Teléfono rojo
De ciudadanos a corazones…
“No hay camino para la paz; la paz es el camino”: Mahatma Gandhi.
La paz tiene que ver con la certidumbre. En los Estados modernos, la única manera de que las personas y las comunidades crezcan, arriesguen, busquen su desarrollo, es la creación de reglas, de instituciones y de sanciones a quienes no las respeten. Ese es el Estado de derecho.
En los últimos días, semanas, la expectativa por el nuevo gobierno que 30 millones de mexicanos apoyaron por percibirla como una opción cercana, ha venido dando tumbos por un camino errático, contradictorio, abusivo, que a cada paso deja la misma señal: el centro soy yo.
Treinta millones hartos de violencia, inseguridad, corrupción, esperan que éste, el nuevo gobierno, resuelva los problemas de otra manera, pero me temo que el camino que ha comenzado, no va por ahí hacia la paz.
En la forma en que se ha conducido el gobierno en el Legislativo y en la narrativa del Ejecutivo electo, las reglas, las instituciones, no importan: hay que tomar control de todo lo que se mueve, no importa cómo.
Tampoco es necesario dar explicación alguna, ni siquiera para sus votantes, que pasaron de ser ciudadanos a corazones: “no voy a hablar de eso, corazoncito”, es una expresión que transpira burla por las personas.
A sólo 30 años de comenzar a construir división real de poderes, la mayoría absoluta en su primer día de ejercicio, renuncia a gritos a su tarea de ser contrapeso. Se lanza impunemente sobre la norma, sobre lo que la gente votó —te paso 5 diputados a cambio de que apoyes a mi gober de Chiapas—, y en el ámbito estatal, dice que no va a ir por el mando único en los gobiernos municipales de Michoacán, aunque se afirme lo contario en el espacio del presidente electo.
Irrumpe con porros en la UNAM, y maneja doble juego en la UMSNH, para provocar incertidumbre entre sus miembros y ¿tomarla por asalto?
Pone en jaque decisiones económicas de gran magnitud como lo es el aeropuerto internacional, decisión del Ejecutivo en turno y que con su cuestionamiento a su terminación, el presidente electo parece dejar que crezca una disputa por su control y por la intromisión y ambición de personajes económicos que quieren ese botín, lejos de la oferta de campaña de mirar por los pobres.
A ellos —los pobres— les ha dejado saber que su pensión será retrasada unos añitos más, ahora será a los 68 y no a los 65 a los que hoy se les otorga.
Cualquier gobierno, del color que sea, en el siglo 21 debe apostar por la división de poderes y por cuidar el Estado de derecho, no es lo que diga su dedito, tampoco lo explica su lanzamiento de cariñosos “corazoncitos”,de ninguna manera.
Si la expectativa que creó en 30 millones de votantes fue la de terminar con la inseguridad y la violencia, el camino para la paz, es uno que genere certidumbres. Y tampoco es el camino si decide ser el centro, la devoción y la solución.
Hoy en el mundo se habla de gobernanza, una especie de coparticipación y corresponsabilidad entre población y gobierno, y ése camino esperaríamos que comenzara a trazar, con el diseño de indicadores de resultados para la rendición de cuentas, para la observación ciudadana.
Si hoy los partidos políticos dejaron de ser escuela de ciudadanía y se convirtieron en espacio de intercambio de bienes y posiciones, un gobierno vanguardista con tan gran apoyo ciudadano que se traduce en un gran capital político, pudiera comenzar a diseñar un gobierno en corresponsabilidad y en la construcción del camino para la paz y la disminución de las desigualdades tan lacerantes en nuestro país.