicial del Estado; fue –al igual que algunos Magistrados en funciones y en retiro– producto del primer peldaño del Poder Judicial del Estado, y conocía sus entrañas.

El Magistrado Plácido Torres Pineda fue un funcionario egregio, de fuerte personalidad, quien fue llamado a cuentas impartiendo justicia. Recuerdo que él mismo decía que no se iba a jubilar,prefería que lo sacaran con los pies por delante del Tribunal. Y así fue, dio su vida al Tribunal de Justicia y contribuyó al desarrollo de la entidad.

¿Polémico?, quizás, pero entregado a su trabajo también. Fue siempre como los de su tierra, sincero hasta las últimas consecuencias, y nunca se calló lo que pensaba. Honró siempre su palabra por encima de todas las cosas y supo hacer amigos.

Quiero expresar,al igual que muchos paisanos, mi más sincero reconocimiento al desempeño del Magistrado Plácido Torres Pineda, profesionista destacado, hombre ejemplar e ilustre michoacano.

¿Por qué esperar a que se vayan las personas que han forjado la impartición de justicia en el estado para reconocerles su trayectoria?Existen héroes anónimos en vida, juzgadores –y que ya no lo son– que han entregado sus mejores años al Poder Judicial, profesionistas que fueron actores fundamentales para la transformación del Tribunal de Justicia, que bien vale la pena por lo menos dedicarles unas líneasescritas para destacar su labor.

Quiero concluir este modesto reconocimiento con un agradecimiento a una persona que me auxilió con sus memorias para escribir el presente artículo: Don Jorge Orozco Flores, quien fue el precursor de la modernización del Poder Judicial en el Estado, de quien me ocuparé en otro artículo, pero su amor al Tribunal de Justicia está más que manifiesto;destacado jurista, hombre honrado y profesional, amante de las letras y de una buena charla, quien me dispensa su amistad. Vaya a él mi respeto y gratitud.

Por lo pronto,usted ¿qué opina?

 

Ramón Hernández R.

napoleonprimero@hotmail.com

@HernandezRRamon