Reflexión dominical
En diversas ocasiones, al ser cuestionado sobre personajes como Hugo Chávez, Nicolás Maduro o Fidel Castro, López Obrador ha invocado y enarbolado los principios de la no intervención y autodeterminación de los pueblos para no responder a las preguntas del entrevistador. Además, ha dicho que prefiere no dar su opinión sobre esos temas, pues no quiere que después se metan, refiriéndose a la comunidad internacional, en las decisiones que sólo le corresponden a México en lo particular. Declaración que preocupa por su tono anticipador, intimidador e incluso amenazador. Como si supiera los saldos negativos que dejará su gestión, el retroceso que significará para el país su administración y la enorme decepción que provocará en la población.
Y es que teniendo como antecedentes los golpes de estado en América Latina de hace algunos años, y el papel que los países extranjeros desempeñaron en aquellos procesos que se llevaron a cabo, Andrés Manuel ha buscado no solamente mantener al margen su opinión sobre el exterior, sino también tener a los militares de su lado, construir un vínculo más cercano y hacer del ejército mexicano un aliado. Esto podría explicar en gran medida que el presidente haya confiado y depositado en las manos de dicha institución su proyecto transformador; encargándoles la tarea de la reducción de la violencia, la administración de los puertos, la construcción de un aeropuerto y el levantamiento, a lo largo y ancho del territorio nacional, de los Bancos del Bienestar. Además, si bien el gobierno federal decidió desmantelar 109 fideicomisos producto de lo que ha llamado “corrupción neoliberal”, los recursos de los fideicomisos de la Secretaría de la Defensa Nacional no sólo no han sido tocados, sino que en un 1048% han incrementado. Así, se ha vuelto evidente el empoderamiento militar que la “Cuarta Transformación” ha impulsado desde que llegó a gobernar.
También habrá quien llegue a pensar y a creer en la versión oficial de que el protagonismo militar se dio por ser una institución impoluta y correcta en su actuar; características que, de acuerdo a la administración actual, en una institución civil son difíciles de encontrar, ya que mientras los militares actúan correctamente, los civiles lo hacen corruptamente. No obstante, esta aseveración se comienza a derrumbar tras la detención del general Salvador Cienfuegos días atrás, acusado de cargos relacionados al tráfico de drogas y lavado de dinero, que se ha convertido en un duro golpe al discurso presidencial y a su credibilidad.
Por ello, más allá de beneficiar este suceso al gobierno de López Obrador y a su narrativa de que el régimen anterior estaba plagado de corrupción, lo pone en una encrucijada. Porque, por un lado, está la opción de ser congruente con su discurso de nula tolerancia y cero corrupción, que lo llevaría a limpiar a la institución militar con las consecuencias que esta decisión pudiera generar; o, por el otro lado, apelar a la defensa de la soberanía nacional frente a Estados Unidos y defender a la milicia para no quedar mal y mantener como aliada a la fuerza militar, permitiéndole continuar con su proyecto de transformación nacional y alejar la sombra de una subversión por parte de las fuerzas armadas que pudiera desestabilizar a su gestión.
Por el bien del país, ojalá sea la primera, pues con un ex secretario de Seguridad Pública y un ex secretario de la Defensa que podrían poner un pie tras las rejas, la orfandad en el sistema de seguridad es algo que no se puede postergar más. En las próximas semanas se sabrá, pero hay que recordar que el miedo no anda en burro, pero sí en Tsuru, aunque al parecer ya prefiere utilizar Suburban.