Licho: la niña de los ojos de Dios.

Gerardo A. Herrera Pérez

Tuve la oportunidad de entrevistar a Doña Licho, una mujer rolliza, enamorada de la vida y de su gente, una mujer que ejerce la sororidad, pero también una mujer que aprendió el arte culinario de su madre. Una Licho que entrega el corazón en cada una de sus cenas, una Licho que apoya a las mujeres, aquellas mujeres que han quedado solas, o que son madres solteras.

Hace 42 años inicio esta travesía cuando su madre por las noche saco cena y noche a noche inundo con su sazón el gusto de las personas de Apatzingán, y de muchas otras que de Uruapan, Nueva Italia, Morelia, Pátzcuaro y otros lugares se acercan para participar de un banquete en familia con los manjares que cada noche prepara Doña Licho, la niña de los ojos de Dios, para el deleite de chicos, grandes y adultos mayores.

Este ritual lo viene haciendo ya hace veinte años, heredo de su madre la sazón, pero también la sensibilidad y el amor por la atención, por la ayuda al prójimo y por la calidad y calidez con que integra a un gran equipo de mujeres, en su mayoría madres solas que luchan en el día a día por sacar adelante sus proyectos de familia.

Un elemento que salta a la vista en la cenaduría, son los uniformes que visten las mujeres que acompañan a Licho todos los días; es un uniforme de color encendido, rosa mexicano, amarrillo y otros colores que distinguen la cenaduría de otras que apuestan también a su sazón. Doña Licho resalta entre todas las mujeres, Doña Licho jala la mirada de todos y todas, Doña Licho se dispone a preparar y servir a quienes llegan, quien son recibidos no como clientela, no, no, son recibidos como miembros de una gran familia que son esperados con cariño para compartir el banquete.

Doña Licho, ha comprendido la importancia de respetar la vida, ha comprendido que el hombre no puede ser el eje del universo, que es la vida, que son los seres vivos los que tenemos que respetar, así, ella en este ejercicio respeta la vida de los humanos, de las plantas y de los animales. Respeta a su semejante, respeta y ayuda a sus pares, aquellas mujeres que han sido violentadas y que en su ejercicio de humildad sabe que debe echarles la mano.

La entreviste a Doña Licho, su generosidad es amplia, comparte su vida, sus dolores, sus aspiraciones, su dogma religioso. Ella es un puñado de amor, de respeto por el otro y de compartir y hacer sentir en familia. Licho se desvive por la atención, por su compromiso, pero en el fondo respeta, es discreta y sabe en qué momento rescatar una sonrisa, sabe el momento exacto para decir un saludo, un te quiero, un aquí estoy, un te ayudo. Cada fin de año, su generosidad es tal que sus comensales llegan y se van satisfechos porque muchos de ellos gozaran de su banquete pero sin pagar, será Licho la que con su don de gente invite a las personas y eso la hace generosa sí, pero más allá de ello, la hace humana, cercana, viva, compartiendo virtudes sociales, fe y esperanza, caridad y humildad, templanza y prudencia.

Licho prepara la cena, lo hace con la sabiduría que heredó de su madre y el resultado es la sazón que detiene a sus comensales. Licho es de Apatzingán, pero yo le digo a Licho que no, que eso no es posible aunque ella lo desee, yo le digo que Licho es para el mundo, es del mundo, quienes probamos una vez, regresamos, no solo por la sazón, sino por la atención, por su calidad y calidez.

Doña Licho hace comunidad a través de los alimentos y la cena, ahí llegan las familias, llegan los padres y los hijos; Licho realiza cohesión social sin saberlo, ella promueve la confianza, los valores, la identidad y la convivencia. Licho es un dechado de virtudes, Licho es la mujer que todos queremos, no necesariamente por su cena, sino por su actitud positiva, de respeto y de escuha. Licho la prima, Licho la amiga, Licho la de la Cena, Licho la mujer que sabe responder a las exigencias del mundo moderno. Licho la niña de los ojos de Dios.

Esta noche estuvimos con Licho mis amigos el arquitecto Carlos Parra y su esposa y sus pequeñas, también nos acompañó Francisco Aguilar un tipazo de señor al que admiro y quiero, y mi amiga de batalla Emily Estephania Medina Domínguez, faltaron otros y otras amigas, pero ellos sin estar estuvieron por que los recordamos, porque los queremos y porque sabemos que siempre estarán cerca de nosotros.

Estar con Licho, es estar en tranquilidad, es estar en convivencia, es saludar a la otredad, es mirar el anochecer en familia. Gracias Licho por tu don de gente, por tu tranquilidad y por la sororidad con que nos regalas en el día a día a todos aquellos que luchamos por los derechos de las mujeres, aquellos hombres que también son feministas. Gracias Apatzingán por todo el amor que nos das a aquellas personas que sin ser de aquí, de esta tierra de Dios, nos sentimos cada vez más cercanos a esta realidad de Apatzingán. Amo a Apatzingán.