Contexto
Quienes tienen la responsabilidad de resolver el problema de la inseguridad en Michoacán, ¿Entienden claramente el conflicto y tienen la categoría moral para promover la solución justa, sacrificando sus intereses de persona y de grupo?
El problema de policías, auto defensas, crimen organizado es complejo y manejado sin la claridad que da la verdad y el sentido del bien.
Para buscar una solución, los protagonistas no se guían muchas veces por la verdad, la honestidad (moralidad), el bien del pueblo pobre sino intereses particulares, ideologías, conveniencias de la coyuntura.
El afán de laicismo, mal entendido, empaña una visión integral y sabia del hombre y borra los principios trascendentes.
El hombre es un ser compuesto de cuerpo y alma. No es sólo cuerpo que produce y consume y se maneja como una máquina.
Tiene una dimensión espiritual, tiene la capacidad de pensar y decidir, tiene mente y voluntad, es capaz de dar a su vida una finalidad.
Por eso, todos sus actos, salvo que el individuo esté inconsciente, tienen una inherente dimensión moral y se guían por los grandes valores y principios grabados en lo más íntimo del hombre y en el plan de Dios, para quienes tienen fe.
Se expresan en las leyes humanas, la Constitución. Es lo que deben hacer cumplir en plenitud las autoridades.
En la antropología occidental católica el hombre aparece como un ser que rompe con su Creador por la desobediencia, el pecado original. “La ruptura de la relación de comunión con Dios, provoca la ruptura de la unidad interior de la persona humana, de la relación de la comunión entre el hombre y la mujer y de la relación armoniosa entre los hombres y las demás criaturas” (Compendio de Doctrina Social de la Iglesia, 27).
Creado libre, el hombre vive confrontado ante el bien y el mal, la muerte y la vida, como dice la Biblia, ahí ejercita la libertad innata.
Se supondría que elige siempre el bien, es la visión que tienen algunas antropologías contemporáneas. Pero no es así, elige muchas veces el mal. Ahí “Debe buscarse la raíz más profunda de todos los males que acechan a las relaciones sociales entre las personas humanas, de todas las situaciones que en la vida económica y política atentan contra la dignidad de la personas, contra la injusticia y la solidaridad.” (Ibid.)
Esta visión del hombre da una luz meridiana al problema de la violencia que atenta contra los derechos fundamentales de la persona humana y los valores y principios básicos de la interacción humana.
Las negociaciones entre el gobierno y las guardias que sólo defienden a los pobladores en desamparo porque los matan, violan a sus esposas e hijas, extorsionan sin que los protejan las autoridades por regla general, tienen aquí una autopista clara y segura para salir.
En las negociaciones se debiera invitar también al Crimen Organizado para que negocie en el marco de los principios y valores y la ley escrita.
Concretamente, los negociadores deben tomar en sus manos la situación de las poblaciones oprimidas que no han tenido quien los defienda ante la ineficacia de muchas autoridades y custodios del orden público. La gente que vive el conflicto afirma que simplemente no los han defendido.
Deben asumir la verdad de su situación, el sufrimiento multiforme de las poblaciones castigadas.
Deben servir al bien común y al bien integral del individuo.
Hay que hacer respetar su derecho a la vida, es un derecho natural y divino. Es inadmisible que un solo hermano muera por ser una persona única, alguien que está por encima de todos los valores de la tierra, ser trascendente y por ser mucho más, hijo de Dios. En cada asesinado es a Cristo a quien se mata nuevamente.
Hay que aplicar la justicia basada en los valores y principios no en el interés de grupos o manipulación de muchos abogados o en el peso del dinero.
Un error de serias consecuencias es que se maneja sólo el aspecto técnico del problema, sin ir al problema humano trascendente. Es sólo una solución de tecnócratas y estrategas y no se sabios, filósofos, teólogos. Se manejan conveniencias y no valores morales. Es sólo obra de hombres de acción y no de estadistas y pensadores.
La solución existe, sólo que necesita actores íntegros, clarividentes. Esto quiere decir que no sean sólo operadores y pragmáticos para encontrar soluciones del momento.
Deben ser capaces de optar por los grandes valores y de sacrificar todo apego al dinero y al capital político.
Hay que apoyarse en los valores morales: el amor al prójimo, la justicia. Hay muchos actores que parecen haberlos perdido, vivir al margen de ellos.
Hay que tener en cuenta el mal que acecha que puede inclinar la balanza a favor del crimen, que puede seducir a las partes en conflicto.
Hay que valorar moralmente a los actores, no se puede tener confianza ciega en los interlocutores. Hay algunos de ellos que manipulan la situación por intereses bastardos. Algunos traicionan los acuerdos, es frecuente en cierto ámbito social. No se puede olvidar que el gobierno no respetó Los Acuerdos de 1929 que pusieron fin a la revolución cristera, como documenta Jean Meyer.
En un momento grave y trascendente para el Estado todos debemos ver con claridad el problema y velar y exigir una solución verdadera, objetiva, que la solución real y frutos reales y duraderos.