Freud dijo que la civilización nació el día que una persona enojada lanzó una palabra en vez de una piedra.

La sociedad misma atraviesa épocas de cambios en su comportamiento, no fue sólo Trump, fue el NO en Colombia, y también el Brexit.

2016 es la primera llamada a nuestra atención, los sociólogos llaman a este fenómeno “voto disruptivo” y no es más que el reflejo del malestar generalizado de amplios sectores de una comunidad con el statu quo y el establishment, del que son parte políticos, instituciones y medios de comunicación.

La victoria de Trump es un ejemplo claro de que ya no es un tema a discusión entre derechas o izquierdas, sino entre nacionalismo y globalización, clase obrera y élite dominante, populismo contra políticos tradicionales.

Hay elementos en común en los tres procesos: la sorpresa en el resultado y la sensación de que el voto ciudadano optó por alternativas de cuestionable racionalidad, al día siguiente en Estados Unidos, Londres y Bogotá el clima era similar: incertidumbre y marchas en las calles contra el dictamen del electorado, y es que la insatisfacción de los ciudadanos se ha convertido en un fenómeno mundial, la política ha perdido credibilidad, la crisis de los partidos es universal, pero  ¿vieron los índices de participación ciudadana en los tres casos?

Resulta obvio que México no es una excepción, ante los discursos incoherentes de nuestros gobernantes, la realidad económica, social y la sobresaturación de información y conocimientos a través de las Tecnologías de la Información, de datos y opiniones, muchas veces falsos, la realidad de las cosas resulta siendo subjetiva y esto lleva a formar criterios y a actuar, la mayoría del tiempo, de manera desinformada, mal informada o simplemente en contra de todo establishment.

Es verdad que en el ciberespacio todo el mundo puede opinar y aunque los defensores de las redes insisten en que ellas democratizan la información, también algunos han expresado preocupaciones (me incluyo) por los peligros que podrían tener. “The Economist” alertó hace poco sobre la llegada de una “política de la mentira”, las redes y los sentimientos anti establecimiento permiten un discurso inclinado al engaño y muchas veces mentiroso, que ha demostrado rentabilidad electoral y que ya no parece tener las sanciones sociales de otra época, es decir, que hay mucha gente inteligente ahí afuera beneficiándose y “sacando ventaja política” de las crisis en sus diferentes vertientes y en muchas partes del mundo, llevando “agua a su molino”, con discursos populistas, cuyo principal objetivo es endulzar el oído del electorado diciendo lo que la sociedad en estos momentos quiere escuchar, pero sin análisis ni fundamento alguno, usando mentiras, ondeando la bandera de la rebelión contra el establecimiento, y haciendo promesas que pueden atentar contra valores y costumbres construidas durante años. Porque una cosa es el falso discurso de la corrección política y otra, muy distinta, derrumbar de la noche a la mañana el establecimiento al promover la intolerancia hacia la migración, volver a peligrosos sistemas de proteccionismo, y desconocer acuerdos de cooperación internacional.

¿No nos damos cuenta en verdad, que hay políticos que con sus discursos nos están conduciendo a una notoria fragmentación social, en la cual es más fácil, señalar, desacreditar, e inclusive actuar en contra los unos de los otros, sólo por no poder respetar que pensamos de manera distinta?

¿No nos damos cuenta que las soluciones las vamos a encontrar lanzando palabras y no piedras? uniendo pedazos, sumando esfuerzos, cada uno haciendo lo que nos corresponde, estudiando, trabajando, informándonos, contribuyendo, participando propositivamente, demandando de manera inteligente y sin exigir todo aquello que no estamos dispuestos a ser o a dar nosotros mismos. Actuar de manera coherente, siempre es un buen comienzo, el cambio que tanto queremos podemos comenzarlo desde lo individual, la revolución que México necesita debe ser de conciencias.

Solemos subestimar el poder trascendental de nuestras acciones, no hace falta ser Presidente para mejorar la situación actual de nuestro País, en esto estamos todos, lo que hagamos o dejemos de hacer repercute más allá de lo que podamos imaginar, la realidad global nos obliga a actuar con mayor esfuerzo y compromiso, no podemos seguir esperando que otros vengan y nos resuelvan la vida con sus varitas mágicas y fórmulas secretas para salvar a México, no hay de otra, a Dios rogando y con el mazo dando.