México en el parteaguas

No exagero: vivimos tiempos de emergencia nacional en los que se está definiendo si nos mantenemos en democracia, dentro del marco de una república democrática, con sus respectivas libertades, o nos deslizamos hacia un régimen autocrático a partir de que se afiance y acentúe la deriva autoritaria que se ha ido imponiendo en los últimos dos gobiernos de Morena.
Una sociedad claramente democrática reconoce y respeta la diversidad de ideas y la pluralidad política, en la que se auspicia el debate respetuoso entre los distintos componentes para enriquecer los conceptos y no se aplasta –mucho menos se persigue- desde el gobierno a los adversarios políticos.
Desde el año 2000 hemos propiciado alternancias en la Presidencia de la República entre tres partidos políticos diferentes gracias a los instrumentos que millones de personas forjamos durante décadas para hacer posible la transición de un régimen cerrado y autoritario a un sistema político democrático en su más amplio sentido. Fue en esa ruta de respeto al voto, con instituciones que hicieron posible el sufragio libre, que en el 2018 Morena ganara la Presidencia con López Obrador a la cabeza.
Sin embargo, a partir de esa fecha, se inició un proceso de polarización política, como si hubiéramos surgido de una revolución violenta, no de una contienda electoral democrática. Ese nuevo fenómeno se ha ido profundizando, confrontando a un sector de la población que apoya al régimen (“el pueblo bueno”, le califica tramposamente la “narrativa” oficialista) con el resto de la sociedad, que apoya algunas de sus medidas pero que disiente de muchas otras (“los conservadores”, se les etiqueta).
En esa ruta, durante prácticamente los últimos 7 años, lo que hemos visto es el aniquilamiento de instituciones que le servían a la sociedad, a la democracia, en aras de un supuesto combate al “viejo neoliberalismo”, lo cual ha llevado a anular los contrapesos frente a los abusos del poder presidencial, así como la eliminación de la división de poderes, principio consustancial a todo sistema político democrático.
Cierto que no estamos ante una dictadura, que no es el gobierno de Sheinbaum una tiranía, pero peligrosamente cada día se subraya una deriva autoritaria en su proyecto.
Peor aún, en el horizonte inmediato no se ven señales de que la actual presidenta Claudia Sheinbaum vaya a tomar un rumbo diferente, con contenidos democráticos, porque ella es parte de y comparte el proyecto en curso, aún cuando la inercia y la lógica de los hechos (léase, entre otros, las presiones de Trump) la estén obligando a introducir cambios en la estrategia de combate a la inseguridad.
Por eso ella afirma, apasionadamente, que México es el país más democrático del mundo porque "mediante el voto popular" se van a elegir a los integrantes del Poder Judicial, a pesar de que múltiples juristas y especialistas de la más amplia diversidad señalan que eso no es verdad, y que las cosas saldrán mal en las elecciones del 1º de junio.
No exagero, pues, al decir que como país nos encontramos en una encrucijada, un parteaguas, en el cual o se retoman los principios básicos de una república democrática y se frena la polarización política para abrir paso a un diálogo constructivo o, por el contrario, se agudizan las pulsiones autoritarias y nos deslizamos hacia un régimen con graves signos dictatoriales, para conformar lo que podría denominarse una “democradura” (concepto de Pierre Rosanvallon), es decir, un régimen que se instituye gracias a las reglas democráticas, pero que evoluciona hacia uno con marcados rasgos de dictadura.
Son, lo digo convencidamente, momentos de emergencia nacional que reclaman la unidad de quienes coincidan esencialmente en los postulados básicos de la democracia y las libertades, para construir un frente amplio entre fuerzas políticas organizadas –con registro legal o sin él-, así como de las más amplias expresiones de la sociedad civil, medios de comunicación, sectores empresariales, de la academia, la cultura y la intelectualidad. Es momento de reflexionar mucho y de actuar pronto. En ese sentido apunta el contenido de mi libro, de reciente aparición, editado por Cal y Arena (Rafael Pérez Gay y prólogo de José Woldenberg): “La Voluntad Invicta. De la Guerrilla al Compromiso Democrático”.