Resulta penoso reconocer que hay dos México,uno para ciudadanos de primera y otros para ciudadanos de segunda.

 

Los ciudadanos de primera incluye a la clase política y a los empresarios amigos y socios de los políticos; los ciudadanos de segunda al 80 % de los mexicanos.

 

Los mexicanos de primera gozan de todos los privilegios que otorga el poder; viven en la opulencia, en mansiones valuadas en millones de dólares, poseen una gran cantidad de bienes adquiridos, en la mayoría de los casos, de manera sospechosa, sin que tengan que dar ninguna explicación de cómo los adquirieron; obtienen sueldos y aguinaldos estratosféricos provenientes de los mexicanos de segunda y según ellos toman las mejores decisiones para favorecerlos sin tomar en cuenta su opinión.

 

Reciben servicios médicos de alta calidad financiados por los mexicanos de segunda, son intolerantes ante la crítica y son capaces de hacer cualquier cosa por no perder sus privilegios.

 

Por si fuera poco, muchos gozan de fuero y los que no, tienen los recursos para que la Ley siempre esté a su favor. Para muchos de ellos la corrupción es un estilo de vida no una cuestión de valores o principios.

 

Ellos no padecen de los problemas de tráfico o inseguridad pues los mexicanos de segunda pagan por su bienestar y comodidad. Los caracteriza un desprecio mayúsculo por los mexicanos de segunda porque dicen que protestan por todo.

 

En éste México de contrastes los mexicanos de segunda viven en modestas viviendas de interés social-en el mejor de los casos-que ni siquiera son suyas pues tienen hipotecado su futuro al menos por unos 30 años. Sus salarios son muy modestos y deben conformarse con el aumento al salario mínimo que éste año será del 4.2 % (menos de 3 pesos) decretado por los mexicanos de primera para que vivan mejor.

 

Su precario aguinaldo deben protegerlo hasta con la vida si es preciso, antes de que les sea arrebatado por los delincuentes, generalmente coludidos con los mexicanos de primera.

 

Más les vale no enfermarse pues tendrán que acudir a los servicios médicos donde  son tratados peor que animales, hacer largas filas y esperar a que los mexicanos de primera decidan surtir los medicamentos.

 

La aplicación de la Ley para ellos es implacable; impuestos y servicios deben pagarse siempre a tiempo para mantener las canonjías de los ciudadanos de primera y no para tener mejores carreteras, hospitales y escuelas, sin olvidar el pago de coyotes para agilizar cualquier trámite.

 

Utilizan un transporte público precario y saturado, lleno de peligros por los asaltos y la incompetencia de los conductores. Los de segunda están a merced del hampa, ya que los de primera no pueden o no saben cómo brindarles seguridad y protección.

 

Para los que queremos a nuestra Patria estas diferencias son insostenibles y el sueño de que algún día todos seamos iguales puede convertirse en realidad si comenzamos a actuar desde ahora al elegir a nuestros futuros gobernantes a quienes habrá que exigir honestidad, compromiso y amor a México.

 

Estamos a tiempo.