Las tres cartas

La casa estaba en muy malas condiciones, hacía tiempo que el mantenimiento no era el adecuado, aunque había algunas áreas en excelentes condiciones, decidí contratar a un ingeniero con experiencia y ganas de hacer el trabajo. Anduve preguntando en los despachos acreditados y solicité presupuestos y propuestas para la restauración correcta de la casa. Con mucha suerte hubo uno que superó a todos los demás en proyecto y costo, todo en menos tiempo y con menos dinero, la casa quedaría como nueva.

Las fugas de agua fueron las primeras reparaciones y para disminuir el consumo el ingeniero eliminó algunas de las tomas de la casa, no me consultó, pero me convenció de que representaría un ahorro importante.

Es un ingeniero muy simpático, platicador y vivaz, me consultaba todo, aunque a veces lo hacía después de haber tomado las decisiones. Como sea fue avanzando en corregir los desperfectos, aunque con frecuencia corregía uno haciendo otros. Una puerta del patio en muy mal estado la sustituyó con una semi nueva, la de la recámara, y me dejó una cortina en la habitación. Cambió de manera cíclica los focos de las habitaciones porque el presupuesto que me propuso era con mucho insuficiente y hubo dinero para focos nuevos. En fin, que llegó un momento en que con todo y lo bien que me caía le tuve que reclamar.

 No fue esto en lo que quedamos, le dije, ahora mi casa está peor que antes. Me describió los avances que había logrado pero reconoció algunos retrocesos y me explicó las razones del retraso. La casa estaba muy mal estado, me dijo, no había prácticamente ninguna habitación en buenas condiciones, y los materiales han subido de precio lo que es una cuestión ajena a mi persona.

El ingeniero me recordó el chiste que dice que un importante funcionario saliente le dejó tres cartas al entrante, indicándole que las abriera en orden. Cuando tuviera la primera crisis, la carta número uno, cuando la segunda, la número dos y la del número tres en la tercera crisis.

Muy pronto tuvo abrir la primera carta que decía: si quieres librar esta crisis debes echar la culpa a tu antecesor”.  Obedeció y se salvó.

En la segunda crisis leyó la segunda carta, que recomendaba echa la culpa al FMI, al BM, al clima, al SIDA, etc. Le dio resultado.

Cuando llegó la tercera crisis, optimista, el funcionario consultó la tercera carta: “Amigo mío, te recomiendo preparar tres cartas….”

Asentí, la casa estaba en pésimas condiciones y el presupuesto se había elevado por el alza en los precios, pero le dije: tú me aseguraste que conocías la casa y aceptaste hacerte cargo de la obra y establecimos un acuerdo.

Con una excelente argumentación intentó aún convencerme, usando la exaltación romántica de Rousseau, casas como estas contaminan nuestra conciencia limpia y bondadosa con que nacemos, entre menos cosas materiales tengamos seremos más felices como nuestros antepasados, entre más simple sea tu casa, será mejor.

Me quedé pensando que quizá nuestros antepasados vivían muy felices, los que lograban sobrevivir, porque las enfermedades transmisibles se convertían en epidemias, la ausencia de vacunas elevaba la mortandad y mortalidad y el escaso conocimiento sobre salud hacían que sólo nos pocos vivieran. La esperanza de vida de los grupos étnicos prehispánicos apenas superaba los 20 años, y en España en el siglo a inicios del siglo XX era de alrededor de 35 años y el promedio mundial en 1955 era de sólo 45 años. No quiere decir esto que nadie viviera más de 20 o 35 años, pudo haber quien viviera más de 90 años, sino que la mayoría moría muy joven y por tanto el promedio de vida era muy bajo. Fueron los avances en la ciencia y la tecnología lo que permitió producir también más alimentos y que hoy día vivamos más personas y más tiempo.

No di oportunidad a mi amigo el ingeniero de usar la segunda carta. Lo despedí.