Somos una cultura fincada en el remordimiento y la culpa. Del pecado original a nuestros días acumulamos vergüenzas inexplicables que evadimos con la reprobación a los otros: es nuestra manera de defendernos de nuestras entelequias.

Segregamos, reprobamos, condicionamos porque no podemos vernos con plena aceptación al espejo. Los complejos pesan, escondemos nuestras imperfecciones aparentemente atroces en banalidades, juicios superficiales, apariencias que son cáscara y no la sustancia de personas, condiciones y hechos. Nos atrapa la vergüenza.

Vergüenza por no ser calca de perfección y apegarnos a paradigmas marcados por otros. Vergüenza porque nuestra configuración del mundo no es como los demás imaginan y quieren, porque cada uno parece un elemento diferente en un cielo perfecto construido en el imaginario popular: inaccesible e irreal.

Hoy, mientras platicaba con Carlos Meraz, un médico especializado en diabetes para un programa de televisión digital, descubrí que mi propio tránsito en esta enfermedad me avergüenza.

_Se considera un gran castigo para glotones y comelones. Nos mal miran, maltratan y segregan.

La respuesta del médico fue feliz y esperanzadora:

_Es una enfermedad multifactorial donde la nutrición es altamente relevante, pero que logra controlarse y generar buena vida.

¿Qué otros “pecados” reales e inconfesados subyacen dentro de cada uno?, ¡no haber dicho un te amo cuando aún había tiempo?, ¡haber privilegiado la lejanía cuando pudimos estar cerca?, ¡no vivir llenos de sacrificio en lugar de abrazar el solaz de unos instantes?, ¡sumarnos a las nomo o mujeres que no son madres y encima nunca casarnos?

Y las vergüenzas se acumulan más y más: ser gordo o “prietito”, porque nos pesa más la raza criolla de la que provenimos los mexicanos que pertenecer a la raza negra. Y nos apena no son ricos, la mirada burlona de un comensal en cualquier restaurante, el no pertenecer a los populares de un grupo…en suma: no “pertenecer”.

Una pertenencia cuestionada y que racionalmente desdeñaríamos. Y sin embargo, tenemos una larga, larguísima cauda de inseguridades. Pero a la par, en lugar de aceptarlas, esas vergüenzas nos convierten en uno de los países que más discriminan y hieren.

No aceptamos la pobreza de los inmigrantes, el valor de una persona transgénero, la vulnerabilidad del enfermo, la pobreza del indigente, el clamor de quien no sabe…para paliar nuestras culpas nos erigimos en seres perfectos del mundo idealizado y perpetuamos conductas angustiantes y tristes que le gritan a los otros, que paradójicamente somos nosotros, ¡no perteneces!.

Y en esa segregación, sin notarlo, nos aniquilamos y la vergüenza inconfesada se vuelve nuestra dermis y consciencia, pero también esqueleto, fantasma y auto reprobación que nos ronda cada uno de los días de nuestra vida.

Aceptarnos implica reconocer la unicidad de cada uno de los seres de los tres reinos. Es poder mirarnos a un espejo sin estigmas ni juicios preconcebidos. Es respetarnos.