OBSERVADOR CIUDADANO

ANTE LA INMINENCIA DEL TRIUNFO DE AMLO

Por: Enrique Bautista Villegas

A escasas tres semanas de las elecciones presidenciales del primer domingo de julio aparece como inexorable un triunfo en las urnas de Andrés Manuel López Obrador.  Durante los últimos meses, pero particularmente durante las última semanas, los mexicanos hemos sido testigos del fortalecimiento de la campaña del político tabasqueño, acompañado del estancamiento absoluto de la candidatura de José  Antonio Meade Kuribreña, abanderado del partido del gobierno y sus aliados, y la caída sostenida de Ricardo Anaya Cortés, respaldado por lo que quedó del PAN y el PRD y por Movimiento Ciudadano, después de que el propio Anaya se encargó de dividir al primero y las tribus perredistas echaron de su seno a los líderes ideológicos que le dieron vida al segundo.

Vista la campaña retrospectivamente no debiera haber sorpresa alguna; López Obrador ha significado desde el principio la única esperanza de cambio a futuro para una ciudadanía harta, molesta, enojada y frustrada, por más de treinta y cinco año de gobiernos contrarios a sus intereses; gobiernos incapaces, ya no de ofrecer mejores alternativas de vida a los mexicanos, sino siquiera mantener los niveles alcanzados en el pasado.

Una población desesperada por la falta de capacidad para llevar los satisfactores mínimos a la mesa de sus familias, derivada la carencia de oportunidades de trabajo y de salarios remunerativos; una población frustrada por la imposibilidad de ofrecer a sus hijos oportunidades de desarrollo dignas, de educación y de empleo; por el crecimiento de la inseguridad, de la vulnerabilidad personal, del crimen, y de la corrupción, y de la no aplicación de la justicia.

Y es que la inmensa mayoría de los ciudadanos ha ido paulatinamente entrando en razón y entendiendo que tanto Meade como Anaya  solo representan la oferta de la continuidad de los gobiernos del PRI y al PAN que han hundido al país en la crisis de la que desesperadamente queremos salir. Que la disyuntiva no radica en cuál de los candidatos tiene más y mejores reconocimientos académicos y de organismos financieros internacionales, o cual habla fluidamente varios idiomas y destaca como buen orador, sino en cuál conoce más y mejor los problemas que nos aquejan y está verdaderamente comprometido con su solución.

Hoy, a tres semanas de la elección, resulta inminente un triunfo claro de López Obrador. Un triunfo que es aceptado a priori por propios y extraños, celebrado anticipadamente por su cada día mayor número de simpatizantes, y visto con resignación o frustración por sus detractores.

A estas alturas todo hace suponer que sus opositores más férreos y fanatizados, tanto de adentro del gobierno y su partido como de otros grupos de interés,  han entendido que la idea de evitar el triunfo del tres veces candidato a la presidencia, aún por la vía del fraude, resulta utópica, por el simple hecho de que la votación será tan copiosa que cualquier intento de revertirla resultaría un fracaso y conllevaría graves riesgos para quienes lo intentaran.

Más aún, para pensar implementar un fraude desde las altas esferas del poder  sería necesario contar con el apoyo de operadores locales afines al poder central. Quienes pudieran operar como tales solo podrían ser los gobernadores y presidentes municipales afines, o lo delegados federales de las dependencias que manejan programas sociales. Sin embargo, sería suicida para tales funcionarios prestarse a un juego de esa naturaleza, cuando de antemano se prevé como infructuoso. Suicida políticamente porque ningún gobernador que tenga por delante la conclusión de su mandato querrá estar enfrentado con quien habrá de gobernar el país los siguientes años, y suicida desde el punto de vista laboral y de la libertad física para aquellos funcionarios que ejercen una función administrativa y decidieran hacer uso ilegal de los recursos públicos ante la inminente llegada al gobierno de quien ha anunciado reiteradamente que se aplicará todo el peso de la Ley en contra de quienes usen los recursos públicos para fines diferentes a los que fueron asignados.

Ante la inminencia del triunfo de Andrés Manuel López Obrador, sus opositores  políticos en el gobierno federal, en el partido gobernante, en otras oposiciones, o dentro de los grupos de poder económico y social que han venido oponiéndose a su eventual triunfo, debiera intentarse generar  las condiciones para propiciar una transición pacífica  y sin mayores sobresaltos; una transición que permita que el país continúe su marcha en forma normal.

Seguramente los cambios en las políticas públicas llegarán en su momento, de acuerdo a las posiciones ideológicas y a las prioridades ofrecidas a los mexicanos por quien habrá de conducir los destinos del país a partir del 1º de diciembre. Sin embargo, los mejor que podría pasar y más convendría al conjunto de la población es que esos cambios sean, en lo que cabe, convenidos y consensuados entre los diferentes actores de la sociedad.