La mayoría de los mexicanos que fueron a las urnas votó contra las peores prácticas de la clase política: la corrupción, la impunidad, la omisión, la ineficacia, el cinismo, la desvergüenza. El claro mensaje que manda el electorado es que las malas actuaciones de los gobernantes sí tienen consecuencias y deja implícito el emplazamiento de que en el futuro seguirá castigando a partidos y gobernantes que no rindan los resultados que se esperan.

Este comportamiento cívico, que fue tomando forma en los últimos años, encontró en quien hoy es el presidente electo la representación electoral que necesitaba para expresarse. La indignación se encontró con un candidato que supo interpretarla y transformarla en decisión electoral. Para lograrlo tuvo que asumir los diversos y hasta contradictorios discursos del enojo que campean por todo el país. Como quedó demostrado el 1 julio, la mayoría de los sufragistas le entregaron su confianza y su credibilidad.

La acción de gobernar, como todos sabemos, tiene cualidades muy diferentes a las que se aprecian en una campaña electoral. El ejercicio del gobierno supone leyes, prácticas eficientes para la gobernabilidad, manejo adecuado de la conducción económica, relación correcta con los demás poderes, uso visionario del gasto público y de la recaudación de impuestos, visión de perspectiva del país en un contexto de mundialización de los fenómenos sociales, sensibilidad para con los múltiples grupos sociales que expresan legítimamente la atención a sus asuntos que para ellos son vitales, actuación eficiente para lograr una apreciación positiva de los gobernados, entre otras. En cambio la lógica de las campañas tiene una sola dirección, captar la simpatía del votante a través de los medios que justifiquen el propósito. Son vías de una sola dirección: ofertar el bienestar para una realidad probable o poco probable.

Por eso es perfectamente entendible que los primeros pasos del presidente electo estén encaminados a la reconciliación, un hecho que seguramente no gusta nada a un sector importante de sus seguidores. Es claro que el electo no le apuesta a llegar al 1 de diciembre cargado de rupturas y malquerencias que le dificultarían el manejo de la rienda nacional, y ello implica la relación con el sector de la clase política que tanto cuestionó en campaña pero que reconoce que no puede eliminarla, o entiende que es un gran riesgo hacerlo,  o su vínculo con el sector empresarial que entiende que si es distante se reflejará en la estabilidad económica.

Por lo menos, se puede estar cierto en que el tiempo que transcurra de julio al 1 de diciembre estará bajo el manto de la reconciliación. Lo que habrá de ocurrir a partir del 1 de diciembre puede inferirse de los perfiles en su gabinete y de las políticas hasta ahora esbozadas y que seguramente estarán en su programa de gobierno y su estilo de gobernar. En todo caso no se aprecia el ánimo rupturista que se observó durante la campaña y más bien en algunos temas como el manejo presupuestal se habla de continuidad para el 2019. En otros como en el educativo, en donde Esteban Moctezuma tomará las riendas, se aprecia una actitud moderada frente a la reforma educativa.

El posicionamiento público de que las transformaciones importantes se verán hasta la mitad del sexenio, habla de un manejo precavido que supone apostarle a la operación política de tiempos, seguramente pensando en que primero habrán de consolidar la conducción del país y el logro de los consensos que necesitan para transitar por cambios de fondo. Pareciera ser, que más allá de saberse mayoritarios en las cámaras -un haber con el cual pueden sin mayor problema arrollar-, pretendieran medir pesos y contrapesos sociales.

Pero igual, puede ocurrir, conforme al contexto, que iniciando el mandato constitucional veamos reformas y decretos para refrendar el apoyo de los 30 millones de electores que exigirán resultados inmediatos como se prometieron. Es decir, el impulso de los electores que fueron a las urnas pensando en un cambio radical inmediato, estará modificando de manera constante el contexto del gobierno por inaugurarse. Porque se trata de un impulso con una historia que cala profundo en el ánimo y la conciencia social y que, sin lugar a dudas, estará muy atento a los actos del gobierno, tan atento como lo estuvo en el pasado. Así que tendrán que conciliar exitosamente la urgencia de los electores que claman por rompimientos con los enemigos reconocidos en la campaña con la política de equilibrios que necesitarán para la gobernabilidad. O pueden transitar con ambos o sacrifican alguno de los dos.