El deterioro no tiene límites

Esta expresión la registré por primera vez viniendo de Mario Vargas Llosa a propósito de un relato sobre las recurrentes crisis políticas, sociales y económicas de su natal Perú. Y sentenciaba: cuando a veces parece que “ya tocamos fondo”, puede no ser cierto porque todavía podemos ir más abajo si se persiste en acciones equivocadas.
Las decisiones del bloque gobernante mexicano en los últimos días se ajustan a este precepto. Ensimismados en su locura de que “vamos muy bien” porque, según las encuestas, la presidenta Sheinbaum tiene un alto porcentaje de aprobación, se empeñan en no ver que esas mismas encuestas registran notas reprobatorias en la mayoría de las políticas públicas (salud, seguridad, educación, empleo, combate a la corrupción y economía), salvo en el rubro de las ayudas sociales directas a las familias que, entendiblemente, son vistas con buenos ojos por los beneficiarios.
En línea con esa percepción social que reprueba a esta administración en distintas materias, destacan diversos indicadores que ilustran objetivamente el deterioro en el que estamos. Por ejemplo, pasamos de ser la economía 11 a nivel mundial a ser la número 15; en cuanto a Estado de Derecho, México pasó del lugar 74 a ser el 118; en percepción de la corrupción, el país cayó del lugar 140 al 180 según el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional y, según el Índice de Democracia de The Economist (y otras instancias de respetable trayectoria), hemos transitado hacia un “régimen híbrido” que se aleja de ser una democracia.
Desde la óptica gubernamental y de la coalición oficialista, lo que importa es mantener el control político-electoral, por lo que han ido tomando medidas que subrayan su determinación de no soltar el gobierno, pase lo que pase. Es decir, aunque la economía no crezca, no haya nuevos empleos formales bien pagados y, consecuentemente, no se capten por Hacienda los impuestos requeridos para sufragar los gastos sociales, como tampoco para invertir en infraestructura y en nuevos programas de desarrollo.
Muchos analistas y organismos económicos internacionales ya advierten sobre la fragilidad de las finanzas públicas nacionales y el riesgo de recesión, acrecentado por las decisiones de los EEUU en contra de México y acicateado por las últimas reformas constitucionales y legales que profundizan la desconfianza de los empresarios para invertir en nuestro país, porque ya no nos ven como un país serio, democrático, ni con controles normativos que garanticen la seguridad jurídica para sus capitales.
Sheinbaum justifica esas reformas dictatoriales, que coartan libertades esenciales, en aras de la seguridad pública, de una mayor eficacia gubernamental y para combatir la corrupción, pero resulta que cada vez son más ineficaces, más corruptos y menos capaces de combatir a la delincuencia, sino aliados a ella, como recientemente han sido exhibidos por el Departamento del Tesoro de los EU.
Por eso, desde la lógica del bloque oficialista, se han ido preparando para que cuando se agudicen los problemas, no tengan recursos para seguir pagando los programas sociales y comiencen a presentarse reclamos y brotes de descontento, esto no pueda ser abanderado por la oposición. El gobierno hará uso de todos los instrumentos que tenga disponibles para evitar el resurgimiento y fortalecimiento de las fuerzas opositoras.
Esa es la razón de fondo para la imponer la “Ley Censura”, la “Ley Espía”, la mayor militarización de la vida del país, la desaparición de los órganos que obligaban a la transparencia y la rendición de cuentas (¡a seguir robando con impudicia y con impunidad!), así como el control directo del poder judicial. ¡Hasta llegan a decir desvergonzadamente que la suya es “una dictadura democrática”!
Ciertamente no se puede ignorar ni olvidar que los gobiernos anteriores a los de Morena cometieron muchos errores y solaparon la corrupción, pero paulatinamente fueron entendiendo la necesidad de abrir y democratizar el régimen político, así como la necesidad de tomar medidas para el desarrollo económico, aún cuando dejaron enormes saldos de desigualdad social. Fueron gobiernos que, no sin problemas, mantuvieron la gobernabilidad.
Desgraciadamente Morena heredó lo peor de los anteriores gobiernos, pero sin el control de los hilos para la necesaria gobernabilidad. Hoy todo aparece suelto, sin claridad gubernamental para atender los problemas fundamentales del país, entre otras razones porque desde dentro del bloque gobernante hay múltiples grupos y centros de poder que actúan por su propia cuenta y atan y debilitan al poder presidencial.
Todo lo anterior ha ido conformando una bomba de tiempo que, más temprano que tarde, puede estallar. Ante eso, la parte de la sociedad que no se resigna a asumir que lo que está sucediendo sea nuestro destino fatal, habrá de expresarse de distintas maneras y prepararse para un recambio democrático. Dicho de otra manera, debemos poner un “hasta aquí” a este desenfrenado deterioro.