La muerte

Es de todos sabido que podemos morir mañana, aun así, actuamos como si fuéramos eternos.

            El diálogo con mi hijo versaba sobre la muerte a partir del artículo sobre “Saber Vivir”, en dónde escribí: “…los que son creyentes no deberían tener luto, pues el muertito, como dicen Uds., pasó a mejor vida y si es cierto lo que predican, en algún momento se volverán a reunir en el más allá, por ello no hay razón para el luto o la tristeza”.

            -Leí <me comentó>, sobre la experiencia de un pasajero del avión que cayó sobre el Río Hudson en USA, que, cuando se dio cuenta de que el avión se iba a estrellar, no sintió miedo, sintió tristeza al pensar lo que ya no haría, que no podría abrazar más a su mujer ni besar a sus hijos y pensó en los proyectos que dejaba a medias, pero no sintió miedo.

-Cuatro experiencias cercanas a la muerte he tenido hijo mío <le contesté>, en dos de ellas donde me topé con dos idiotas que se venían rebasando y no dejaban espacio para mi auto; la primera fue yendo hacia Uruapan, al lado derecho que era mi lado, estaba el precipicio, al lado izquierdo la montaña, en medio los dos idiotas; sin pensarlo (y quizás de forma equivocada), en un instante puse mi auto en medio de la carretera, los dos vehículos se abrieron levantando tierra a ambos lados de la carretera y yo pasé sin tener rasguño… No tuve tiempo de tener miedo, pero tampoco de sentir tristeza, simplemente me quedó el pensamiento de que estuve a punto de morir en ese instante… La segunda ocasión fue similar, al salir de un “columpio” en una carretera angosta, me encontré de frente con dos tráileres que se estaban rebasando; también de manera instintiva me salí del camino levantando polvareda mientras, con una claridad impresionante por el evento y la velocidad, veía la sonrisa cínica del chofer que venía en sentido contrario, disfrutando de haberme sacado del camino… Tampoco tuve miedo, ni tristeza, quizás, porque tampoco tuve tiempo de pensar en ello. La tercera ocasión la viví en la carretera de Salamanca a Celaya, iba por el carril de alta cuando una camioneta me empezó a echar las luces, me hice a un lado y en cuanto me rebasó me regresé para aprovechar que iba rápido, de inmediato una segunda camioneta se me echó encima de manera agresiva haciendo también el cambio de luces para que le dejara pasar; me volví a hacer a un lado cuando, en un instante la camioneta de atrás alcanzó a la primera y se le cerró bloqueando la carretera, ambas quedaron frente a mi auto, acto seguido se bajaron tres o cuatro hombres jóvenes con armas largas apuntando a la primera camioneta; la idea que vino a mi mente fue que estaba en medio de un asalto, sin pensarlo maniobré para evadir el bloqueo y salí a toda velocidad rumbo a Celaya, atrás se escuchaban tiros, recuerdo que todo el camino miré el espejo retrovisor para ver si no me habían seguido. La sensación que tuve era conocida, tenía conciencia de que ahí podía haber terminado mi vida, pero esta no la podía identificar ni como miedo ni como tristeza… El cuarto suceso fue en un avión, venía de regreso a USA rumbo a Guadalajara, cuando el piloto anunció que daría un rodeo para evitar una tormenta eléctrica, explicando que, si bien los aviones estaban diseñados para resistir rayos, preferían evitar el evento; en menos de lo que te platico, hijo mío, el viento cambió y el avión estaba en medio de la tormenta; ahí si tuve tiempo para pensar en que podía ser el fin, de la misma manera que concluí que el resultado era inevitable, ya que ni podía correr, ni podía saltar del avión, así que simplemente me acomodé en el asiento y me puse a disfrutar del espectáculo de la cabina encendiéndose como si el avión fuera un árbol de navidad… En esa ocasión tampoco tuve miedo ni tristeza, más bien, ante lo inevitable del resultado, simplemente disfruté el espectáculo y esperé que todo pasara. Después de unos minutos que parecieron eternos, el cielo se despejó y tuvimos un buen aterrizaje, fin de la historia.

            -Creo, padre mío, que, después de escucharte, la respuesta ante la posibilidad de morir es algo íntimo y diferente en cada persona.

            -Yo voy un poco más allá, cachorro, no por presumir, pero creo que ante la posibilidad de morir, lo que a mi edad y en mi estado es una certeza, la respuesta humana está en función de la vida que has tenido. Yo, por ejemplo, considero que he tenido una buena vida y que a mis 74 años, ¿si fuera el fin?, no tengo de que quejarme. Tuve días y años buenos, como tuve algunos no tan buenos, tuve amores y desamores, tuve algunas enfermedades, pero en general he gozado de buena salud, inclusive tuve roturas de huesos por treparme a los árboles y hacer travesuras, también tuve preciosos hijos, unos vivos, otros mensos, pero todos lindos; mis empleos y muchos aspectos mi vida fueron aventuras que disfruté, no sin dejar de hacer corajes de vez en cuando, pero en general buenas experiencias con muchos amigos y pocos enemigos. Reí mucho, anduve en motocicleta, disfruté de atardeceres, canté cuando podía, me metí en ríos, océanos y lagos y fui buen bailarín; lo dicho, mi vida ha sido buena y tengo claro que tiene que terminar, y como te dije alguna vez, espero la muerte, no con miedo sino con la curiosidad de saber y experimentar lo que sucede… Y ese es el punto, en mi opinión, respecto al tema que estamos tratando; si tu vida ha sido buena, la muerte no es problema ni tienes porque estar triste, a menos que tengas asuntos inconclusos, es decir, que al morirte queden cosas que quisiste hacer y no hiciste, por eso creo que la siguiente reflexión es sabiduría: “¿Si supiera que vas a morir mañana, qué harías en ese tiempo?… ¡Pues hazlo!, porque no sabes si vas a morir mañana”… ¡Así de sencillo!

Un saludo, una reflexión.

Santiago Heyser Beltrán

Escritor y soñador