Claman ayuda para rescatar mil 200 embarcaciones hundidas en Acapulco
Otis no es el único responsable de la devastación de Acapulco y de otras regiones del estado de Guerrero. Es una parábola, pero el huracán categoría cinco solo vino a descubrir la miseria en la que vive la mayoría de su población, la marginación social acendrada y el uso político y engaño de las clases marginadas, así como las eternas promesas incumplidas.
Duele ver -cómo a la mayoría de los mexicanos- cómo años de trabajo, esfuerzo, dedicación y persistencia que caracteriza a la mayoría de los habitantes de ese estado, sobre todo de la zona de Acapulco y regiones turísticas circunvecinas, se vinieron abajo en cuestión de horas producto del meteoro, sí, pero también como resultado de la negligencia y abandono de los tres niveles de gobierno hacia su gente.
Personalmente he sido testigo en los últimos años de cómo Acapulco se ha puesto de pie luego de sus tragedias. Es una sociedad resiliente y trabajadora, aunque no faltan vivales y delincuentes y políticos sin escrúpulos, quienes afortunadamente son la minoría.
Así es como ha salido adelante, como sociedad, de las severas crisis económicas, sociales, políticas y de estado de ánimo que han vivido luego de los huracanes Paulina, en 1997; de Ingrid y Emanuel en el 2013, de la tormenta Max, todos ellos fenómenos naturales que, literalmente, los han tirado y ante los cuales se han vuelto a poner de píe.
Acapulco vivía hasta antes de la noche del martes un periodo de crecimiento económico, no solo derivado de la derrama económica del turismo, su principal fuente de ingresos a nivel estado, sino del emprendimiento que se había despertado entre los locales, que, en la rama de servicios turísticos, generaban no solo excelentes iniciativas, sino prósperos negocios.
Si bien en el tradicional Acapulco, el de la Costera Miguel Alemán, el crimen organizado ahuyentaba a empresarios de las industrias hotelera, restaurantera, del entretenimiento y de servicios varios relacionados con el turismo, en algunos casos con la complicidad de policías y funcionarios municipales, la realidad es que la iniciativa privada le seguía apostando a sus negocios en la zona. La malicia y la corrupción no los tiraba.
En zona de Acapulco Diamante, conocido como el nuevo Acapulco, las cosas eran aún mejor. La Industria de la construcción registraba, hasta el martes pasado, un auge sin precedente que se comprueba con las decenas de edificaciones de nuevos hoteles o de condominios residenciales de gama media, alta y premium.
Como un imán, este sector, el de la construcción, atraía y generaba a su vez una ola expansiva de crecimiento económico a través de la apertura de nuevos negocios, como restaurantes, servicios enfocados en el bienestar, el cuidado de las personas -centros de embellecimiento, hoteles gourmet, entre otros.
Una vez pasada la pandemia de COVID 19 los empresarios de y en Acapulco comenzaban a ver el sol radiante, nuevamente. La ocupación hotelera iba en aumento, los grandes eventos de entretenimiento y diversión regresaban a las arenas locales, artistas de talla nacional e internacional atraían al públicos de todo el país, y el turismo local e internacional regresaba feliz, sin dejar de lado el paulatino regreso a este Puerto de los emblemáticos cruceros.
Pero todo ello, insisto, era principalmente el resultado del empeño y dedicados de las personas, locales y foráneos, más que de alguna instancia o iniciativa de gobierno.
Sexenio tras sexenio los gobiernos estatal y municipal solo han pateado el bote, es decir no han emprendido cambios de fondo, no obstante que la entidad tiene el deshonroso tercer lugar entre los estados más pobres del país.
La escolaridad promedio de los guerrerenses es de segundo año de secundaria; el nivel de deserción escolar es de 26.6 por ciento. De cada 100 personas de más de 15 años de edad, 12 no tienen ningún grado de estudios y 51 apenas terminaron la primaria. De acuerdo con datos del INEGI correspondientes al 2020, Guerrero como estado contribuía con el 1.5 por ciento del PIB nacional.
La actual gobernadora Evelyn Salgado, ni siquiera ha podido frenar la ola de delincuencia y violencia que genera el crimen organizado, que es la principal demanda de todos los que ahí viven o trabajan. A Abelina López, la alcaldesa de Acapulco, por su parte, le quedó muy grande el cargo. Ambas no pasaron la prueba de fuego que representa el huracán Otis.
No se entiende un estado y un municipio con tan alto potencial económico y una población tan pobre. Tan solo en el pasado periodo vacacional de Verano Acapulco recibió a poco más de un millón de visitantes, cifra que si se compara con la del mismo periodo del 2022 resulta con un incremento del 20%.
En el verano pasado la zona turística de Acapulco generó recursos del orden de los 6 mil 900 millones de pesos, con registros de una tasa de ocupación hotelera del 70 por ciento.
La ocupación hotelera en la zona de Acapulco Diamante fue de 76 por ciento.
A pesar de esos resultados en lo económico y en lo turístico, fruto del trabajo de, sector privado y de los trabajadores, en su gran mayoría locales, Acapulco sigue sangrando por la herida de la desigualdad social, la marginación, el abandono por parte del estado, en tanto que las autoridades de gobierno a nivel municipal, estatal y federal han dejado que todo lo haga o que todo lo resuelva el turismo
Más allá de los grandes hoteles y zonas de lujosos condominios o restaurantes de buen nivel en la zona de Acapulco Diamante y en el Acapulco de la Costera Miguel Alemán, hay una gran pobreza, miseria, abandono. A esa población, que vive en estas zonas paupérrimas, el Huracán Otis no solo les quitó lo muy poco que tenían, sino que los exhibió con su explotación y atraso social y económico ancestrales.