En días pasados los noticieros radiofónicos a los que el común de los mexicanos tenemos acceso, dieron a conocer que el empresario Rogerio Azcárraga Madero, fundador y Presidente del Grupo Radio Formula había sido galardonado por el Consejo de la Comunicación con el Premio Nacional a la Comunicación en un evento celebrado en la casa presidencial de Los Pinos, con la presencia del Presidente Peña Nieto. Supuse en principio que este era un reconocimiento oficial del gobierno mexicano y que el Consejo de la Comunicación era uno de tantos organismos creados por el Estado Mexicano para supuestamente ofrecer a la sociedad transparencia en cada uno de sus actos.

La idea de que exista un Consejo Mexicano o Nacional de la Comunicación que garantice y vigile que los medio públicos, en particular la radio y la televisión, que emiten su señal a través de concesiones del Estado (es decir de la sociedad),  lo hagan de manera objetiva, plural, y otorgando equidad de espacios a representantes de diferentes ideologías, no es solo buena, sino plausible, necesaria y, más aún, indispensable.

Al investigar un poco sobre los orígenes y la integración del Consejo de la Comunicación me di cuenta de que no es el representante legítimo de la sociedad, aunque reciba de parte del gobierno un trato privilegiado, como si lo fuera.

En su página de internet el Consejo de la Comunicación señala que tiene sus orígenes en lo que fuera el Consejo Nacional de la Publicidad, “fundado hace más de 55 años por un grupo de empresarios profundamente preocupados por promover las grandes causas nacionales, fomentar la participación social e influir positivamente en el ánimo, valores y hábitos de la sociedad mexicana. “A partir del 2001 evoluciona a Consejo de la Comunicación, A.C.”

El Consejo se señala así mismo como la voz de las empresas al servicio de las grandes causas nacionales. Busca llegar a ser promotor relevante y permanente de ideas, valores, actitudes y costumbres que construyan una mejor sociedad. Y entre sus valores tiende los siguientes: Honestidad, respeto, justicia, paz, solidaridad, generosidad, lealtad, responsabilidad, libertad, bienestar y salud. Sin duda valores todos muy loables. Sin embargo, surge la duda de si los mismos se defienden como valores universales de la sociedad mexicana o de las empresas y organismos públicos que la integran, que es en principio lo lógico.

El consejo está integrado por un cententar de medio escritos y electrónicos de comunicación, entre los que están desde Televisa, Radiorama, Radio Fórmula, hasta diarios como El Universal, Excélsior y La Jornada, bancos, consorcios privados de diferentes ámbitos, medios públicos como los Sistemas de Radio y Televisión de Jalisco y el del Estado de Michoacán. También participan entre sus integrantes ayuntamientos como los de Guadalajara, Puebla, Pachuca, Veracruz, Morelia, Uruapan y Zamora.

Al recibir el Premio Nacional de la Comunicación 2017, el señor Rogerio Azcárraga Madero,  apuntó: “Nuestra preocupación es México y queremos comunicar y dar la libertad para que todo mundo diga qué piensa”. El también presidente honorario de Grupo Fórmula expresó que “todos los programas tienen libertad. A ningún comunicador le recomendaron decir lo que tiene que decir; ellos buscan la fuente y dan la noticia. Hay libertad expresión que es básico para la libertad en México”.

Bonito y emotivo discurso. Sin embargo me entró la duda de si el Consejo de la Comunicación y su galardonado de este año tienen tan buenas intenciones como las expresadas en sus documentos de principios, y en su discurso de recepción del premio señalado, respectivamente, ¿Por qué no hacen nada para garantizar objetividad en el manejo de la información noticiosa? ¿Por qué no requieren a su informadores a limitarse a informar en lugar de editorializar tendenciosamente en favor de los grupos de poder político y económico que controlan el país? ¿Qué Rogerio Azcárraga Madero no ha escuchado al mercenario tendencioso de Oscar Mario Beteta? ¿O a Pepe Cárdenas y a Eduardo Ruiz Gili, entre otros de sus conductores noticiosos, quienes con mayor discreción buscan orientar las preferencias electorales de la audiencia?

Imagino que lo anterior es pedir demasiado, ya que como lo señala en su página de internet el Consejo de la Comunicación surgió de la iniciativa de un “grupo de empresarios profundamente preocupados por promover las grandes causas nacionales, fomentar la participación social e influir positivamente en el ánimo, valores y hábitos de la sociedad mexicana”, pero obviamente desde su perspectiva, y no de quienes piensan diferentes a ellos,  y que tal vez hoy seamos la mayoría, aunque no contemos con las concesiones de radio y televisión que ellos detentan.

Por lo anterior, bien valiera la pena que el Congreso de la Unión se diera a la tarea de conformar un Consejo Nacional de la Comunicación, integrado por especialistas en el tema  e independencia ideológica,  que se ocupara de garantizar objetividad en la emisión de la información noticiosa y otorgar acceso para que presenten y debatan sus ideas equitativamente a todos los grupos de la sociedad que piensan diferente.