Al reverso de la moneda

La farsa global: cuando el ainero y las armas hablan más fuerte
Cada día, los noticieros nos bombardean con imágenes y relatos: Medio Oriente en llamas, guerras comerciales que no cesan, crisis humanitarias que se multiplican, ciberataques y una contaminación asfixiante. Ante este panorama, una pregunta amarga nos asalta: ¿Todavía podemos confiar en un mundo regido por reglas, cuando vemos que países poderosos y corporaciones transnacionales las violan impunemente?
¿De qué sirve sentarse a la mesa en la ONU, la OEA, la OMC o la OMS si, al final, solo se escucha la voz del más fuerte? ¿Vale la pena jugar limpio cuando la cancha parece estar inclinada?
Las respuestas son un laberinto, sí. Dependen de quién seas, de qué intereses persigas, o de la política pública que impulse el gobierno en determinado momento. Pero hay una verdad innegable, una que sentimos cada día más: en esta aldea global, estamos más conectados que nunca. Lo que pasa lejos, nos afecta aquí. La cooperación no es un lujo; es nuestra única vía hacia adelante.
Un Viaje Incompleto: De Muros a Organismos
Hace siglos, los pueblos, los imperios se protegían y se aislaban con muros, con barreras. El mundo era un puñado de islas, unidas solo por necesidad, con aliados temporales. Luego, las grandes guerras rompieron esas barreras, pero no la desconfianza. Y de esas cenizas, nacieron los organismos multilaterales: una promesa de orden, de colaboración en diversos ámbitos. Queríamos creer en la paz, en la justicia, en el progreso mediante la cooperación.
Pero la polarización nunca se fue. Crecimos en un mundo partido en dos por la Guerra Fría, con el Muro de Berlín como cicatriz. Vimos la tensión de la crisis de los misiles de Cuba, la lucha ideológica entre capitalismo y comunismo. Fue el clímax de la división.
Y ya sabemos cómo terminó. El bloque capitalista se alzó victorioso, liderado por un poder económico militar inmenso y potencias preponderantes. Esos organismos, nacidos de la esperanza y la cooperación, fueron, poco a poco, cooptados. Sus agendas se moldearon a los intereses de los que más pagaban, de los que más imponían de los poderosos.
La Injusticia Galopa y el Silencio permanece
Cuando escuchamos las declaraciones tibias, casi mudas, de las cúpulas de estas organizaciones ante la injusticia global, la frustración nos abruma. ¿Para qué estamos ahí? ¿Para qué participar en un "club" donde somos tratados como ciudadanos de países de segunda? ¿Dónde la igualdad, el respeto, son solo palabras vacías?, cada vez más guerras, cada vez más desigualdad y la brecha entre ricos y pobres es cada vez más grande.
Si no hay igualdad dentro de estas organizaciones no hay respeto. Y sin respeto, cada conversación se convierte en la imposición del más fuerte sobre el más débil. México, un país que orgullosamente pertenece a más de doscientas organizaciones, agencias y bancos internacionales, a menudo se encuentra en este dilema. Nos unimos por causas nobles, sí. Pero las decisiones, las recomendaciones, los arbitrajes, siempre parecen resonar con los intereses económicos de las grandes potencias.
Pero no todo es culpa de afuera. Aquí, en casa, también tropezamos. Nuestros gobiernos, por conveniencia, eligen qué recomendaciones aceptar de organismos internacionales. ¿Para qué reconocer verdades incómodas si exponen nuestras propias fallas? Un ejemplo doloroso es la Comisión Interamericana de Derechos Humanos: México ha ignorado y no ha aceptado varias de sus recomendaciones, por más justificadas que sean. Es una forma de evitar asumir responsabilidades y admitir que el Estado ha fallado en su tarea de gobernar a su gente.
El Costo de la Inercia y la Promesa de un Nuevo Camino
Y esa inercia, ese "querer pertenecer", ¿a dónde nos lleva? A veces, a un escenario ridículo: pagar cuotas de pertenecía a los distintos organismos, y funcionarios viajando por el mundo, en salas VIP de aeropuertos, con el pretexto de "representar a México". Es cierto, la tecnología y las políticas de austeridad han frenado un poco este "turismo”, pero aún perdura el “turismo legislativo", y la sangría de nuestros impuestos sigue.
La verdad es brutal, y la vemos a diario:
Japón puede cazar miles de ballenas protegidas, recordando su pasado de crímenes de guerra.
Estados Unidos puede seguir con sus más de 400 intervenciones militares en distintos países y establecer aranceles unilaterales.
Rusia puede ocupar y anexar territorios a voluntad y no respetar los derechos humanos.
Israel puede masacrar personas inocentes y cometer crímenes de Lesa humanidad.
China puede expoliar los recursos de África, Latinoamérica, y contaminar sin freno.
Francia puede detonar bombas nucleares en el Pacífico y robar piezas y monumentos arqueológicos, orgullosos de su pasado colonial.
Inglaterra puede seguir aferrada a sus colonias, después del negro pasado de la esclavitud.
Todo lo anterior, sin consecuencias tangibles para estos poderosos países.
Las potencias mundiales no solo explotan nuestros recursos naturales; también se apropian de nuestra herencia cultural y nos imponen un modelo consumista. Las grandes empresas multinacionales son quienes generar la presión en sus gobiernos, nos venden productos que no necesitamos armas y transgénicos que dañan la salud, mientras nuestros pueblos se quedan sin agua, sin árboles, sin minerales, sumidos en la violencia, en la pobreza y sin la posibilidad de migrar para buscar mejores condiciones de vida.
Es hora de ver el reverso de esta moneda. México debe sentarse a reflexionar, a revisar su papel en estos foros. No podemos seguir siendo la comparsa de intereses oscuros. Es tiempo de alzar la voz en conjunto con nuestros hermanos de otros países en las mismas condiciones, de buscar solo lo mejor para nuestro pueblo. El sur global debe de exigir su posición de respeto en el concierto mundial. La moneda está en el aire, y el lado que caiga definirá nuestro futuro.