Itinerario político
La roller coaster electoral…
La política y la suerte de la raza humana son formadas por hombres sin ideas y sin grandeza. Aquéllos que tienen grandeza dentro de sí mismos no hacen la política.
Albert Camus
No cabe duda que cada proceso electoral lleva consigo una dosis de adrenalina, sorpresa y fanatismo. Cada uno atiende sus propias circunstancias, sociales y económicas, pero sobre todo políticas. No deja de ser un ejercicio en el que el arte de la política opera en toda su expresión, máxime cuando el número de participantes es reducido, y más aún cuando se lleva a cabo en un territorio que de una u otra manera —y por diversas causas— se relaciona con otros que se encuentran en diversas latitudes del globo.
Las encuestas en los procesos electorales no significan datos definitivos; no son de fiar las alabanzas, las vanidades y menos los servilismos. Hacer planes para ejercer el poder de manera previa a pasar por la guillotina electoral es poco recomendable y —me atrevo a decir— muy arriesgado, porque de hacerlo se llevan varias sorpresas desilusiones y frustraciones, dado que el resultado en muy pocas ocasiones corresponde a lo que se espera y menos a lo que se quiere.
Los procesos electorales son una montaña rusa electoral, en la que sales disparado y en lo que transcurre el camino tienes que escalar cuesta arriba y cuidar que no tengas precipitosas caídas; puedes estar en algunos momentos de cabeza y en otros con los pies volando, en otras más vale guardar la postura en tu asiento, pero eso sí, siempre buscar que la montaña no te descalabre.
Es incuestionable que el apetitoso caso de la roller coaster electoral en el vecino país del norte es un tema que muy pocos se pueden resistir a comentar, y mucho menos analizar desde distintos ángulos. La razón es muy clara: se trata de una elección presidencial que acapara los reflectores de cualquier sociedad y, además, es la elección del vecino país del norte, también de uno de los Estados —internacionalmente hablando— que tiene más relaciones con diversos Estados del globo, ya sean comerciales, políticas, bélicas, culturales, sociales y económicas.
Efectivamente, la nación del norte de América ya tiene presidente. El proceso de su elección fue sinuoso y ocasionó varias sorpresas entre propios y extraños; pero también generó reflexiones sobre las oportunidades de mejora en el complejo sistema electoral de varias naciones. ¿Qué hacer?, ¿qué incorporar?, ¿qué excluir? y ¿qué prever en procesos electorales que están regidos por normas diferentes? El sistema electoral en Estados Unidos de América es diferente a la mayoría de los sistemas de América Latina y a otras naciones del mundo, y desde luego no es mi propósito hablar de las diferencias entre este sistema con el mexicano y con el latinoamericano, eso quizás sea motivo de análisis en otra ocasión.
Lo importante es hacer algunas reflexiones desde el ámbito del ejercicio de los derechos político-electorales y también el puramente político. La elección pasada, aunque se escuche —al referirme a ella— a un mar de distancia, tiene varios elementos que vale la pena mencionar, pero más que nada meditar sobre el desarrollo y confección del derecho electoral mexicano, lo que haré sin meterme al análisis del sistema electoral del país del norte, pues es un terreno que corresponde analizar y, en su caso, criticar a los ciudadanos de la unión americana.
El primer aspecto que llama la atención es que la jornada electoral y el proceso de facto concluyeron el mismo día; es decir, el martes 8 de noviembre se supo quién es el próximo presidente de los Estados Unidos de Norte América que va a dirigir aquella nación. Es de reconocer la actitud de madurez política de la contendiente electoral que no resultó ser favorecida por el voto, al reconocer su derrota y, por ende, el triunfo de su adversario político, levantarle —metafóricamente hablando— la mano e invitar a los ciudadanos a seguir trabajando por el bien y la unidad de su país. Este hecho no sólo se la reconoce a ella sino al presidente de aquella nación, quien a pesar de que apoyó a otra persona también reconoció el triunfo del ganador y convocó a la nación a voltear la página y continuar con el proyecto social y político del país.
Es de todos sabido que al momento de conocer los resultados electorales los mercados se colapsaron en casi todo el mundo; en México nuestra moneda se depreció frente al dólar en unas horas en casi 5 pesos, pero lo que tranquilizó a los mercados fueron los discursos de reconocimiento del triunfo del vencedor por parte de los vencidos —llámense contendientes y gobierno— de manera casi inmediata al haberse conocido los resultados, situación que se fortaleció también por el discurso sobrio y moderado por parte de quien ganó las elecciones.
Lo rescatable aquí es que, más allá de su impacto internacional, la elección pasada demostró la altura y miras políticas de quienes intervinieron en ella, tanto partidos políticos, candidatos y gobierno, en beneficio de su país, al brindarles legalidad y legitimidad a quien obtuvo el triunfo y quien será responsable de dirigir el destino de su nación e impactar en otros Estados del mundo.
Es la cultura de aceptar los resultados electorales lo que se debe destacar en este proceso. No tomó seis meses el reconocer el resultado, no implicó declaraciones de descalificación en contra de los adversarios políticos, de los partidos, del gobierno y menos del proceso electoral y de los entes encargados de organizar las elecciones, y no se convocó a marchas, a paros que colapsarían la actividad de la unión americana. Aunque hubo algunos incidentes, los mismos se calificaron de menores y en realidad no tuvieron un impacto negativo en la vida cotidiana del estadounidense.
Esto nos hace reflexionar en que en nuestro país podamos asumir en las próximas elecciones —todas— una actitud de madurez política y de respeto a los estados electorales que permitan transitar de manera más civilizada a la legitimación y legalidad en el ejercicio del cargo público en beneficio del fortalecimiento de las instituciones.
Otro aspecto que es digno de mencionar es que en las elecciones ganó quien no aparecía como favorito durante casi todo el proceso electoral, que duró más de un año. Debemos reconocer la estrategia política que se utilizó por parte del candidato y de su partido para obtener el triunfo, que a final de cuentas es el objetivo de un proceso electoral, como lo describiría Hobbes: obtener el poder.
Pero también llama la atención que no sólo fue la elección presidencial en la que obtuvo mayoría el partido que ganó la Presidencia, sino también fue ese mismo resultado en la mayoría del Congreso y del Senado de aquel país, y este efecto también alcanzó a la mayoría de los estados en donde se eligió a gobernador.
Lo importante es que aun cuando el próximo presidente de aquel país va a contar con la mayoría del Congreso y de los estados —son sus correligionarios— este hecho per se no significa que tenga fácil la tarea de construir consensos, pues aun dentro de su mismo partido existen divergencias y va a tener que privilegiar el diálogo para llegar a ellos. El reto que enfrentará es responder a las expectativas de este escenario que fue construido atendiendo a un discurso nacionalista. El arte de gobernar implica dialogo constante, tolerancia y negociación política; no es un camino sencillo, es un camino en el cual poco a poco se tienen que construir escenarios para llegar a los grandes acuerdos.
En México en varias elecciones se ha presentado este escenario, a pesar de que las condiciones son más complejas, pues quienes compiten no son dos candidatos sino una diversidad de ellos, pero aun así se ha dado que un presidente, diputados y senadores pertenezcan a una misma afiliación política, pero desafortunadamente no se ha podido hacer mucho. La complejidad de los temas y las discusiones exaltadas en donde se trata de imponer la razón personal sin escuchar a los demás nos han impedido llegar a acordar los grandes temas que nos exige la nación en buenos términos; sin embargo, hay que destacar que han existido excepciones, pues a través del diálogo se han logrado consensos importantes, aunque al momento de instrumentarlos exista resistencia por diversos actores.
Hay que resaltar también que en el sistema electoral mexicano se cuentan todas y cada una de las voluntades de todos los ciudadanos empadronados, traducidos en votos, lo que garantiza certeza en los resultados de la elección; lo deseable es que la legitimación de quienes obtienen el triunfo transite por una frontera más tersa y menos tortuosa.
También hay que considerar los debates entre los candidatos presidenciales, los cuales fueron más de los que se han llevado a cabo en las elecciones mexicanas, que permiten al ciudadano apreciar más la capacidad argumentativa y de defensa de los candidatos y sus propuestas —claro está que se trató de dos candidatos, cuando en México han sido de tres a cuatro candidatos en las últimas elecciones, lo que implica que la organización sea un poco más compleja—; pero lo que llamó la atención fue que los debates de las elecciones que nos ocupan fueron en formatos diferentes: uno a través de preguntas directas que realizaba un grupo reducido de ciudadanos invitados, otro en una mesa de diálogo con los conductores y otro a través de discursos y discusión de ideas entre los candidatos.
En México el formato de los debates ha sido principalmente a través de preguntas y lugares sorteados, en donde también se determina el espacio físico en donde se ubicará al candidato, el turno de las preguntas, las réplicas y contrarréplicas, sin dejar a un lado que las preguntas son en algunas ocasiones hechas de manera directa por la ciudadanía a través de diversos formatos. Quizá vale la pena reflexionar sobre el cambio de modalidad del desarrollo de los debates, que no necesariamente sea conforme a los que se observaron en la elección de Estados Unidos, pero que permitan involucrar un poco más a la ciudadanía.
En latitudes y reglas diferentes las elecciones son prácticamente las mismas. Están cargadas de adrenalina y especulación, pero considero que el gran reto que todas tienen en frente es generar los mecanismos que permitan transitar por condiciones de legitimación y de fijar reglas más claras y sencillas que hagan de las mismas una verdadera fiesta cívico-democrática en la que los invitados y los beneficiados sean los ciudadanos.
Por lo pronto, usted ¿qué opina?
Ramón Hernández R.
@HernandezRRamon