LA SOLIDEZ DE LOS CANDIDATOS PRESIDENCIALES

Parte central del discurso de los candidatos a la presidencia de la República de las coaliciones “Todos por México”, José Antonio Meade Kuribreña, y “Por México al Frente”, Ricardo Anaya Cortés, radica en mostrar sus credenciales como hombres académicamente educados, con una visión moderna del futuro, y plenamente identificados con las tendencias mundiales de la globalización y las ventajas del libre mercado.

Observamos en sus intervenciones públicas y en las de sus voceros y asesores como se ponderan esas supuestas cualidades, que según ellos contrastan con la baja preparación académica y la visión regresiva y anacrónica para el futuro del país que, dicen, caracteriza a Andrés Manuel López Obrador, candidato de la coalición “Juntos haremos Historia”.

Meade se presenta, y sus voceros itamitas que los secundan, como un economista de altas calificaciones (neoliberales desde luego), educado y doctorado en Yale, una de las mejores universidades estadounidenses; se le señala como el candidato más experimentado en el quehacer público, ya que ha sido Secretario de Hacienda y de otras áreas en cinco ocasiones en dos administraciones diferentes: una del PAN y otra del PRI. Domina el inglés y es reconocido como tecnócrata ortodoxo en los círculos financieros internacionales.

Anaya, por su parte se presenta como un hombre joven, brillante y audaz, con claridad de pensamiento y facilidad de palabra excepcional, que domina el inglés y el francés a la perfección, que ha desarrollado una visión moderna del futuro y se ha capacitado en las tecnologías de la información y el uso de la informática y la robótica, lo que le permitirá llevar a México a la modernidad y a la igualdad social por esa vía de llegar a ser presidente.

Lo que no señalan estos candidatos y sus voceros es que la visión que tienen ambos del país y sus perspectivas a futuro, además de coincidentes ideológicamente, han acreditado ser fallidas, además de limitadas y parciales, sustentadas sobre el desconocimiento de buena parte de la realidad nacional, y construidas a partir de las visiones del desarrollo neoliberal diseñado en los centros financieros internacionales, que consideran que el libre mercado dominado por el poder económico resolverá las contradicciones de la grotesca y creciente desigualdad, así como los fenómenos de descomposición aparejados, que se han manifestado en nuestro país durante los últimos seis sexenios de gobierno federal.

Cuando uno escucha las propuestas de Meade para generar empleo, erradicar la pobreza extrema, otorgar accesos a la población a servicios educativos y de salud, no cabe sino preguntarse, por qué no se avanzó en esos ámbitos, durante el tiempo que participó como secretario de gabinete en los gobiernos de Calderón y Peña Nieto. Fue particularmente ilustrativa su defensa del Seguro Popular durante el último debate, que según él atiende a 50 millones de mexicanos. Resulta obvio que no está siquiera enterado de que en buena parte del país los supuestos beneficiarios de los servicios públicos de salud deben de llevar hasta sus gasas y jeringas a clínicas y hospitales, y por supuesto comprar sus medicamentos, para recibir la atención médica que requieren. En ese sentido no resulta gratuito que López Obrador opine que el Seguro Popular, ni es seguro ni es popular; punto de vista que resulta de sus permanentes recorridos por las zonas marginadas del país y de su contacto con la gente.

Algo similar sucede con el discurso de Anaya, que resulta totalmente alejado de la realidad cuando apuesta a la modernización ya a la atención de las necesidades básicas de la población a partir del uso del internet, de la rápida sustitución de vehículos que consumen gasolina por eléctricos, y de conducción autónoma, de la robotización de actividades industriales, entre otras, cuando en el país hay más de 50 millones de pobres extremos, un altísimo desempleo y subempleo real, y millones de jóvenes sin futuro. En los hechos Anaya está conociendo en sus recorridos de campaña presidencial muchos de los rincones y del país y problemas de la sociedad que antes no sabía que existían; no se puede olvidar que los últimos años de su vida los pasó viajando a Atlanta prácticamente todos los fines de semana a visitar a su familia.

Es común escuchar en la propaganda descalificadora de Meade y Anaya, lo mismo que en sus referencias y las de sus voceros ,respecto a López Obrador, que el morenista fue un mal estudiante universitario ya que le llevó 15 años recibir su grado de licenciatura a partir de haber iniciado su carrera, que es un vividor de la política ya que nunca ha trabajado, que su preparación académica es inferior a la de su contrincantes, que sus propuestas retornaría al país al pasado, entre otras descalificaciones de muchas más. En descargo de tales señalamientos resultan pertinentes algunas consideraciones:

Es claro que para López Obrador titularse e irse a estudiar un posgrado a una universidad, mexicana o extranjera, no fue nunca una prioridad, mientras que para sus competidores por la presidencia si lo fue. En cambio, prefirió ir a trabajar con los indígenas chontales en su natal Tabasco y buscar desde esa posición, que desde entonces escogió, contribuir a atender los problemas más álgidos de esos grupos olvidados, cuestión que sus oponentes ni siquiera consideraron.

Respecto a la afirmación de que el morenista nunca ha trabajado, ya que se ha dedicado a hacer política, y ha sido en consecuencia un mantenido del sistema, vale preguntarse en qué ha sido diferente su actividad de la de sus oponentes, que tan pronto terminaron sus estudios se incorporaron a “trabajar” en el servicio público; Anaya como empleado público local en su natal Querétaro y Meade como empleado público federal en la Secretaría de Hacienda, con el cobijo de sus cuates del ITAM. Mientras los dos últimos se incrustaron como piezas de la burocracia local y federal, respectivamente, cobrando desde luego altos salarios cubiertos con presupuesto público, el morenista se ha dedicado a la construcción de un proyecto político alternativo para el país que claramente ha sido bien recibido por la mayoría de los mexicanos, con las asignaciones presupuestarias a los partidos políticos en los que ha militado. En otras palabras, tan dependientes de los impuestos han sido Anaya y Meade como lo ha sido López Obrador, con la diferencia de que los primeros han sido piezas de una maquinaria burocrática que ha llevado al país al estado de crisis que hoy padece, mientras el morenista ha trabajado en la construcción de una proyecto de Nación alternativa para buscar superar el estado de crisis en la que los gobiernos en los que sus contrincantes participaron, lo han colocado.

En lo que se refiere a entender si la preparación de Anaya y Meade es superior, o cualitativamente mejor a la de Lopez Obrador para enfrentar los retos que México enfrenta en el presente, cabe reflexionar que los primeros se formaron de acuerdo a la currícula de las universidades donde estudiaron; Meade, en el ITAM donde estudio Economia; en la UNAM, donde estudio Derecho, y en la universidad estadounidense de Yale, donde obtuvo su doctorado en Economía. Ricardo Anaya por su parte, estudiando Derecho en la Universidad Autónoma de Queretaro, una maestría en derecho fiscal en la Universidad del Valle de México y el doctorado en Ciencias Políticas y Sociales en la UNAM.

En lo tocante a López Obrador, estudió la carrera de Ciencias Políticas y Administración Pública en la UNAM. A diferencia de sus oponentes por la Presidencia de la República, no curso estudios de posgrado universitario por que no fue su prioridad, pero se preparó de manera empírica en los temas de su interés, al incorporarse al concluir sus estudios universitarios a trabajar en el Centro Coordinador Indigenista Chontal de Nacajuca, del que fue titular, colaborando en la Coordinación General del Plan Nacional de zonas deprimidas y grupos marginados, siendo designado más tarde Delegado Estatal del Instituto Nacional Indigenista, encargo en el que se mantuvo por cinco años.

Mientras Meade y Anaya se formaron académicamente de acuerdo a los programas académicos de postgrado de sus respectivas universidades, López Obrador lo hacía en contacto con una de las regiones indígenas más deprimidas de su natal Tabasco, y del país.

Respecto a que si las propuestas de Meade y Anaya son modernas ven al futuro y las de Lopez Obrador constituyen un regreso al pasado, valdría señalar que las que los dos primeros sostienen se han probado en México durante 36 años, quedando demostrada su disfuncionalidad para el país, por lo que más bien pareciera que quienes no quieren ver hacia adelante son quienes las pretenden mantener vigentes contra viento y manera. Por su parte, lo que López Obrador propone se fundamenta en fórmulas que prioricen el fortalecimiento de un mercado local a partir de utilizar nuestros recursos naturales y estratégicos para impulsar un crecimiento autosuficiente y racional l; eso es mirar hacia el futuro, no al revés.

Los proyectos de gobierno que proponen Anaya y Meade, son en esencia la continuación del que se ha impuesto al país durante los últimos seis sexenios, cuatro encabezados por el PRI y dos por el PAN. Desde hace seis campañas presidenciales escuchamos promesas de que las cosas mejorarían para las grandes mayorías de la población, como ahora las repiten los candidatos señalados. Un modelo que ha propiciado la concentración de la riqueza en pocas manos y el empobrecimiento de las mayorías, la caída de los salarios en términos reales, la dependencia y sometimiento del país a los intereses de los centros financieros internacionales, así como los efectos colaterales en las materias de: corrupción, impunidad, delincuencia, inseguridad y falta de aplicación de la justicia. Hasta ahora las cosas han ido de mal en peor, y así seguirían si alguno de los dos ganara la elección, por el simple hecho de que el modelo de desarrollo que tan bien han estudiado, aplicado, representan y predican, no es funcional para México, como ha quedado claramente demostrado.

Con todas sus limitaciones y asegunes, las propuestas que enarbola López Obrador no son el resultado de ocurrencias o sueños guajiros, como sus contendientes y detractores señalan, sino de una revisión puntual de las necesidades y potencialidades del país con una perspectiva de justicia y bienestar social, heredada del pensamiento de Morelos, Juárez, Madero, Zapata y Cárdenas, con equidad en la distribución de la riqueza, desarrollo autosuficiente, recuperación de la paz social y esperanza de desarrollo hacia el futuro, y todo lo que ello significa. Propuesta y revisión en la que han venido participando miles de mexicanos de todos los ámbitos sociales, económicos, empresariales, académicos y culturales, que se han venido sumando al proyecto encabezado por López Obrador.

Ante esta perspectiva sería de esperar que el gobierno de la República y los órganos electorales entiendan y asuman en forma puntual la función que les corresponde de velar por los intereses de los mexicanos en este ámbito, garantizando una elección transparente y limpia. Que la ciudadanía, por su parte, acuda a votar de manera masiva y libre para garantizar un resultado de la elección claro, contundente e incuestionable.

Lo que está en juego no es poca cosa; es el futuro de México y de las siguientes generaciones.