La fuerza desnuda

Felipe de J. Monroy*

Antes de todo, dos ideas. La primera: Si no hay fuerza, por lo menos debe haber ingenio. La segunda la dijo san Francisco de Sales: “Nada es tan fuerte como la gentileza, nada tan gentil como la verdadera fortaleza”.

Sucede que, en nuestros días, se ha evidenciado que cierta fuerza productiva guarda paradójica correspondencia con la fuerza destructiva: hay absoluta vinculación entre cierto tipo de desarrollo económico con la devastación de la naturaleza; y, por supuesto, hay un vergonzoso rastro de miserables y desposeídos sobre las losas del privilegiado ascenso de algunos grupos de poder. 

En la pasada cumbre teológica-pastoral por el futuro del Amazonas, por ejemplo, varios católicos denunciaron que la extracción, refinación y comercio del oro no sólo provoca laceración de bosques, selvas y ríos; también contamina de mercurio los lagos y mares, mientras impone una salvaje cultura crematística entorno al metal precioso. Por lo tanto, son incontables los pueblos cuyos niños, mujeres y jóvenes mueren doble y lentamente envenenados. Sus cuerpos enferman por el mercurio en sus venas mientras su espíritu se corrompe en un mercado de ambición y ganancias donde la explotación, el engaño, el crimen y el poder arrancan toda la riqueza cultural original de esas comunidades (su lenguaje, su espiritualidad y su cosmogonía) y la suplantan por la vil adoración al dinero.

Aquellos católicos coincidían que, denunciar, condenar o lamentar (los verbos predilectos de la comunicación eclesiástica) esta cruel depredación de la Creación y del prójimo mientras se usan joyas, accesorios, cruces pectorales o anillos pastorales de oro, más que hipocresía es llana complicidad con el crimen. Y es que, la actual preocupación por el equilibrio ambiental es popular pero raramente es consecuente.

Pero el problema no sólo sucede en la densidad de la selva amazónica, en realidad es allí donde con más claridad se advierte esta paradoja de ‘producción destructiva’ que se ha incrustado en todas nuestras relaciones sociales, económicas, comerciales y de poder.

Según lo han explicado filósofos y teólogos contemporáneos, en nuestro mundo actual es prácticamente imposible llegar al ‘éxito’, la ‘realización’ o a la ‘abundancia’ sin treparse sobre las espaldas heridas de cientos de ingenuos, ignorantes, pobres, marginados, precarizados y suplicantes hermanos humanos nuestros. 

Parece que vivimos en un canibalismo tolerado donde ‘el fuerte’ recurre lo mismo a la elegante evasión de impuestos que al brutal y sanguinario crimen; un sistema de engaños donde triunfa quien precariza el trabajo honesto o condiciona el acceso a derechos elementales de los demás, quien roba impunemente y sin pudor ya sea mediante un arma en la mano o a través de un complejo modelo de pseudo inversiones que no son sino estafas legales del bien personal o público; un fétido ambiente donde gana quien domina la corrupción en la búsqueda de privilegios inconfesables. El colmo de este sistema es que, en la persecución de nuestras ambiciones, muchos somos capaces de la autofagia o la autoexplotación; ponemos en riesgo nuestro bienestar, nuestra salud, nuestra tranquilidad y hasta nuestra identidad con tal de arañar el solitario y fraudulento éxito.

Por ello son importantes las dos ideas iniciales, pues son la creatividad y la ternura las respuestas frente a este sistema corroído de frívolas ambiciones. Por ejemplo, la fuerza de una auténtica denuncia contra el sistema depredador del extractivismo de oro en la selva amazónica no se encuentra en el poder de los argumentos, en el músculo social o en el control de los hilos del poder; la fuerza está en la congruencia y, particularmente en este caso, en una radical humildad y renuncia a la apariencia. Se trata de una aparente contradicción: la fuerza está en la debilidad, pero sólo en su aspecto, porque el núcleo de la congruencia es una fuerza indómita. 

El verdadero remedio contra un mundo enfermo de poder es una fuerza desnuda, ingeniosa y gentil, tan congruente como un hombre puede ser, tan sólida como su humildad, tan perenne como su virtud.

*Director VCNoticias.com

@monoryfelipe