La Leyenda de la fundación de Morelia. Me contaron que el virrey don Antonio de Mendoza y Pacheco estuvo dos veces en la loma de Guayangareo. La primera en el año de 1540, cuando se reunió con Pedro de Alvarado en Tiripetío, y con Pedro Gómez y otros españaoles hacendados y encomenderos de la región, quienes no querían mezclarse con los indios, y por lo tanto se rehusaban a que se fundara una ciudad de españoles en la rivera del lago de Pátzcuaro. Mendoza pidió a Gonzalo Gómez que lo invitara a conocer su propiedad en Guayangareo, con sus cultivos y su ganado, y hasta con un batán que movía con las aguas del río chico que bajaba de la sierra y alimentaba su propiedad. Fue entonces cuando conoció y recorrió la loma de Guayangareo, gustándole lugar tan ameno para responder a la petición de los españoles.
Me contaron que Mendoza y sus acompañantes estaban descansando a la sombra de las arboledas, cuando de pronto aparecieron unos veinte indios e indias que a todos deslumbraron: de rasgos diferentes y porte soberbio, identificados como de una raza muy antigua, adornados con objetos de oro y piedras preciosas. Todavía no salían los españoles de su sorpresa, cuando una india de imponente presencia, por su edad avanzada y su altivez, se dirigió directamente hacia Mendoza sin que nadie se lo estorbara, y a una seña con la mirada lo invitó a que la siguiera, lo que en efecto hizo el virrey yendo los dos a un lugar apartado entre el bosque, pero siempre a la vista de todos. Nadie sabe qué hablaron ni cómo hicieron para entenderse. A poco la india regresó, y juntándose con los suyos se dieron vuelta y así como llegaron, desaparecieron. Cuentan que el virrey estaba radiante después de la entrevista, y que llegándose a Gómez le dijo con una sonrisa y con decidida voz: aquí fundaremos la ciudad de españoles.
El virrey Mendoza regresó a Mechoacán en ocasión de que los indios de Nueva Galicia habían derrotado a Cristóbal de Oñate y muerto a Pedro de Alvarado, y estaban a las puertas de Mechoacán por el rumbo de Tototlán. Mendoza sofocó la rebelión a sangre y fuego, esclavisó a los rebeldes y marcó como animales a los dirigentes que no se rindieron. A su regreso, por enero de 1542, ya más en calma, visitó nuevamente Guayangareo, se dio cuenta de que la construcción de la ciudad no avanzaba por ningún lado. Me contaron que lo miraban pensativo, seguramente examinando la situación, cuando entre los árboles se dejó ver nuevamente la india principal aquélla, quien le hizo un saludo con la cabeza, le sonrió y desapareció. Se dice que con esto al virrey se le despejó cualquier duda, y al regresar a la ciudad de México tomó las providencias necesarias para la construcción de la nueva ciudad, entre las cuales estaba el envío del Alarife Juan Ponce, quien hizo la traza de la ciudad. Eso me contaron.
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