Libros de ayer y hoy
El pasado 10 de abril, los campesinos michoacanos y el Gobierno del Estado de Michoacán conmemoraron 104 años del asesinato de Emiliano Zapata Salazar, considerado con justicia como el Padre del Agrarismo Mexicano. Será importante recordar y tener presente aquel acontecimiento para revalorar la lucha de Zapata en la actualidad. Son distintas las preguntas que podrían formularse, cuyas respuestas tienen implicaciones para explicar las circunstancias que hoy vive el campo mexicano y es importante recordar el pasado.
En primer lugar, habría que preguntarse por los autores intelectuales de aquel asesinato y las razones que tuvieron para ordenar la consumación de este crimen. En relación con la respuesta, habría que decir, que en el proceso de la Revolución Mexicana, convergieron distintas fuerzas sociales y políticas y por tanto, distintos intereses. Había aquellos revolucionarios que postulaban simplemente la modernización del latifundio, disponiendo del trabajo de campesinos desposeídos. Los otros, los que pensaban diferente, como Zapata, sostenía que las tierras y aguas se habían perdido durante siglos de despojo, debían ser restituidas a su dueños originales, dotando de ejidos, de “campos de siembra o de labor”, a quienes no pudieran obtener dicha restitución, mediante la expropiación de tierras, montes y aguas a los “hacendados ó caciques”.
Entre los distintos estudios que se han publicado sobre la historia del agrarismo en México, el Lic. Jerjes Aguirre Avellaneda, a quien conozco de toda la vida, en su libro “Movimiento Campesino y Capitalismo en México plantea diversos enfoques para comprender mejor la Revolución Mexicana. De este libro, me permití tomar varias de las citas.
Sigo entonces. Del lado de la modernización del latifundio con trabajo asalariado, estuvieron Francisco I madero y Venustiano Carranza. El primero, en una carta enviada al periódico “El Imparcial” en junio de 1912, escribió: siempre he abogado por crear la pequeña propiedad; pero no quiere decir que se vaya a despojar de sus propiedades a ningún terrateniente… una cosa es crear la pequeña propiedad por medio del esfuerzo constante, y otra es repartir las grandes propiedades, lo cual nunca he pensado, ni ofrecido en ninguno de mis discursos y proclamas.”
Por su parte, Venustiano Carranza, molesto, por los planteamientos de una delegación zapatista enviada por el General Genovevo de la O, tuvo como respuesta estas palabras: “Eso de repartir tierras es descabellado. Díganme que haciendas tienen ustedes, de su propiedad, que puedan repartir, porque uno reparte lo que es suyo, no lo ajeno”.
La otra posición, la zapatista, está contenida en el Plan de Ayala promulgado en noviembre de 1911, señalando el imperativo de la Restitución de tierras, entrando inmediatamente en posesión de ellas, a la vez que se entregaban ejidos y apoyos técnicos y crediticios para hacerlas producir. Esta era la vía campesina, la que otorgaba a las mayorías rurales desposeídas, la del desarrollo, la justicia y la libertad. Tierra y Libertad fue el lema definitorio del zapatismo.
La contraparte representada por el carrancismo, a través de su principal ideólogo Luis Cabrera, autor de la Ley del 6 de enero de 1915 promulgada por Carranza, afirmaba que “ciertas clases rurales, siempre y necesariamente tendrán que ser clases servidoras, necesariamente tendrán que ser jornaleras”, agregando además, que “la población rural necesita complementar su salario: si tuviese ejidos, la mitad del año trabajaría como jornaleros, y la otra mitad del año aplicaría sus energías a esquilmarlos por su cuenta”.
Una fue entonces la vía campesina zapatista, que tenía como centro la comunidad y el ejido y la otra, la vía de la modernización del latifundio con el trabajo de los jornaleros. Fueron las dos ideas, los dos proyectos económicos, sociales, políticos y culturales los que se enfrentaron en los campos de batalla. Las fuerzas militares carrancistas ocuparon Morelos incendiando poblados, destruyendo sembradíos y árboles frutales, estableciendo campos de concentración tratando de evitar el apoyo de la gente a los zapatistas. Con todo, Zapata seguía en pié de la lucha y fue entonces cuando se planeó su asesinato, para deshacerse a como diera lugar del Caudillo del Sur.
Pablo González confió la tarea de asesinar a Zapata el coronel Jesús Guajardo, quien finge a Zapata un rendimiento y luego de ganar su confianza, lo asesina a mansalva en el casco de la hacienda de Chinameca, el 10 de abril de 1919. A cambio de su traición, el Judas del agrarismo, fue nombrado General por Carranza, recibiendo además una recompensa a 50 mil pesos.
En consecuencia, ¿quién ganó y quien perdió con el asesinato de Emiliano Zapata”, ¿Cuál fue la vía impuesta “por la Revolución” al campo mexicano?, ¿cuáles han sido sus resultados?, ¿es posible corregir un siglo de desvíos y traiciones?. Las respuestas están en las manos de los propios campesinos, la lucha debe permanecer en los grandes ideales zapatista de tierra, justicia y libertad.