Ecosig, prohibidas en México
El reciente fallecimiento de Alberto Aguilera Valadez, más conocido en el polifacético mundo del espectáculo-showbissnes como Juan Gabriel, generó situaciones muy diversas y hasta inaceptables, que muchos utilizaron para llevar agua a su molino y perdieron la ecuanimidad y la hasta la decencia.
Juan Gabriel fue, es, permítase la licencia literaria, porque él siempre será presente aunque esté en el mundo de los muertos, un fenómeno irrepetible, un ídolo nacional, guste o no guste. Como él mismo lo afirmó: Mientras alguien cante mis canciones, viviré
El pueblo, Voz del pueblo, voz de Dios, así lo quiso.
Juan Gabriel es un ídolo, de los pocos que nuestro país y nuestra sociedad tiene, sin comparaciones de que es más o menos que Fulanito: Su nombre, su figura, sus canciones, sus actuaciones, sus arreglos musicales están a la misma altura de José Alfredo Jiménez, de Agustín Lara, de Pedro Infante, de Pedro Vargas, de Javier Solís, de Jorge Negrete, Fernando Fernández, Lola Beltrán, Lucha Villa, Libertad Lamarque, Lupita Palomera, Toña La Negra, María Luisa Landín, Juan García Medeles, Pablo Beltrán Ruiz, Luis Arcaráz, Carlos Campos, el Santo y pocos más.
Simplemente I N C O M P A R A B L E S.
Son personalidades N O N E S.
Su obra, más allá de las cuestiones de su vida privada, a la cual tiene-tuvo derecho, trasciende el tiempo y el espacio y pasará mucho tiempo para que, en nuestro país, una persona, sin más estudios=preparación=formación que la vida de la farándula=espectáculo, su decisión-ambición de triunfar y de tener éxito, llegue a escribir, cantar, componer y arreglar piezas musicales como él lo hizo – algunas de bastante profundidad -; si a lo anterior le incorporamos sus acciones filantrópicas, realmente es incomparable.
Juan Gabriel matizó los sentimientos, emociones y deseos de la mayoría de los mexicanos, razón por la cual en el último cuarto del siglo XX y estos años del siglo XXI sus canciones – más de 1800 – , bailes y contoneos sumamente sugestivos llenaron radio y televisión, no únicamente de nuestro país.
Tal vez sea cierto lo dicho por un político mexicano – José Carlos Ramírez -: “No creo
que exista un mexicano que no haya cantado con Juan Gabriel”.
Por eso no tiene nada de extraño que el pueblo, – la masa y sus círculos sociales – hasta de élite, se desborden en homenaje popular, informal, natural en todo el país y particularmente en su ciudad Juárez, querido, su natal Parácuaro y que el gobierno de la República hubiera facilitado el palacio de Bellas Artes por los días 5 y 6 del presente para que sus cenizas recibieran el homenaje póstumo de sus fieles, fanáticos y admiradores, quienes, anónimamente, montaron altares, llevaron ofrendas, lloraron, cantaron – Querida, Amor Eterno, No tengo dinero, Todo, El México que Se Nos Fue, Lo Pasado, Pasado, Mentira, Un Alma en Pena y otras más y, tal vez – de una u otra forma -, bailaron. (Para esos eventos se instalaron en la Alameda Central por lo menos 12 pantallas).
Sería una sensiblería narrar lo que ahí, en el centro de la ciudad de México sucedió, pero en pocas palabras: el pueblo se desbordó y entregó a su ídolo.
Si Alberto Aguilera Valadez nació en Parácuaro, el vergel de la Tierra Caliente Michoacana y Juan Gabriel, artísticamente surgió, se desarrolló e, inicialmente triunfó en ciudad Juárez, Chih., magnífico que así haya sido y si su familia tomó las decisiones sobre la ubicación de su última morada y la forma de serlo, están en todo su INDISCUTIBLE derecho de hacerlo y establecer un museo para que el pueblo disfrute de su obra con testimonios de su vida persona, de actor, de cantante, de autor, compositor y arreglista…Bienvenida la decisión.
Honor a quien honor merece:
Alberto Aguilera Valadez, descanse en paz.
Juan Gabriel, seguirá viviendo en el recuerdo de los mexicanos con sus canciones y melodías.