Números de escándalo
Hay valores sagrados que no se pueden tocar, hay umbrales que no podemos pasar porque caemos en el caos de la barbarie, lo absurdo, la muerte.
El hombre, concretamente moderno, ha tenido la tentación de ir contra las prohibiciones.
Como adolescente, en la modernidad el hombre ha mostrado una tendencia a alzarse como señor autónomo, demiurgo que se quita todas las ataduras de las normas y derriba todas las instituciones, busca realizarse en el libertinaje por el consumismo, gracias a la producción masiva de bienes.
En las democracias, los individuos proyectan su ansia de grandeza en un jefe a quien promueven para recibir galardones mundiales y verlo posar en la foto.
En la convivencia social se han barrido los valores espirituales, de los más sencillos como la limpieza del cuarto y la casa, la cortesía, la delicadeza. Desaparecen grandes valores como el amor y el servicio, el respeto a la vida en el aborto, el asesinato de adolescentes y adultos.
El cuerpo defiende sabiamente sus valores de vida, de una manera escalonada, primero se sacrifica lo periférico y secundario como la grasa. Se rodea de cuidados especiales el corazón, el último reducto de la vida.
Los ataques al corazón son los más graves, los que duelen más y hacen que muera el cuerpo.
En nuestro caminar histórico transitamos por la violencia del crimen organizado, por una educación pública deficiente y sin valores, por una crisis socio – económica de saqueos impunes, sin obra pública ni inversiones, ni empleos, donde los pobres están angustiados sin alimentos ni atención médica oportuna y temen por su supervivencia.
Hemos visto cómo han caído los valores pisoteados y olvidados, presenciamos con horror, cómo se viola el valor central de la persona humana, hemos visto hermanos descuartizados y encostalados, cómo han rodado las cabezas en un antro nocturno. Son sólo muestras de una situación de horror que ha vivido Michoacán.
Hay un valor de un orden diferente, la divina Eucaristía. Es el corazón de la vida de fe de las mayorías católicas de la Iglesia que peregrina en México.
Es el tesoro de la fe, objeto de respeto, de veneración y de adoración del que dan testimonio innumerables generaciones.
Es el divino sacramento de la presencia de Cristo, el Hijo de Dios, por el que los héroes católicos entregaron subida al grito de ¡viva Cristo Rey! En tiempo de la persecución religiosa.
Es el corazón que arde, señalado por una llama roja, en el sagrario de la Iglesia, donde los fieles oran en silencio.
Es el tesoro de la creencia religiosa, que es uno de los derechos humanos, que están en la boca de todos. Tenemos derecho de que nos respeten lo más sagrado que hemos tenido por siglos y milenios.
En los momentos más negros de la persecución de los gobiernos de la Revolución, se cometieron profanaciones que aún hoy horrorizan: soldados, ignorantes y fanatizados que entraban en las Iglesias y abrían el sagrario para profanar el sacramento de la presencia de Cristo, las hostias consagradas.
En estos días hemos sabido de violaciones a recintos sagrados que nos ponen en ese nivel de bajeza, ignorancia, odio, perversión.
El obispo de Apatzingán, secundado por el Arzobispo de Morelia, ha denunciado y reprobado la irrupción de fuerzas policiacas en las Iglesias con una ignorancia burda e injustificable han llegado hasta el sagrario. Afirmaron ir por droga.
En Morelia, trasciende el rumor de la violación de iglesias para robar el dinero y objetos de valor.
Han llegado hasta violar la seguridad del sagrario, meter las manos criminales y sacrílegas sobre las hostias consagradas.
Es un ataque contra los valores más sagrados del pueblo de Dios, que exige justicia y reparación.
Estos atentados duelen en lo muy hondo y dejan una infinita tristeza e indignación en el alma del pueblo.
Hay que enfrentar el mal criminal, violador, asesino que nos ataca, hay que ser conscientes del alcance de estos atentados contra el orden público.
Son los tumores, síntoma de un cuerpo, corrompido, invadido el cáncer implacable.
Es síntoma del cuerpo social, sin defensas, en descomposición, sin remedio, abandonado de quienes tienen el deber de defenderlo y de los buenos samaritanos que lo auxilien en el camino.
¿Cuando nos han herido en el corazón, vamos a quedarnos sin reacción, postrados, quebrados? Urge que defendamos nuestros valores delante de todo el mundo, que pongamos barreras a la ola de barbarie.
Que el clamor se levante exigiendo una reforma moral, la recuperación de los valores que nos permiten una convivencia de gente civilizada, democrática, en el siglo del progreso y la tecnología, paradójicamente carente de grandeza moral y sabiduría.
Hay ir a la causa de los problemas, la justicia, la desigualdad social, el desempleo de las multitudes que se angustian por su supervivencia. Son muestras de la ausencia de valores.