Libros de ayer y hoy
Gastronomía y hospitalidad en Apatzingán.
Gerardo A. Herrera Pérez
La gastronomía de Apatzingán, así como la calidad y hospitalidad que se les brinda a las personas, continua siendo como en antaño, nunca acabará, siempre se reinventará; la presencia de personas como Licho, su esposo, sus trabajadoras y su hermana, constituyen un importante equipo de trabajo que fortalece las dinámicas para la atención de los cientos de personas que todas las noches disfrutan de esa triada; comida, hospitalidad y compromiso con el comensal.
Hasta las mesas, dispuestas en la terraza del frente de aquella casa de la esquina, con el solo murmullo de los comensales acordando la cena, permite comprender la conexión y alteridad que se da para lograr enlazar aquellos que han decidido estar ahí en la cenaduría de Licho, disfrutar de la serenidad, de la sonrisa, del gusto por sentir al otro en el respeto y complacencia de aquello que se prepara desde el corazón y con la racionalidad de la sazón.
La cena de aquel lugar, constituye en sí misma las viandas que se ofrecen a reyes, a los príncipes y princesas que se acercan a ser atendidos por las maestras de la cocina, por las chef experimentadas que han repetido miles de veces el mismo platillo y que hoy a la vuelta de los años se han fortalecido con la experiencia y sabiduría; cada uno de los platillos está dispuesto por capas, cada una de ella requiere de una preparación especial, cada uno de los platillos constituyen años de experiencia, por lo que las personas regresamos siempre.
Hoy estuve en el espacio que atiende desde hace años Licho y fue en la sana distancia que disfrutamos de una gran cena, tuve su compañía y la de su esposo, de sus compañeras de trabajo, así como de su hermana, quien ya me había conocido a través de la difusión de carteles que presentan mi trabajo en conferencias nacionales.
También acompañaron a este momento mágico mis amigos Fernando y Fanny, todos cenamos de la misma experiencia, de las mismas manos, de la misma racionalidad, de las emociones y la pasión con que se producen los alimentos para agasajar a propios y extraños; ahí estábamos, viendo pasar los platillos y el olor a manteca me producía el deseo de comer ya, de comer y no esperar, de degustar y compartir, de motivar e impulsar.
La plática se prolongó aun por algunos minutos, supimos que era hora de retirarnos, y de descansar, sabíamos que no podíamos despedirnos sin tomarnos una foto; esa foto que representa el poder y el valor de lo nuestro, que representa la sensación de lo que de manera cotidiana ocurre en Apatzingán, de lo que en sus fiestas de octubre queremos disfrutar, pero que hoy en el confinamiento y la sana distancia no habrá de pasar.
Apatzingán, siempre será Apatzingán; siempre su gente con una sonrisa y una generosa palabra, siempre en el descubrimiento del otro y de la complementariedad. El valor de la amistad se apertura siempre, el valor de lo real estará ahí entre su gente. Yo regreso para Apatzingán una y otra vez, no soy de aquí pero disfruto de lo que hay aquí, de su gente, la gastronomía, la amistad, la alteridad que de mi persona hacen todos y todas.